El año 2017 quedó marcado en la historia del agro como el inicio de la producción agropecuaria digital, automatizada y sin la intervención de la mano del hombre en el campo. La universidad de Harper Adams, en Shropshire, Inglaterra, en conjunto con una empresa especializada en tecnologías para la toma de decisiones, logró cultivar una hectárea de cebada sin ninguna intervención física del hombre en todo su ciclo. Y no se detuvieron allí: en 2018 cultivaron trigo y planean trabajar con cultivos de cobertura para la siguiente campaña.
Este hito pone en evidencia una vez más que la revolución tecnológica del agro es un hecho concreto y real en la actualidad y, en este nuevo escenario, será clave el rol de los productores y principalmente el de los profesionales del agro, implementando las nuevas tecnologías que hacen más eficaces, eficientes y sustentables los sistemas agropecuarios.
Los impactos de la implementación de estas tecnologías sobre la mano de obra serán evidentes y deberemos tener consideraciones sociales específicas para la realidad de cada país. Pero la pregunta subyacente en muchos ambientes de trabajo tiene que ver con cuál será el papel concreto de los ingenieros agrónomos en el futuro cercano y su interacción con la robótica, la inteligencia artificial, internet de las cosas y toda la automatización del agro.
"Los robots y las máquinas inteligentes reemplazarán un tercio de los trabajos de Estados Unidos para 2025", comentó Kevin LaGrandeur, profesor del Instituto Tecnológico de Nueva York (NYIT), en su última visita a la Argentina. Sin embargo, ese reemplazo probablemente no será generalizado y tendrá foco sobre algunas tareas específicas, de modo que algunas de ellas dejarían de ser realizadas por personas, pero no todo el trabajo en sí mismo. Por otro lado, tenemos antecedentes históricos que nos muestran que las revoluciones industriales y tecnológicas generan nuevos empleos, muchos de ellos antes impensados.
La ingeniería agronómica es probablemente una de las ramas más dinámicas de la ingeniería debido a que sus procesos, en gran proporción, ocurren sobre organismos vivos, los cuales muchas veces no reaccionan del mismo modo ante los mismos estímulos por la gran influencia del ambiente sobre estas respuestas. En este contexto, es muy probable que el grado de impredecibilidad de los sistemas agropecuarios mantenga la necesidad de un nivel superior de intervención humana en sus procesos.
Sin duda la innovación y las nuevas tecnologías disponibles hacen que la capacidad de análisis y la velocidad de respuesta de los ingenieros agrónomos sea cada vez mayor, pero también no hay dudas de que el papel del profesional toma una forma diferente en el nuevo ambiente tecnológico. El nuevo ingeniero agrónomo irá mucho más allá de la producción agropecuaria en sí misma y tendrá la inmensa responsabilidad de conectar el campo con la ciudad, garantizando la producción de alimentos sostenible y suficiente para un mundo habitado por 9100 millones de personas, asentadas en un 70% en áreas urbanas hacia el año 2050 (fuente: FAO).
Inteligencia artificial
En este contexto, todo aquello que no pueda automatizarse tomará cada día más valor. Los procesos robotizados o dirigidos por inteligencia artificial nos guiarán a través de "cómo" hacemos agricultura, y nos permitirán enfocar nuestro tiempo y energía en entender "para qué" lo estamos haciendo; es decir, el propósito de la agricultura. Características como la intuición, las emociones o la ética, no podrán ser reemplazadas por tecnologías venideras y tomarán cada día más relevancia en nuestros procesos de decisión. Así, la empatía de los ingenieros agrónomos, es decir, su capacidad de colocarse en el lugar de los productores, los consumidores y los distintos actores del complejo agroindustrial, no podrá ser reemplazada por ninguna tecnología. Una vez más, los ingenieros agrónomos, junto a todos los actores del agro, liderarán el cambio tecnológico, serán parte de él y, por medio de las nuevas y disruptivas tecnologías, continuarán contribuyendo a un futuro sustentable.
El autor es doctor en Ciencias Agrarias de la UBA y gerente de Investigación y Desarrollo de BASF