Por la presión tributaria y otras distorsiones, el país se está perdiendo una oportunidad para crecer
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¿A alguien en su sano juicio podría ocurrírsele poner a Messi en el banco en la final del Mundial? En economía, siguiendo las enseñanzas de Adam Smith, todos los países normales potencian a sus sectores más competitivos, a sus mejores jugadores. Esto genera los mejores resultados con un rápido desarrollo e incremento de exportaciones que les permite entrar en una beneficiosa inserción en la globalización mundial y en un desarrollo sostenible.
Así lo hizo nuestro vecino Brasil, que potenció su agroindustria y en 50 años incrementó sus exportaciones agrícolas 70 veces y las de carnes 60 veces, llevando su participación en el PBI sudamericano del 26% al 50%. De la mano de este crecimiento, logró reducir la pobreza del 45% al 25% generando decenas de nuevas ciudades en el interior profundo con estándares de vida europeos y una economía sana y estable como política de Estado.
En la Argentina la estrategia fue inversa: discriminamos a nuestro sector más competitivo con permanentes políticas con sesgo anti exportador, agregándole ante cada necesidad más carga, reduciéndole gradualmente su potencialidad y llevándolo a languidecer con un aumento en las exportaciones del agro de solo seis veces en los últimos 50 años, y un estancamiento en las de carnes.
El resultado está a la vista, nuestra participación en el PBI de la región se hizo añicos bajando del 38% al 15%, la pobreza creció exponencialmente de menos del 6% a más del 40% y nuestra economía está estancada hace decenios. La noción de desacople de los buenos precios internacionales es suicida ya que ha desincentivado la producción y no ha logrado desacelerar la inflación.
En el caso de la soja -nuestra cadena “estrella”- la situación es patética. Pese a los excelentes precios internacionales la producción ha decrecido en los últimos 12 años un 30%, víctima de la enorme discriminación fiscal que padece y que hoy genera una presión 70% superior a la del promedio de la economía. A eso se debe sumar un tipo de cambio artificialmente subvaluado que castiga injustamente a toda la producción exportadora. La cadena exporta más de un 80% de productos industriales pero pagan más retenciones que la exportación de materia prima. Esto genera un disparatado desincentivo que impacta en la moderna industria, desarrollada con inversiones de decenas de billones de dólares, una capacidad ociosa que hoy es del 50% y un liderazgo internacional que se extingue.
Lo más paradójico es que el principal perjudicado por esta situación es el propio Estado que se lleva el 50% del valor de cada tonelada.
La solución es sencilla y su aplicación en el entorno actual deberá ser gradual, pero con señales claras y firmes. Se trata de mercados abiertos y en competencia, un tipo de cambio y una carga fiscal que se acerquen gradualmente al promedio de la economía y apunte al óptimo definido por la curva de Laffer.
De este modo crecerá la torta y la recaudación será mucho mayor aún con alícuotas menores. Por último, hay que equilibrarle la cancha a la industria sin generar inequidades versus la exportación de materia prima. Así saldremos de la cíclica trampa de la falta de dólares y, como nuestros vecinos, estaremos pronto “embuchados” en dólares. Pero, lo más importante, es que estaremos generando trabajo sustentable de calidad en una sociedad más feliz.
El principal desafío del sector es encontrar la manera de transmitirle a toda la sociedad que no es un pequeño grupo el que se beneficia. Somos campo, pero también industria y ciudad. Y si le va bien a la agroindustria hay un impacto directo en el bienestar de toda la sociedad argentina con un amplio derrame.
También tengamos en cuenta que tenemos una responsabilidad con el mundo que necesita que la Argentina vuelva a la cancha para lograr paliar la amenaza del hambre dejando así de ceder terreno a sus competidores.
El autor es presidente de la Asociación de la Cadena de la Soja (Acsoja)
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