Al principio de la pandemia, cuando el mundo se paralizaba y encerraba, el agro tuvo el privilegio de seguir trabajando. La cadena maicera, en particular, logró abastecer la demanda nacional y convertirse en el segundo sector exportador de la Argentina. En 2021, mantuvo esa posición en el ranking exportador, aportando un 51% más de dólares: US$9295 millones en total. Y en la primera mitad de 2022 venía creciendo otro 27%, según datos del Indec.
Todo esto ocurrió mientras se daba un fuerte aumento de los precios internacionales del cereal, pero también de los insumos para producirlo, de los que el maíz es en extremo dependiente. Y en medio de muchísima incertidumbre y amenazas globales y locales, como los llamados volúmenes de equilibrio, las versiones de aumentos de derechos de exportación, el retroceso con el cambio de la ley de biocombustibles el año pasado, los cambios de los máximos funcionarios agrícolas, la escasez y disparada de precios del gasoil en plena cosecha, las subas del dólar blue que arrastran parte de los costos mientras los precios se mantienen al cambio oficial, las trabas para importar insumos esenciales para la producción como neumáticos, la amenaza de una ley de humedales sin el tratamiento en profundidad que requiere. Esto por no hablar de los recurrentes ataques a silobolsas, los incendios en las islas del Paraná, los caminos rurales siempre deteriorados, el reciente encarecimiento y la falta de créditos.
A todos esos daños, la mayoría evitables, se suma la sequía. El actual ya es el tercer año consecutivo bajo el fenómeno meteorológico conocido como La Niña, que retacea el agua. Durante la campaña que acaba de terminar (2021/22), el consumo de fertilizantes fue récord y se sembró la mayor superficie con maíz en lo que va del siglo, 7,7 millones de hectáreas. Sin embargo, la falta de agua y los golpes de calor de enero pasado golpearon la cosecha: se terminaron recolectando 52 millones de toneladas de maíz, siete millones menos que las estimadas. Una pérdida enorme, pero que habría sido peor si los productores no hubiesen invertido en las más modernas tecnologías a su alcance, gracias a lo cual han podido paliar parte de los azotes del clima y seguir abasteciendo al mercado interno y los clientes externos.
La presente campaña arranca en una situación crítica y presenta un desafío mayor, con la “doble Nelson” del alto precio de los fertilizantes y la sequía que están padeciendo amplias zonas del país. La Bolsa de Comercio de Rosario considera que es la peor sequía de los últimos 27 años. El 80% de la zona núcleo tiene déficit hídrico. Además, en parte debido a la invasión rusa a Ucrania, hay alta volatilidad y se disparó el precio de insumos clave. De acuerdo con la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, los costos de producción del maíz aumentaron un 26% en dólares, a US$780 por hectárea en promedio, el valor más alto entre los cultivos extensivos.
Récord
Pero, como siempre, los productores son resilientes. La imposibilidad actual de sembrar en muchas zonas está haciendo que muchos productores decidan diferir la siembra de maíz. Esta campaña será récord la proporción de maíz tardío, una estrategia agronómica para darle al suelo más chances de recuperación y evitar problemas en la polinización por el exceso de calor en enero.
Esta inmensa adopción del maíz tardío puede significar una oportunidad si se adoptan tecnologías de manejo que nos permitan ser más eficientes en el uso de insumos. Análisis de suelos y nutrición por ambientes permitirán minimizar los costos y riesgos y alcanzar producciones más estables. Y, junto con la incorporación de insumos de origen biológico, que cada vez más responden a una demanda social, reforzarán prácticas sustentables que han llevado al “campo” argentino a ser de los más amigables del mundo en materia ambiental. También habrá que seguir incorporando refugios a los lotes, para seguir cuidando la tecnología Bt en esta y las próximas campañas, ya que de momento no hay otra que la reemplace con su nivel de eficiencia.
Mantener la agenda de la sustentabilidad que nos caracteriza es clave. Producimos lo que el mundo necesita y de una manera mucho más sostenible que los países competidores. Desde hace tres décadas venimos haciendo siembra directa (SD), cuando más del 80% de la agricultura en el mundo todavía se hace arando. No remover la tierra para sembrar implica reducir un 60% el consumo de combustibles fósiles, tener un 96% menos de erosión por vientos o lluvias, reducir un 70% la evapotranspiración y alcanzar una de las mejores huellas hídricas del planeta.
En definitiva, esta será una campaña maicera para apostar a la agronomía y duplicar esfuerzos. Sería bueno que las autoridades tomaran nota: si con estas condiciones la cadena maicera está yendo para adelante y generando el 11% de los dólares genuinos que ingresan al país, ¿qué pasaría si se la estimulara un poco?
El autor es presidente de Maizar
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