Se trata de Jimena Sabor, que siendo bibliotecaria decidió continuar con la pyme de bioinsumos que inició Roberto
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La igualdad de género, oportunidades y el cuidado del medioambiente son temas que en la actualidad se encuentran en la agenda mundial. Pero años atrás no eran cuestiones que importaran demasiado en la sociedad.
Sin embargo, en La Carlota, Córdoba, en el hogar de los Sabor eran cosas que se respiraban a diario. Desde siempre, el matrimonio formado por el ingeniero agrónomo Roberto y Martha inculcaron a su hija Jimena en esos “valores de vanguardia”.
Con algo más de 50 años, Jimena recuerda con mucho cariño su infancia y adolescencia, donde creció viendo a unos padres disruptivos y de avanzada, con Roberto que le decía que “algún día la basura va a ser un gran negocio”, mientras que Martha recibía el certificado de pilota de avión con el nombre de “Hombres del aire”.
“Biotecnología e innovación eran palabras poco conocidas, pero en mi casa se hablaba de ello. Fue así que en 1996, sin ni siquiera tener el apoyo de su asesor técnico, mi padre decidió encarar la fabricación de bioinsumos porque decía que por ahí iba a ir la agricultura del futuro. De esa idea original, el año pasado la empresa cumplió 25 años”, cuenta la emprendedora a LA NACION.
Si bien Sabor estudió para bibliotecaria, siempre estuvo interesada por los temas de sustentabilidad ambiental y, en ese contexto, en 1998 decidió dejar los libros de lado y ayudar a su padre a dar identidad al emprendimiento, un marco legal y sobre todo cooperar con los trámites de registro del producto en el Senasa.
Un bioinsumo es, según el Comité Asesor en Bioinsumos de Uso Agropecuario, “todo producto biológico que consista o haya sido producido por microorganismos o macroorganismos, extractos o compuestos bioactivos derivados de ellos y que estén destinados a ser aplicados como insumos en la producción agropecuaria”.
“A pesar de la insistencia de los asesores, mi padre se negaba a incorporar químicos en los ensayos. Ellos le decían que si le colocaba algo de eso, la aprobación podría salir más rápido. Al no haber nada parecido en el país, tuvimos que demostrar al Senasa y sobre todo a los productores que, a pesar de que no tuviera químicos, funcionaba. Pero lamentablemente, papá no pudo ver ningún registro, murió en septiembre del 1998 y ese primer número de registro salió recién en diciembre de ese año”, relata.
Fue así que, en un lento progreso y ya sin su padre, desde la fábrica ubicada en el norte de la capital cordobesa, salió a vender el producto: “Sin nombre, un solo producto y un solo destino, la provincia de Catamarca, fueron los inicios de la empresa. El crecimiento tardó porque el sector no estaba maduro, hoy tener 25 años en bioinsumos no es poca cosa”.
En ese devenir, se sumaron dos socios estratégicos con un 5% se incorporó la pata agronómica de la mano de Horacio Almada y por otro el microbiólogo Rodrigo Asili, con otro 5%. Lo profesional iba a hacer malabares con su vida personal también agitada: un primer marido le daría su primogénita que hoy vive en Estados Unidos y está por ser madre; luego con su segundo matrimonio llegaría su segundo hijo que decidió años atrás también partir a México; con su tercer marido sumaría tres hijos más y finalmente su cuarto matrimonio le dejaría su sexto hijo.
En la actualidad, el emprendimiento que lleva el nombre de Summabio ya comercializa varios productos. En la planta trabajan 13 personas y tiene una red en todo el país de 20 vendedores que comercializan los bioinsumos en Córdoba, Buenos Aires, Mendoza, Tucumán y Chaco. Fue así que su facturación 2021 creció casi un 30% con respecto al año anterior.
En cuanto a las exportaciones, ya están en Paraguay, Uruguay y Bolivia. “No es fácil exportar porque requiere de registros al país donde va, además de un estudio que demuestre que el producto no genera alteración del ecosistema de ese país”, explica.
En octubre pasado, la pyme recibió la certificación como Empresa B, un sello otorgado por una calificadora independiente que legitima que la compañía cumple con estrictos estándares en cuanto a lo social, lo ambiental, la transparencia y responsabilidad.
“Es una imagen positiva para nosotros que creemos en este modelo empresario sostenible. No soy una fundamentalista de esto porque no existe en la actualidad la posibilidad de reemplazar todos los químicos. Pero si creo en una agricultura más responsable y diferente, en cultivos sostenibles que reduzcan el calentamiento climático global, donde se produzcan alimentos más sanos que es lo que quiere el mundo. Hoy la demanda viene del consumidor y esa es la veta que se abre para empresas como la nuestra”, describe.
En el 2021, Sabor estuvo nominada en la categoría Sustentabilidad del certamen Córdoba Empresaria de 2020. Además, es vicepresidenta de la Cámara Argentina de Bioinsumos e integra la Red de Mujeres Rurales y la Fundación Flor, dentro del comité de agro y sustentabilidad.
“Mi padre estaría orgulloso de lo que soy y logré porque este era su norte. Es un tributo a esas ideas locas que lo impulsaron a comenzar 25 años atrás”, finaliza.
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