Para Germán Fogante, socio y referente de Aapresid, en el país hay que ordenar el tema de la propiedad intelectual, clave para que la industria semillera invierta en genética
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La Argentina ha sido vanguardista en la adopción de la oferta genética y en biotecnología. Sin embargo, la evolución de la ganancia genética en el caso de las variedades autógamas “está siendo más lenta y no es equiparable a la de sus principales competidores en producción y exportación, como es el caso de Estados Unidos y Brasil”.
En este contexto, fue Germán Fogante, socio y referente de Aapresid, quien alertó sobre “la importancia de tomar decisiones de manejo más certeras que permitan expresar el máximo potencial del cultivo, utilizando los recursos de manera eficiente y sustentable”.
Según destacó, “la baja recuperación de la inversión por parte de la industria de semillas, acota los presupuestos destinados al mejoramiento de especies autógamas, sumado a esto, el uso propio de semillas de trigo, soja y otras autógamas por parte de los productores, por una cuestión cultural y de costeo en apariencia menor determinan que no resulte rentable en la Argentina llevar adelante un programa de fitomejoramiento en soja”.
“Ante esta situación característica y controvertida de la Argentina existe una necesidad imperiosa de ordenar el tema de la propiedad intelectual y reajustar el proceso de fiscalización mediante una acertada ley de semillas que permita el reconocimiento económico adecuado para quienes invierten en fitomejoramiento”, remarcó Fogante.
Tranqueras adentro, en cuanto al ambiente y el manejo, el experto destacó que “no hay ganancia genética real si esa mejor genética y tecnologías no se aplican sobre un ambiente productivo mejorado que permita convalidarla”. En este sentido y, dependiendo de la zona productiva, la elección adecuada del material, entre el amplio portfolio de variedades que ofrecen las empresas, “es determinante para que el cultivo exprese su potencial de rendimiento”.
“Aun así, ubicar el periodo crítico en el momento de mejor oferta hídrica o para evitar el riesgo de heladas va a depender de una fecha de siembra adecuada. Hoy tenemos a nuestro alcance varias herramientas como drones, imágenes satelitales, mapas de rendimiento y modelos de simulación que nos brindan mucha información valiosa en el momento de tomar decisiones para poder trabajar por ambientes y diseñar un esquema productivo más eficiente, rentable y sustentable”, describió.
Fogante también apuntó al correcto manejo del suelo como clave para optimizar los rindes en soja. “Si bien ya son ampliamente conocidos los beneficios de la siembra directa concebida como sistema -como su impacto positivo en la mejora continua de los suelos, el secuestro del carbono, el ciclado más eficiente de nutrientes, la mayor infiltración del agua de lluvia, la reducción de la erosión, el aumento de la biodiversidad, entre otros tantos beneficios-; se advierte un incremento en suelos labrados, una práctica que, lejos de sumar, resta y muchísimo”, aseguró.
En relación con la fertilización, “aunque innumerables trabajos demuestran las respuestas de rendimiento ante la fertilización con fósforo, potasio, azufre y boro, solo el 14% de los lotes del país se somete a análisis de suelo”. En este sentido, recordó que, “cuando se recompuso los niveles de azufre en lotes antiguos de agricultura y/o en suelos con bajos niveles de materia orgánica, la soja produjo un salto productivo importante”. Según el especialista, este es uno de los primeros factores a trabajar, ya que la disponibilidad de nutrientes es una limitante actual en nuestros sistemas productivos para maximizar la productividad de la soja.
Por último, otro asunto para prestar atención es la calidad de inoculación, aprovechando que “se está explorando mucho en biológicos asociados al cultivo”.
“A pesar de que se ha avanzado mucho en tecnologías de insumos y procesos, todavía queda mucho margen para ajustar tranqueras adentro con el objetivo de maximizar la productividad del cultivo de soja”, finalizó.
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