Los expertos Esteban Jobbagy, Emilio Satorre y Gervasio Piñeiro dejaron importantes definiciones en el Congreso de Maíz Tardío organizado por Brevant Semillas
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“Subfertilizamos, le estamos todavía robando nutrientes al suelo. Hacemos minería de los nutrientes del suelo y este es un problema en cuanto a la sustentabilidad de la agricultura”.
Así se refirió Esteban Jobbagy del Grupo de Estudios Ambientales Imasl-Conicet y la Universidad Nacional de San Luis, durante el 6º Congreso organizado por Brevant Semillas sobre el maíz tardío, donde abordó la temática de la impronta ambiental de la agricultura en la Argentina.
En este sentido, señaló que le preocupan mucho las huellas ambientales que deja la agricultura, que tienen que ver con la sustentabilidad. “Me ha desconcertado durante mucho tiempo esa huella ambiental, porque es muy distinta a lo que encontramos en otros países. Tal vez esto emerge de un comportamiento mezquino y apurado de nuestra agricultura”, dijo.
Haciendo una comparación de la agricultura argentina con la de India, el especialista graficó: “El campo en India es un campo vibrante, de gente trabajando, pero lo increíble es que el cielo está surcado de cables eléctricos. En India cada campo de una hectárea tiene su bomba de riego. Hay un milagro en India y es que han logrado sostener la producción de alimentos para abastecer a una población que crece muchísimo a fuerza, en gran parte, de regar. Es un granero del mundo que riega tanto, usando aguas subterráneas, que se están vaciando sus acuíferos”.
Extrapolando esta situación a la Argentina, Jobbagy planteó: “Acá nos encontramos con lo opuesto, regamos muy poco y en nuestra agricultura sobra agua. Nos inundamos cada vez más seguido, tenemos recurrencia de anegamientos y se salinizan porque sobra agua. Tenemos un sistema que es totalmente distinto en el uso del agua”.
Otro punto que destacó es el manejo de nutrientes. “En el mundo para sostener la producción, hay un uso opulento de los fertilizantes, hay una sobrefertilización, y cuando se fertiliza mucho, parte de los nutrientes se escapan al agua, y los ecosistemas acuáticos son los primeros en sufrir esos excesos de nutrientes, porque se llenan de algas”.
En el caso de la Argentina, Jobbagy consideró: “Subfertilizamos, le estamos todavía robando nutrientes al suelo. Hacemos minería de los nutrientes del suelo y este es un problema en cuanto a la sustentabilidad de la agricultura y también por cuestiones ambientales, porque si vas minando el suelo va perdiendo su materia orgánica, el humus, que le permite secuestrar carbono. Este es otro signo de la Argentina que es opuesto a lo que vemos en otras partes del mundo”.
El analista rescató al maíz tardío porque ha aportado a la sustentabilidad al permitir intercalar soja y maíz y dar más estabilidad a las rotaciones. “Pero fue funcional a este esquema que yo llamo mezquino, porque sembrando tarde usamos mejor los nutrientes del suelo y no tenemos que fertilizar y tenemos un uso de agua muy acotado, con un target de producción chico o mediano muy seguro”.
Siguiendo con su análisis, Jobbagy planteó que a la subfertilización y la sobra de agua se suman otros dos problemas: “Para mantener una estación de crecimiento corta y el resto del tiempo que no haya plantas creciendo tenemos los herbicidas, y usamos mucho, somos campeones del mundo en uso de herbicidas. Esto nos trajo problemas, como malezas resistentes y la preocupación en la sociedad por la contaminación”.
Sin embargo, se mostró optimista sobre el futuro: “Nosotros hoy podemos ver muy bien los campos con satélites y tomar el pulso del verdor a lo largo del año. Estamos encontrando que en los últimos cinco años, ese tiempo muerto que teníamos en los inviernos, está reverdeciendo cada vez más y eso ocurre porque los productores están recurriendo más a los cultivos de servicio y un poco más a cultivos de invierno”.
A modo de conclusión resumió: “Nunca la agricultura ocupó tanta superficie, nunca tuvo tanta impronta en el ambiente, pero nunca fue tan invisible cultural y económicamente. En 1850 era el 90% del Producto Bruto global la agricultura y hoy es el 3%”, y remató: “Necesitamos llegar a una agricultura más sabia, en la que hace falta conocer pero también ser justo, y una agricultura sabia será una que use el conocimiento pero que también sea más justa con la gente y con el ambiente”.
A su turno, Gervasio Piñeiro, investigador de LART-Fauba e Ifeva-Conicet, dio un dato relevante: “En 2014 y 2015, el 4% de productores usaba cultivos de servicio, al año siguiente era el 9%, al siguiente 11%, luego 13%, y en la campaña 2019/2020 el 19% de los productores argentinos usaba cultivos de servicio”.
Entre las ventajas que tiene esta práctica planteó que “el ecosistema está mejor, más saludable, las cosas funcionan mejor, los cultivos rinden más, y la sensación es que cuando un productor entra en el sistema ve sus bondades y que es más complejo, pero no necesariamente más complicado para trabajar”.
Hacia el futuro, Piñeiro opinó que se vienen sistemas de cultivos de servicios más pensados. “Me parece que para hacer un buen cultivo de servicio la clave es hablar del período en que se termina el cultivo de servicio y se prepara para sembrar el maíz tardío o el cultivo que viene. En ese período es clave la captura de agua y la sincronización de la oferta y demanda de nutrientes”, completó.
Por último, el especialista Emilio Satorre, de Fauba y Aacrea, describió que la agricultura argentina tuvo en los últimos 40 años “una transformación abrumadora”.
“Los primeros años de esa transformación transcurrieron entre principios de la década del 90 y los comienzos del siglo XXI. Cuando esto empezó la Argentina sembraba unos 15 millones de hectáreas y producía alrededor de unas 40 millones de toneladas. En los 30 años siguientes esa transformación revolucionó la agricultura en base a la expansión del cultivo de soja y permitió cambios tecnológicos muy importantes, y la superficie sembrada llegó a 36 millones de hectáreas y casi 140 millones de toneladas de producción”, detalló.
Para Satorre, existen tecnologías duras y blandas, tecnologías que implican modificaciones en la forma de hacer las cosas, que generaron cambios organizacionales y productivos, y “tecnologías que permiten cambiar los procesos, las formas en que las cosas se hacen”.
“Tuvimos dos etapas, una primera en la que el cultivo de soja fue el actor dominante y muchas de las tecnologías fueron de la mano de su expansión, y en los últimos 15 años el cultivo de maíz comenzó a ser un actor preponderante, balanceando la estructura de nuestros sistemas productivos”, completó.
Acerca de los cultivos tardíos, planteó que su rol fue muy importante para generar este proceso de transformación en la agricultura: “Los cultivos tardíos permitieron, a través de un cambio en la fecha de siembra, generar que este proceso de expansión permitiera al cultivo de maíz avanzar sobre ambientes que eran menos privilegiados para la agricultura”.
A su juicio, los maíces tardíos facilitaron la incorporación de “un actor polifacético, que generó un guion distinto dentro de la obra y permitió generar un tercer papel con los cultivos de maíz de segunda, generando nuevos actores. Tenemos muchos cultivos de maíz ahora que antes no teníamos y todo eso es gracias a la tecnología”.
Citó como ejemplo la reducción de la densidad de siembra para que las plantas puedan producir más con menos variabilidad, y sobre todo cambios en la genética que accionaron sobre la productividad, más tolerancia a los factores adversos y protección frente a diversas adversidades.
En un párrafo especial Satorre analizó: “El maíz es integrador porque es un cultivo que aúna un montón de actividades. A partir del maíz se desarrolla en la Argentina el aporte al sistema energético con energías renovables y la producción de bioetanol, pero sobre todo el maíz es un integrador de actividades dentro de la empresa agropecuaria”. Puntualizando que el maíz “permitió la expansión del sistema ganadero extensivo, en la ganadería de carne vacuna y porcina, la producción aviar, y de la mano del maíz no sólo se rotan cultivos, se conservan recursos del sistema productivo, sino que además se permite el ciclado de nutrientes”.
En este contexto, señaló que la innovación pudo mostrar todo su potencial de la mano del cultivo de maíz. “Las primeras innovaciones tecnológicas en el agro, de la mano de la digitalización, llegaron con los sensores remotos, sensores en satélites, que percibían heterogeneidad dentro de los establecimientos productivos. También a través de los monitores de rendimiento y sensores en máquinas cosechadoras se iban detectando diferencias, y así se pasó de producir en áreas supuestamente homogéneas a ambientes homogéneos y eso transformó la agricultura para llegar a la agricultura por ambientes”, explicó Satorre.
Paralelamente consideró que “el maíz es el cultivo que más tecnología tiene en la semilla. La cantidad de eventos apilados que tiene el germoplasma de la semilla de maíz le permite al productor manejar un cultivo con una versatilidad y una seguridad que era impensada años atrás”.
Por último, Satorre consideró que la agricultura está trabajando en poder incorporar mejoras y cambios en su sistema productivo “que permitan reducir o atenuar el impacto de esos procesos de deterioro y exaltar la productividad con un mínimo impacto en el ambiente para que los procesos no sólo produzcan gran cantidad de alimentos, de la mejor calidad, con una agricultura más amigable con el ambiente y que eso contribuya a construir junto con las comunidades rurales y la sociedad”.
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