La productividad de la oleaginosa puede alcanzar niveles más altos con una estrategia de fertilización balanceada y otras tecnologías
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Si se compara con un testigo sin fertilización, el aporte de una nutrición balanceada en soja -medido en una campaña- puede estar en el orden de los 600 kg/h. En los suelos de la zona núcleo, la principal limitante es el fósforo, que se lleva al menos dos tercios de esa respuesta. El resto es aportado por elementos como el azufre y los micronutrientes.
El dato lo aporta Gustavo Ferraris, especialista en nutrición de cultivos de INTA Pergamino, quien además acota que en los últimos cinco años prácticamente se duplicaron los niveles de reposición de nutrientes en la agricultura, llegando a alrededor de 5 millones de toneladas de fertilizantes. Esto se debe a una mayor proliferación de gramíneas, sobre todo trigo y maíz. “Lo que más aumentó fue el nitrógeno, pero también hubo incrementos en fósforo, azufre y zinc, aunque aún no se llega a reponer la totalidad de lo que se extrae”, puntualiza.
Más allá de ciertas asimetrías por zonas, está claro que la fertilización es una práctica que no deja de avanzar. “Los productores tienen cada vez mayor conciencia de la necesidad de reponer nutrientes y de los beneficios que esto genera. Lamentablemente, muchas veces, la incertidumbre económica o climática hace que no se utilice todo lo que se espera”, opina Ferraris.
El especialista destaca que en la campaña de trigo el uso de fertilizantes se mantuvo a pesar del incremento de precios. Y en el caso de maíz y especialmente soja, probablemente haya un pequeño recorte en la dosis, que dependerá de factores que todavía no están esclarecidos, como el clima.
“El fósforo es un elemento que responde a estrategias de largo o mediano plazo. Que un cultivo esté bien o mal nutrido depende más de la historia de fertilización del lote que de la cantidad de nutrientes que estemos aplicando ese año. Lo más aconsejable a mediano plazo es llevar una estrategia de reposición”, expresa Ferraris y detalla que esto se puede lograr de diversas maneras.
En la media en que crecen los rendimientos, las necesidades de nutrición son mayores. Cada vez se piensa más en estrategias integradas, con una parte del fósforo en cobertura total antes de la siembra, y una dosis de fertilizante localizado en la línea o al costado de la línea al momento de la siembra. Esas aplicaciones anticipadas son en general de fuentes con una alta concentración de fósforo, mientras que a la siembra se utilizan arrancadores con una composición más diversificada de elementos.
La inoculación es otro aspecto importante en el cultivo de soja. La Argentina tiene esta práctica muy arraigada. Según Ferraris, si se compara con EE.UU., allí la soja es de menor potencial de rinde pero con alto contenido de nitrógeno residual en el suelo producto de las dosis que se aplican en maíz. En la Argentina sucede lo contrario: no quedan prácticamente fertilizantes residuales de otros cultivos pero los rendimientos de la soja, en general, son altos.
“La relación entre demanda y aporte de nitrógeno al suelo es más bien deficitaria y a eso responde la respuesta que se tiene a la inoculación”, analiza. Destaca, además, que en los últimos siete años se ha puesto mucho foco en la calidad de los inoculantes: “Se han logrado formulaciones más estables. También creció el tratamiento profesional de semillas, lo cual facilita la logística al productor. Y además se han sumado productos como los promotores de crecimiento y los fungicidas biológicos. Es un área donde ha habido un incremento de la oferta”.
El especialista en nutrición considera que si bien se mantiene el uso de fuentes que tienen muchos años como el MAP, la urea o el líquido UAN, se ve un mercado creciente de especialidades. Y allí “hay fertilizantes de eficiencia mejorada como las fuentes con protectores de la volatilización, de la lixiviación en el caso de los nitrogenados. Y en los fosforados vemos mezclas físicas y químicas, modificaciones de la forma física de los fertilizantes y el agregado de elementos que hasta ahora no habían sido muy utilizados en los planteos productivos como azufre, zinc y boro en gramíneas, cobalto y molibdeno en el caso de la soja”, detalla.
“También hay una serie de nuevos insumos que están en un paso intermedio entre la fisiología y la nutrición, muchos de origen biológico que se utilizan bajo conceptos paraguas como biestimulantes, fisioactivadores, y que incluyen moléculas de naturalezas muy diversas que buscan la activación de la fisiología de la planta, una mayor tolerancia a algún tipo de estrés o estimular reacciones defensivas”, enumera Ferraris. El técnico explica que del lado de la industria hay una apuesta fuerte a la introducción e inscripción de estos nuevos productos. En tanto, del lado del productor, una decisión de producir más, con lo cual está abierto a incorporar nuevas tecnologías.
Por último, concluye que hay mucho por hacer en todo lo vinculado al manejo sitio específico de la fertilización. “Un punto grande para mejorar”, dice.
LA NACIONTemas
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