Los debates respecto de los impactos de la agroindustria y la sustentabilidad se encuentran sesgados por polémicas en torno al perfil de los productores, el rol que han tenido los empresarios del sector en el desarrollo socio-económico del país y una quizás estéril (a esta altura del progreso en el mundo) disputa respecto a los méritos relativos del agro, frente a la industria o a las actividades de servicios.
Pareciera que los argentinos seguimos obsesionados por el modelo del deterioro de los términos de intercambio entre productos primarios e industrializados, tal como fuera planteado por Raúl Prebisch en el siglo pasado y en otro contexto.
Esto, quizás no nos permita percibir los cambios sustantivos que se asoman en un futuro no muy lejano en los procesos productivos con la ciencia aplicada a la biotecnología y la importancia creciente de la inteligencia artificial. Cambios que, si se efectivizan, representan una amenaza mayúscula, no sólo para la agroindustria de nuestro país y muchos otros países agroexportadores, sino también para nuestras perspectivas futuras de desarrollo y salida de la sempiterna crisis en la cual nos encontramos atrapados.
La investigación aplicada a los alimentos, por ejemplo, ha avanzado a pasos agigantados en la producción de carnes sintéticas. Esta se elabora en laboratorios de última generación con la aplicación de técnicas derivadas de la ingeniería de tejidos y la ingeniería genética y se produce en sólo tres meses. Las células madre bovinas se alimentan y se procesan en un biorreactor que funciona como un medio de cultivo donde proliferan y forman tejido muscular. En lugar de alimentar al animal con pasto, se nutren las células con aminoácidos, sales y vitaminas. Su producción ofrece ventajas objetivas que seducen al mercado y a la sociedad actual.
Por un lado, existen cuestionamientos cada vez más volubles que se hacen a la ganadería convencional, en virtud de los impactos ambientales como consecuencia en parte por las emisiones de metano y en parte por los desmontes producto de los avances en las fronteras agropecuarias. A estos reparos, se le suman los de tipo ético cada vez más fuertes en base al bienestar animal y la necesidad de evitar el sufrimiento a otros seres vivos. Estos reparos subyacen a muchos de los cambios en los hábitos alimenticios en el mundo, evidenciado por las preferencias vegetarianas de las generaciones más jóvenes.
Las nuevas tecnologías que asoman harán irrelevantes las discusiones actuales sobre las dietas basadas en vegetales versus carne. En poco tiempo, la mayoría de nuestros alimentos podrían no venir de animales o plantas, sino de la vida unicelular. Es probable que, excepto la producción de frutas y verduras, toda la agricultura sea reemplazada por procesos microbiológicos controlados en fábricas más afines a laboratorios de alta tecnología que a establecimientos agropecuarios tradicionales.
Algunas investigaciones sugieren que estas proteínas serán aproximadamente 10 veces más baratas que las proteínas animales para 2035. Se cultivarán plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola, que en condiciones naturales solo actúa como reserva de nutrientes y minerales, pero en sí no es necesario para que crezca la planta. Las raíces recibirán una solución nutritiva y equilibrada disuelta en agua con los elementos químicos esenciales para el desarrollo de las plantas que podrán crecer en una solución acuosa únicamente. Cada vez con más rapidez la ciencia ficción está dejando de ser ficción para ser ciencia.
Calentamiento global
El aumento de la demanda global de alimentos implica un gran desafío, sobre todo por la progresiva escasez de recursos que se ve potenciada por el impacto del cambio climático. La ONU pronostica que para 2050, alimentar al mundo requerirá una expansión del 20% en el uso global del agua en la agricultura. Pero su uso ya está al máximo en muchos lugares: los acuíferos están desapareciendo, los ríos no llegan al mar, los glaciares que abastecen a la mitad de la población de Asia se están retirando rápidamente. Es probable que el calentamiento global inevitable, debido a los gases de efecto invernadero ya liberados, reduzca la lluvia de la estación seca en áreas críticas, convirtiendo las llanuras fértiles en cuencos de polvo.
Ante un escenario de amenazas ambientales en donde el calentamiento global encabeza la lista, una solución basada en la biotecnología que ofrezca producir proteínas y alimentos sin necesidad de tierras y sufrimiento animal, aparece a primera vista con mucho atractivo. De hecho, uno de los argumentos más fuertes esgrimidos en favor de la producción de alimentos sintéticos, se basa precisamente en sus ventajas ambientales y su sustentabilidad a largo plazo.
La producción de alimentos muy probablemente ya no estará en manos de chacareros y actores nacionales, sino en grandes empresas de base tecnológica, en un fenómeno de concentración de riqueza y poderío económico, que viene produciéndose en muchos otros sectores de la economía moderna.
Con esto, muchos millones de personas que trabajan en la agroindustria y el procesamiento de alimentos eventualmente podrían perder sus empleos. Que sólo unos pocos componentes, como las proteínas de la leche, la caseína y el suero, se produzcan a través de la fermentación bastará para que colapsen los márgenes de beneficio en todo un sector. Expertos estiman que la producción lechera en los Estados Unidos podría estar en situación terminal para 2030 y que los ingresos de la industria de carne de res caerían en un 90% para 2035.
¿Qué será de la Argentina si el sector más competitivo de su economía, termina siendo desterrado a la insignificancia por cambios tecnológicos, fuera de todo control de su dirigencia política, cultural o empresaria? Este nuevo contexto, que se acerca con la velocidad propia de los cambios tecnológicos actuales, está más cercano de los que muchos puedan imaginar y requiere ser analizado en profundidad por parte la dirigencia del país en su conjunto.
Los desafíos y problemas del siglo XXI deben ser encarados con las ideas e idiosincrasia del futuro, más que con ideas de mediados del siglo XX. Hagamos votos para que así sea.
Federico Caeiro fue director general de la Comisión de Ecología de la Legislatura CABA y Juan Rodrigo Walsh fue subsecretario de ambiente de la CABA
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