El nutriente es clave y definitorio en etapas avanzadas, pero lo es también en etapas tempranas como macollaje, siendo necesario que no sea limitante desde el principio
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En la agricultura que realizamos hoy, el nitrógeno (N) es el principal elemento necesario en gramíneas para acercarse a las potencialidades de rendimiento que ofrecen los genotipos actuales. El trigo no es una excepción a esta regla y requiere una estrategia particular por zonas en cuanto a la manera que lo vamos a ofrecer al cultivo.
El nitrógeno es un macronutriente esencial que necesita del agua para movilizarse y estar disponible al sistema radicular de la planta. Esta característica de movilidad del nutriente requiere de una estrategia adecuada por zona de implantación y volumen de rastrojo (inmovilización), debido a los diferentes regímenes de precipitaciones existentes en todas las regiones.
Entonces, cuando fertilizamos con nitrógeno sabemos que vamos a depender de las lluvias (si no poseemos riego) para que la fertilización sea exitosa. También sabemos que el N es clave y definitorio en etapas avanzadas del cultivo, pero lo es también en etapas tempranas como macollaje, siendo necesario que no sea limitante desde el principio.
A la hora de encarar la fertilización nitrogenada en trigo, no solo debemos saber cuánto es el aporte que vamos a hacer, sino también es clave determinar el “momento” (cuándo) y cómo lo “incorporamos” al sistema.
Existen regiones donde las probabilidades de precipitaciones invernales son más elevadas que en otras, como el caso de numerosas zonas de la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, Uruguay, etc. Pero también tenemos regiones trigueras en las cuales no es extraño encontrarse con otoños pobres en cuanto a lluvias e inviernos nulos.
Sobre este campo, realizamos un ensayo donde comparamos las diferencias entre voleado e incorporado presiembra con úrea en el cultivo de trigo sobre rastrojo de maíz.
El dato obtenido más notorio de la experimentación fue que todas las dosis crecientes voleadas rindieron sin diferencias significativas del testigo con 0 kg de UREA aportado. 0 kg UREA testigo=1816 kg/ha; 100 kg UREA vol.= 1809 kg/ha; 200 kg UREA vol.=1830 kg/ha; 320 kg UREA vol.=1815 kg/ha; 300 kg UREA inc.=3480 kg/ha.
La fertilización se hizo el 12 de mayo y se sembró al día después el 13 de mayo. Si bien el cultivo no recibió ninguna precipitación hasta el 29 de agosto, el comportamiento diferencial entre incorporado y voleado es notable (90%). Obviamente no es esperable obtener estas diferencias en todos los años y sobre todos los tipos de rastrojo, pero si nos sirve la información para interpretar el riesgo asumido en una práctica que depende del pronóstico.
Estas diferencias las encontramos más magnificadas aun cuando lo hacemos sobre suelos pobres en materia orgánica, donde los contenidos de N son muy bajos al inicio en implantación y resulta limitante en etapas tempranas como macollaje, reduciendo un componente importante del rendimiento como el número potencial de espigas.
En campañas llovedoras donde las precipitaciones nos acompañan hasta la salida del otoño, estas diferencias en rinde casi no existen y cualquiera de las prácticas elegidas (incorporado, chorreado o voleado) obtienen resultados similares.
La idea de la experimentación y recomendación no es ofrecer una receta de acción siempre eficaz desde lo económico, ya que si al voleado, una labor más barata y veloz, le toca recibir una precipitación en el corto plazo la estrategia elegida será exitosa.
Nosotros buscamos evaluar entre las posibilidades existentes de aporte de fertilizante cuál es la que menos riesgo y mejores resultados asegura. La campaña pasada, el que incorporó no solo logró rendimientos superiores, sino que tampoco perdió todo lo que gastó en fertilizantes y labores.
El autor es jefe en AER INTA Corral de Bustos
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