En San Martín de las Escobas (Santa Fe), Marcelo González, que se desempeña en un tambo, comenzó a trabajar con estos animales y apunta a tener un centro de tratamiento
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“Ayer, en nuestra primera visita, Ivo logró todo lo impensado para nosotros. Se sintió un niño valiente, un niño seguro de sí mismo y, para mí, eso es motivo de celebración total”. Eso fue lo que escribió Emilia Vallejos en su perfil de Facebook, la madre de un niño con TEA (Trastorno de Espectro Autista) sobre su primera experiencia con la terapia bubalina en San Martín de las Escobas, Santa Fe. Allí, Marcelo González, tambero en un establecimiento de 40 vacas, puso en marcha una iniciativa de terapia con búfalos.
Similar a la equinoterpia, se trata de un tratamiento que consiste en el uso del búfalo como herramienta para la rehabilitación, tanto de niños como de adultos. Es el primero que se realiza en Argentina.
“Lo que se genera entre los niños y los búfalos es algo mágico. Principalmente con los chicos que tienen alguna patología, desde que empezamos con esto fuimos testigos de notorios progresos”, dijo González a LA NACION. Se desempeña en un tambo de la zona y ahora está metido en un proyecto para, en diciembre próximo, abrir un predio con todas las instalaciones necesarias para brindar el tratamiento. Mientras tanto, recibe a niños y adultos que llegan para visitar a Manny, Morita y Pocho, sus tres búfalos. Durante cada fin de semana se traslada con los animales a las plazas de localidades cercanas para facilitar el encuentro.
En la Argentina, la producción bubalina cuenta con casi 200.000 cabezas, de las cuales 169.000 están en el NEA. González contó que su amor por la especie nació hace 20 años, durante un viaje a Corrientes. Allí conoció a un hombre que había rescatado a una cría del monte. Tras eso empezó a investigar. “Descubrí que eran inteligentes como los perros, dóciles y cariñosos”, expresó.
Un conocido le regaló tres y así llegaron Manny, Morita y Pocho a su casa. Los encargados de adiestrar a los animales fueron sus hijos. Iriana, de 8, se ocupó de Pocho; Lautaro, de 11, de Manny, y él de Morita.
Si bien para ellos era algo normal porque sus hijos se criaron entre los animales, lo sorprendente era cuando venían de vista sus amigos. “No podían creer, volvían fascinados a sus casas, no muchas personas estuvieron alguna vez con un búfalo”, afirmó.
Luego de advertir el efecto que producía en los chicos el contacto con el animal, invitó a un niño con autismo que desde hace un año y medio estaba con quimioterapia por un cáncer. “Los papás lo trajeron, yo hice echar a los búfalos; les daba besos, ellos lo lamían, quedó enamorado”, señaló.
Tras ese encuentro, el pequeño le contó a sus abuelos, a los tíos y a la maestra lo ocurrido. “La mamá me llamó al otro día para contarme que había sido un enorme progreso porque no solía contar y transmitir así lo que le pasaba. Ahí fue cuando dije que esto va a dar resultados, tengo que hacer terapia con bubalinos”.
Cuando los niños llegan, le pide a los búfalos que se recuesten. Los chicos se acercan, acarician, dan besos, se acuestan arriba, les cepillan el pelo. “Dependiendo la modalidad del niño los hago dar vueltas arriba del lomo o que los acompañen a dar una vuelta caminando al lado”, graficó.
Como si los animales percibieran la inocencia de los pequeños, González contó: “Es notable la diferencia porque cuando los niños llegan ellos solos se acercan. En cambio, con los adultos los tengo que llamar”, señaló.
La comuna de San Martín de las Escobas le va a dar un predio para trabajar todos los días con niños del lugar y de localidades de los alrededores. Prevé que los chicos ordeñen la búfala y con la leche hagan mozzarella. En el lugar también habría una huerta.
“Yo no cobro ahora porque quiero demostrar que esto va a dar resultados. Para mí es una satisfacción personal, enorme mostrar que el búfalo puede ayudar a tantas personas”, explicó González. Aseguró, no obstante, que todavía necesita de financiamiento para terminar de hacer realidad su proyecto.
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