La Cooperativa de Mujeres Artesanas del Gran Chaco (Comar) tiene 2600 integrantes wichí, qom y pilagá y se especializa en diversos productos; cómo superaron distintas dificultades
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“Los hombres se oponían, no les gustaba que las mujeres nos agrupemos. Tenían miedo de que los desplacemos, que ocupemos su lugar. Pero nosotras lo que buscábamos era mejorar nuestra vida, tener trabajo, vender nuestros productos”, explica Norma Rodríguez.
“No fue fácil: hubo que luchar mucho con los dirigentes de las comunidades y con los hombres de las propias familias porque nuestro rol fue siempre estar en la casa con los hijos y no poder salir, esa era la cultura”, agrega.
Norma vive en Formosa y es la presidenta de la Cooperativa de Mujeres Artesanas del Gran Chaco (Comar) que agrupa 2600 artesanas de los pueblos indígenas wichí, qom y pilagá y se especializa en artesanías con lana de oveja, chaguar (una planta parecida al aloe vera pero más delgada y pinchuda) y carandillo, también llamada “palma de monte”.
Comar es una cooperativa que ha “hecho historia” porque ha logrado muchas cosas, pero la primera y fundamental es que la mujer indígena legitime sus saberes en sus comunidades (y afuera) y que tenga un ingreso propio, algo que cambia rotundamente la vida de las mujeres. Pero no fue fácil.
“Otro problema al principio fueron los celos porque los hombres decían que cuando las mujeres salen se portan mal y además les preocupaba quién iba a hacer las cosas de la casa. Había momentos en que yo no sabía cómo me las iba a arreglar pero jamás pensé en abandonar porque trabajo desde niña y nunca pudimos vender bien nuestros productos, y quería que eso cambiara, ese era mi motor. Mi marido siempre me apoyó, eso fue muy importante”, recuerda.
La génesis de la cooperativa comienza hacia el año 2000 cuando Fabiana Menna, hoy presidenta de Fundación Gran Chaco que en ese entonces aún no existía, llegó a la zona para trabajar en un proyecto de la Unión Europea y comenzó a contactarse con las artesanas. Su idea era empezar a lograr una organización con las artesanas (en ese momento cada una hacía cosas en su casa por separado) y comenzaron, entonces, a reunirse para pensar qué se iba a producir, con qué precios y cómo se iba a vender.
“La idea era encontrar soluciones a la pobreza y las artesanías eran una forma, ya que se podía armar una empresa social para comercializar la producción. En 2009 se crea formalmente la cooperativa y desde hace ya un tiempo han logrado tener una venta constante de artesanías, lo que permite planificar ingresos, tomar créditos y organizar de otra manera la economía familiar. Al mismo tiempo se logró valorar el arte indígena, los tintes naturales que ellas mismas elaboran, recibieron capacitaciones y becas como artesanas, algo a lo que antes no podían acceder, y más de 10 mujeres recibieron distinciones por sus trabajos, como el Premio a la Excelencia Artesanal de la Unesco, del Fondo Nacional de las artes y otros”, explica Menna.
“A la vez las artesanías han entrado al mercado de alto poder adquisitivo, en museos y en casas de decoración y alta moda, como ocurrió en junio pasado cuando se realizó un desfile de sus productos en Roma con la participación de la diseñadora Anna Fendi y otros referentes de la moda italiana”, añade.
Pero lo más importante, dice, “es la autonomía de las mujeres: han logrado un espacio propio dentro de la comunidad y hoy están reconocidas como artesanas por dirigentes, varones, y políticos”.
“Hasta tenemos las primeras concejalas indígenas, como Francisca Aparicio y Lorena Pérez en Formosa. Hoy la mujer indígena tiene una voz y un espacio propio”, describe.
Claudia Brito, oficial de Políticas, experta en Género y Sistemas Sociales e Institucionales de la Oficina Regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para América Latina y el Caribe, explica lo siguiente: “Estamos a ocho años del plazo establecido por la comunidad internacional para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una agenda global que demanda la adopción del enfoque de género y de políticas públicas orientadas a impulsar el empoderamiento de las mujeres rurales, indígenas, jóvenes y afrodescendientes, a través del acceso a empleos decentes y a recursos cruciales para su labor productiva, como la tierra, el agua, el financiamiento, las tecnologías digitales, la asistencia técnica y, muy especialmente, su disponibilidad tiempo”.
“La crisis originada por la pandemia por Covid-19 ha afectado ya a más de la mitad de las agricultoras del mundo. Ante esta realidad es urgente poner en marcha legislaciones y políticas con un particular énfasis en el empoderamiento económico y que, adoptando el enfoque de género y presupuestos, se focalicen en las mujeres rurales atendiendo sus necesidades, reconociendo sus capacidades, reduciendo su carga de trabajo no remunerado y la violencia de género”, añade Brito.
En este sentido, asegura que el trabajo de esta cooperativa toca directamente varios Objetivos de Desarrollo Sostenible como el fin pobreza, la igualdad de género y empoderamiento de la mujer, el trabajo decente y las alianzas para lograr objetivos.
El trabajo diario de Comar
Todas las artesanías de la cooperativa son totalmente hechas a mano y cada una lleva su técnica: el carandillo o palmera del monte se cosecha y luego se deja secar. Con esta planta se hacen canastos, porta botellas y paneras usando una aguja casera armada a partir de un metal en desuso, como pueden ser las varillas de un paraguas.
“El chaguar es una planta con muchas espinas así que cuando cosechamos a veces nos lastimamos un poco las manos, pero usamos la misma resina de la planta para curarnos. Hacemos bolsos, paños para ponchos, carteras, cartucheras, polleras, cintos, chales, pulseras y hasta bolsas para las compras”, describe Norma.
Con los hilados elaboran tapices, alfombras y carteras, que tiñen con tintes naturales utilizando cortezas, raíces, hojas y frutos. Por ejemplo, con el algarrobo negro el hilo sale color lila; con la raíz de palo santo, amarillo; con las hojas de la planta de ancocha, bien verde. En total tienen 35 tintes naturales para usar, lo que potencia el valor único de estas piezas.
“Yo luché mucho para mostrar que las mujeres indígenas queremos valorar nuestra cultura, nuestra forma de ser y que dejen de decir que no sabemos nada y que no podemos organizar nada. Luego de cinco años de lucha los hombres entendieron, se convencieron de que nuestra idea era buena, de que era algo positivo para las comunidades. Cuando vieron que las artesanías generaban ingresos, que servían para comprar mercaderías y cosas para los chicos, fue más fácil; tuvimos mucho apoyo de la Fundación Gran Chaco”, dice Norma.
“Yo pensaba que por ser mujer indígena nadie me iba a prestar atención, pero estaba dispuesta a luchar con todo porque los hombres no hacían nada por nosotras, así que teníamos que buscarle la vuelta. Hoy estamos organizadas y trabajamos a pedido y mandamos por correo. Lo que más se vende son chales, paños y caminos de mesa de chaguar y en unos meses vamos a presentar nuestros productos en un desfile que se va a realizar en Asunción, Paraguay”, añade.
Para involucrar a todas las artesanas, la cooperativa se ha organizado con dos líneas de productos: una de artesanía tradicional con una calidad intermedia y una línea premium de alta calidad y valor agregado, llamada Matriarca. Todo eso fue posible gracias a la construcción de redes que ha permitido que más organizaciones se sumen y aporten su experiencia y conocimientos.
El Futuro está en el Monte es el movimiento que impulsa modelos de negocios en red, con foco en la sostenibilidad ambiental y social, y sumando además de las productoras, a ONGs, gobiernos y empresas.
Norma cuenta que la planta de chaguar es muy importante para su vida porque siempre está presente y que cuando se despierta a la mañana enseguida toca la fibra (que luego será hilo) y que si no lo hace se siente triste. Tal es la importancia de esta planta por eso, cuando empezó a escasear, le surgió una idea.
“La planta estaba cada vez más lejos, a veces teníamos que caminar 20 kilómetros para encontrarla, entonces pensamos hacer nuestras propias plantaciones para tenerlas más cerca. Lo primero que pasó fue que el técnico que nos asesoraba nos dijo que era imposible porque era una planta de monte y no se iba a adaptar, pero nosotros estábamos seguras de que íbamos a poder”, cuenta.
Y así fue: con mucho cuidado trajeron plantas del monte con raíz y todo, las regaron durante muchos días y a los tres meses empezaron a salir las plantitas nuevas; hoy Norma tiene 6000 plantas en la parte de atrás de su casa, en una suerte de vivero al aire libre.
Alentadas por esta experiencia también empezaron a producir las plantas para tener los tintes naturales y se pasan este conocimiento entre todas las compañeras para que cada uno pueda replicar la experiencia.
“La cooperativa hoy está integrada por 24 asociaciones en tres provincias: Salta, Chaco y Formosa y entre otras cosas hemos conseguido conexión a internet para muchas mujeres, pero aún necesitamos más conexión y seguir vendiendo nuestros productos porque lo que le cambió la vida a las mujeres es tener su ingreso propio, porque antes muchas no manejaban el dinero, eso lo hacían los hombres y ahora nosotras nos manejamos solas”, detalla.
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