En Guerrico, a Jorge y Daniel Ferrari les violentaron un galpón del campo y se llevaron insumos por unos $8 millones; alertan por un crecimiento de la inseguridad en la región
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“Duele muchísimo, pero hay que seguir empujando. Acá está el esfuerzo de mi abuelo, de mi padre y ahora el de mi hermano Daniel y el mío”. Al productor Jorge Ferrari la inseguridad rural no le da respiro. Es que desde hace más de ocho meses viene atravesando una serie de hechos delictivos en el establecimiento de un familiar donde siembra a porcentaje.
Todo comenzó en marzo pasado, en un camino interno que une la ruta nacional 188 con la 51, a unos 13 kilómetros de la localidad bonaerense de Guerrico, cuando un grupo de desconocidos entró al campo hasta donde estaba su equipo de riego para cortar unos 360 metros de cable, desmontarlo de la maquinaria y robárselo. Pasó la cosecha y en julio, cuando había que volver a utilizar el riego, hubo que reemplazar ese cable, cuyo costo fue de $1,5 millones.
No tranquilos con que les vuelva a pasar algo parecido, los hermanos Ferrari comenzaron a averiguar algún tipo de resguardo de sus herramientas de trabajo. Unos productores que habían pasado algo semejante le comentaron de un sistema de telemetría que controla el funcionamiento de cada equipo y, ante cualquier irregularidad, salta una alarma que suena en el lugar y avisa en la app del celular del propietario. No dudaron en comprarlo y lo instalaron.
Era la noche del 17 de septiembre pasado cuando el reloj marcaba exactamente las 20:10. En ese momento, en los teléfonos de ambos productores sonó un aviso de que algo estaba pasando con la maquinaria. Sin dudarlo avisaron a la patrulla rural y marcharon hacia allí. Cuando llegaron los delincuentes ya no estaban, habían alcanzado a cortar los cables pero no tuvieron tiempo para llevárselos porque el sonido de la alarma los terminó espantando. “No eran los mismos de la primera vez, porque no tenían mucha idea de cómo se operaba con los cables, incluso habían desenterrado una caja que no era necesaria para llevársela”, dijo a LA NACION.
Vale recordar que hace tiempo que existe un comercio ilegal aun no resuelto con el tema de los cables y el cobre que estos poseen dentro y este medio lo reflejó. “Desde hace rato que en la zona se vienen robando un montón de metros de cables, que luego queman el plástico exterior para quedarse y vender el cobre de adentro. Pero lo más grave que nadie hace nada y no se llega a ningún lado”, dijo.
Esa noche se quedaron en el campo vigilando y “gracias a Dios no regresaron”. Al otro día, mientras los productores buscaban un electricista para que repare el cable porque la siembra de maíz se acerca, llegó la policía científica para pesquisar la zona en busca de algún rastro, aunque no pudieron encontrar nada.
Luego de eso, todo parecía haber vuelto a los carriles normales, por lo menos hasta el jueves pasado por la tarde, cuando fue Daniel que recorrió por última vez los lotes y no vio nada extraño. Pero este lunes, cuando el productor regresó al campo, se encontró con un panorama desolador.
El galpón donde guardan los insumos para la siembra había sido violentado. Rompieron el candado de la puerta delantera y cortaron con alicates la cadena de la puerta de atrás, dejándola abierta unos 70 centímetros. “Nos habían entrado de nuevo. Nadie escuchó nada. Eran los mismos que la vez anterior no se pudieron llevar los cables porque ingresaron con dos vehículos chicos por el mismo lugar: una chacra lindera abandonada, cuyos dueños cansados de la ola delictiva se fueron de aquí”, detalló.
“Se llevaron unos 15 bidones de herbicidas, 80 litros fungicidas para 200 hectáreas, coadyuvantes, cinco baterías de los equipos (dos grandes y tres medianas), unos 1600 metros de cable subterráneo para riego que teníamos de repuesto, una pérdida real de unos $8 millones”, agregó.
Con 51 años y 28 que siembra junto a su hermano soja, maíz, trigo y algo de sorgo, aseguró que la zona que era relativamente tranquila, hoy es “vivir con el corazón en la boca”.
“Tenemos mucha bronca y también tristeza. Está muy complicada la zona. Estamos preocupados y temerosos de lo que nos pueda pasar, cuidando todas las noches nuestro lugar. Somos gringos de laburo que venimos de abajo y hacemos esto con amor y pasión. Te pegan un golpe duro pero no podemos dejar nuestra actividad y poner un kiosco en el pueblo. Así que a pelearla de vuelta”, finalizó.
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