Hacia 2030 se estima que el comercio mundial de granos forrajeros será 70 millones de toneladas mayor que el actual, correspondiendo a maíz 60 millones de ese total. El de soja crecería en 45 millones y el de harina de la oleaginosa en 10 millones de toneladas
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El país tiene motivos para festejar la suba de precios de nuestros principales rubros de exportación, reflejados por los aparentemente mágicos 600 dólares de la soja en Chicago, que colectivamente identificamos como máximos de la serie. Sin embargo, festejan a medias los productores, porque entre derechos de exportación y brecha cambiaria reciben un tercio de ese valor internacional.
Festeja el Gobierno, porque mejora sensiblemente la recaudación fiscal y la balanza de pagos, dos variables claves para mejorar el rumbo de la economía y contrarrestar así buena parte de los perjuicios que genera la pandemia.
La sociedad en su conjunto tiene también para festejar porque siempre al país le fue mejor cuando factura muchos dólares de exportación. El impacto del precio de los granos en el costo de los alimentos es fundamentalmente un problema de precios relativos, independiente de la inflación que es un fenómeno económico producto de diversos factores y sostenido en el tiempo.
Las razones de la suba del precio internacional del maíz y de la soja tienen más que ver con incremento de la demanda que con problemas de oferta. Eso es muy auspicioso por que le dará más sustento en el tiempo a los precios retributivos para el productor.
La recuperación del stock porcino de 320 a 400 millones de cabezas en China, pero ahora con granjas de gran escala en lugar de la tradicional producción de una o dos madres en el fondo de la casa de pequeños productores, el crecimiento de la producción de pollo y de la piscicultura en cautiverio, en reemplazo del faltante de carne porcina y de la esperable sustitución del consumo de animales silvestres, determinan un fuerte incremento estructural en la importación de granos forrajeros y de soja para producir harina.
Esta demanda de China de 55 a 60 millones de toneladas de cereales y 100 a 105 millones de toneladas de soja tendrá continuidad en próximas campañas, según las estimaciones de la mayoría de los analistas.
También se espera que el sudeste asiático, Latinoamérica, África y Medio Oriente incrementen sus necesidades de importación. Hacia el 2030 estimamos que el comercio mundial de granos forrajeros será 70 millones de toneladas mayor que el actual, correspondiendo a maíz 60 millones de ese total. El comercio mundial de soja crecería en 45 millones y el de harina de soja en 10.
Cabe entonces preguntarse si seremos capaces de capturar esta oportunidad que nos ofrece el mercado mundial, acompañando con un salto productivo que nos permita mantener o incrementar nuestra participación sobre el comercio internacional.
Es interesante comparar la evolución del área cosechada de trigo, maíz y soja de la Argentina y nuestros principales competidores, especialmente a continuación de los picos de precios internacionales que se dieron en el 2008 y 2012. Ucrania y Brasil tuvieron un notable crecimiento del 80% del área cosechada de trigo, maíz y soja, respecto del área de 2006/2007, mientras que Estados Unidos solo lo hizo en un 10%, en respuesta a los altos precios.
La Argentina tuvo un leve incremento del 10% del área en respuesta a los altos precios del 2012, pero agregó otro 10% cuando se eliminaron los derechos de exportación a los cereales entre 2016 y 2018.
Cabe entonces preguntarse cuánto podría crecer el volumen de producción y el ingreso de dólares al país si se redujeran los derechos de exportación, sin afectar la recaudación, por lo menos de los productos gravados hoy con alícuotas más altas.
A modo de disparador del debate, adjunto un posible escenario de crecimiento de la producción, del ingreso de divisas, sin afectar la recaudación, que podría esperarse ante una reducción en la alícuota de derechos de exportación en soja.
Esta proyección se basa en un crecimiento del área de soja en zonas más alejadas de los puertos, acompañada por un crecimiento del área de maíz en esas zonas por rotación sustentable, incremento del área de doble cultivos (soja sobre trigo y cebada, soja sobre girasol y soja primicia antes de maíz tardío en el NEA). La mejora en 100 dólares por hectárea permitiría también mejorar el paquete tecnológico incrementando el rendimiento.
Está claro que la respuesta productiva ante el incentivo de una menor presión fiscal solo podrá ser verificada en la práctica. La historia nos dice que siempre que se bajaron o eliminaron los derechos de exportación la producción creció.
Es una decisión que el Gobierno debería estar dispuesto a tomar, si privilegia en su análisis la mejora posible en la balanza comercial, una mayor recaudación por nivel de actividad, con muy bajo riesgo de caída en la recaudación por derechos de exportación. El cartero llamó tres veces. Ojalá no desaprovechemos esta nueva oportunidad.
El autor es analista de mercados y consultor privado
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