Entre mañana y el domingo se hará en el Mercado de los Carruajes, en la Ciudad de Buenos Aires, la primera Feria Slow Wine Latinoamérica, con la participación de 56 bodegas argentinas y emprendimientos de Chile, Uruguay, Perú y de Bolivia
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Bajo la consigna “vino bueno, limpio y justo”, mañana y el domingo se hará en el Mercado de los Carruajes, en Leandro N. Alem 852, en la Ciudad de Buenos Aires, la primera Feria Slow Wine Latinoamérica, con la participación de 56 bodegas argentinas y de bodegas de Chile, Uruguay, Perú y de Bolivia. Esta rama vitivinícola del movimiento internacional Slow Food busca convertirse en una red inclusiva y colaborativa que integre a los diversos eslabones de la cadena de valor del vino bajo los principios del comercio justo, con formas de producir que pongan en el centro el cuidado del ambiente y de las comunidades donde se desarrollan los emprendimientos.
“La Feria Slow Wine es el puntapié inicial para continuar la conversación sobre cómo producimos vino y qué vino decidimos consumir”, dijo a LA NACION Pia Graziosi, sommelier y una de las organizadoras del encuentro. Agregó que la concreción de la feria “permitirá darles visibilidad a aquellos productores que vienen trabajando bajo una filosofía que se acerca a una producción buena, limpia y justa, e invitar a otros productores a participar y a considerar la posibilidad de replantearse los modos de producción. Este será un espacio donde los viticultores podrán encontrarse para intercambian experiencias y generar comunidad”.
Una vez por año se realiza en Bologna, Italia, la feria central de Slow Wine. Allí, en las últimas dos ediciones se destacó la participación de los vinos de Latinoamérica. “Ese entusiasmo fue el que nos empujó a trabajar por esta Feria, con la intención de profundizar la relación entre productores de países de la región y de fortalecer esta tendencia de producción”, señaló Pia, que junto con Guadalupe Conti llevan adelante Rito, un emprendimiento especializado en enoturismo y consultoría enogastronómica en la Quebrada de Humahuaca. El resto del equipo organizador de la Feria está compuesto por Juan Gualdoni, coordinador de Slow Wine Latam, y por la sommelier Camila Lapido.
“Los asistentes a la Feria se encontrarán con productores de vino de todo el país, desde la Patagonia hasta La Quebrada de Humahuaca, además de expositores de Chile, Bolivia, Perú, Brasil y Uruguay. Podrán probar los vinos, comer en los stands del mercado y asistir a charlas que darán los productores sobre diversas temáticas relacionadas con la filosofía que pregona Slow Wine”, contó Pia.
La sommelier explicó que una vitivinicultura responsable con el ambiente y con el entorno social en la que se desarrolla “es una tendencia en el mundo del vino, porque el consumidor presta cada vez más atención a lo que consume. Y, si bien aún podría considerarse una iniciativa de nicho, vemos que bodegas grandes ya están sacando líneas pensadas para supermercado (gamas medias y bajas) que hablan de producciones orgánicas”.
Como asignaturas que la vitivinicultura argentina tiene por delante, Pia puntualizó la necesidad de trabajar más sobre el entorno social en el que se desarrolla la producción y en el cuidado del agua. “En la cadena de producción suele haber una brecha muy grande en calidad de vida entre los que trabajan en los viñedos y los demás actores; donde esos trabajadores difícilmente llegan a poder probar los vinos que se originan en las uvas que ellos cultivan. Y sobre el consumo de agua en bodegas y viñedos, hay todavía espacio para trabajar en una mayor conciencia sobre el cuidado del recurso”, analizó.
Paisaje de Quebrada
En Quebrada Chañarcito, a 6 kilómetros de Purmamarca, en Jujuy, desde hace 17 años la bodega Amanecer Andino suma el verde de sus vides a los colores de los cerros. En unas 5 hectáreas hoy conviven cardones con cepas de Malbec, Cabernet Sauvignon, Bonarda, Cabernet Franc, Semillón, Marselan, Ancellotta y Tempranillo. De allí, a 2300 metros sobre el nivel del mar, surge la línea de vinos De Extrema Altura, mientras que con uvas que adquieren a pequeños productores de los valles templados jujeños (Monterrico, Perico, Algarrobal y Ceibal) elaboran la línea Un Corte en la Quebrada.
María José Gonzales, socia gerente de Amanecer Andino, contó a LA NACION que la bodega continúa siendo un emprendimiento familiar, que hoy tiene capacidad para producir 80.000 litros anuales de vino. “El manejo de los cultivos es totalmente orgánico, sin el uso de agroquímicos, y para todas las labores empleamos mano de obra local, para sumar trabajo y para que la gente se quede en el campo. En los comienzos, como la actividad era nueva para la región, vino gente de Mendoza a brindar capacitación sobre todas las tareas que son necesarias para las viñas y así fuimos formando un equipo que no solo sacó adelante la bodega, sino que ahora sigue capacitando a otras personas que quieren incorporarse a la actividad vitivinícola. Como bodega siempre tenemos las puertas abiertas a todos los que deseen aprender. Recibimos establecimientos educativos, tanto agrotécnicos como los que no tienen orientación agropecuaria, pero que vienen con la vocación de mostrarle a los chicos el valor de esta actividad”.
Recién este año la bodega incorporó el enoturismo como actividad adicional a la producción de vino. “Habilitamos una sala de degustación y visitas guiadas, así más gente puede llegar a conocernos y a compartir el entorno natural increíble en el que nos encontramos”, destacó la productora.
Acerca de la participación en la feria Slow Wines, María José expresó su alegría por “la posibilidad de mostrar lo que estamos haciendo, el camino recorrido y como venimos evolucionado gracias a seguir aprendiendo. Creo que todo esto se está notando en los vinos que producimos, en las devoluciones que recibimos de los consumidores y en los buenos resultados que vamos consiguiendo en los concursos en los que participamos. Queremos mostrar en Buenos Aires que Jujuy tiene una vitivinicultura de calidad que se incorpora como atractivo a los paisajes que los turistas vienen a disfrutar en la provincia”.
Añadió que la feria también les dará la posibilidad de compartir experiencias con otros productores y de seguir aprendiendo. “Una de las cosas que nos caracteriza en Jujuy es que somos pocos los productores de vino y eso nos permite estar muy unidos. Cuando alguien necesita una mano, información o alguna máquina nos ayudamos entre todos porque estamos lejos de los centros proveedores de repuestos específicos para la industria, que en general están en Mendoza. Por esos, tomar contacto con productores de otras zonas del país será enriquecedor para todos”, concluyó.
Empuje joven para una bodega tradicional
La novel historia de la Bodega Flor Silvestre se nutre del legado agrícola de dos familias pioneras de la vitivinicultura en la Argentina: los Zingaretti, que llegaron desde Italia cuando los calendarios desandaban las últimas páginas del 1800 para hacer de Tupungato, en el Valle de Uco, su lugar en el “nuevo mundo”, y los Balestra, que arribaron en los ‘50 desde el mismo origen para sumarse a la producción de vino y al trabajo de la tierra. “Decidimos volver a darle vida a la antigua bodega que fundó la familia Zingaretti, pero con tecnologías del siglo XXI”, expresó a LA NACION Santiago Balestra Zingaretti, que, junto con su hermano, Agustín, son la cuarta generación por parte de los Zingaretti en transformar uvas en vino.
“Flor Silvestre es el resultado de cuestionarnos qué esperábamos para nuestro futuro y cómo queríamos nuestro presente. Comenzamos en 2017 a trabajar de una manera orgánica los viñedos familiares y fue entonces que empezaron a crecer las flores silvestres en las fincas. En ese momento entendimos que ese era el nombre para nuestro proyecto, nuestro nuevo camino. Comprendimos que, si bien la familia es importante, la denominación debía hablar del presente y eso es Flor Silvestre”, contó Santiago.
Para la producción de las líneas A Flor de Piel y Tiempo Infinito los hermanos Balestra Zingaretti y el equipo de Flor Silvestre se concentran sobre cepas Malbec, Cabernet Franc, Merlot y Chardonnay en pequeñas parcelas de fincas distribuidas en diferentes lugares de Tupungato, que en total suman unas 50 hectáreas de viñedos.
“No tenemos ninguna finca con un monocultivo y eso nos habla de una tradición, de lo que venimos trabajando generación tras generación y hacia adónde apuntamos. Siempre dependiendo de la calidad del terreno, nuestros abuelos iban decidiendo qué plantar, y generalmente, las zonas más agrestes o donde había más piedra y era más difícil hacer otros cultivos, eran destinadas a las vides. Por esto, casi todos nuestros viñedos están orientados hacia las orillas de algún arroyo”, detalló Santiago.
Agregó que el hecho de no tener un campo grande, sino pequeñas fincas “nos permite desarrollar un mapa de Tupungato, donde los vinos nos cuente historias de terruños diversos; de los pueblos y que nos ayuden a que Tupungato se exprese en un todo y no ya en un lugar específico, con un nombre en particular”.
Respecto del hecho de trabajar de manera orgánica, el productor destacó que influye en diversos aspectos del quehacer cotidiano. “De nosotros, de quienes nos acompañan a trabajar el viñedo y, también, de quienes vienen a compartir una copa de vino. Todos nos involucramos de una manera más segura y humana con la producción, desde el trabajo en el viñedo, donde no se utilizan pesticidas y podemos convivir con la naturaleza de una forma segura, hasta el momento de ver y reconocer en la expresión más sencilla de cada flor la presencia de algo más grande que nos abraza. Intentamos embotellar un poco lo que pasa en nuestro día a día en la montaña y que cada vez que se abre una botella ese mismo espíritu llegue al consumidor”, expresó.
Por último, Santiago destacó como muy positivo el hecho de que Slow Wine se haga presente en Latinoamérica y, más específicamente en la Argentina. “Creemos que son las ganas de conectarnos a lo natural, a lo más primitivo, lo que nos hace tomar consciencia de que somos humanos. Que esto tome tal dimensión como para hacer este tipo de ferias hay que celebrarlo. Disponer de un ámbito donde confluirán productores de diversos puntos del país y de la región habla de que el futuro que nos espera será mejor de lo que pensamos. Es un momento para compartir y crecer; para aprender y explorar, realmente estamos muy contentos de que Flor Silvestre pueda ser parte de este encuentro”, afirmó.
De la escuela a la viña
Antes del oasis fue el pasto salado. Así bien podría iniciarse la historia de Cielos de Gualjaina, la pequeña bodega familiar que Alejandra González y Mariano Miretti, una pareja de docentes, comenzaron a idear en 2010 cuando adquirieron una tierra yerma entre las aguas cristalinas de los arroyos Lepá y Pescado, a 4,5 kilómetros de la localidad de Gualjaina, en el departamento Cushamen, en plena meseta central chubutense. Con un empuje propio de pioneros, primero fueron los álamos, luego los frutales y con ellos las vides, en un largo proceso de aprendizaje sobre el desarrollo de estos cultivos en una zona de vientos poderosos, heladas que llegan con poco preaviso, inviernos crudos y de veranos con una amplitud térmica que puede llegar a los 30 grados a lo largo del día.
Con el respeto por el ambiente y el compromiso social como hilos conductores del emprendimiento en el que participan en forma activa Florencia, Simón y Sol, hijos de Alejandra y Mariano, en el campo de 11 hectáreas, 1,5 hectáreas están destinadas a las vides sobre suelos aluvionales con aportes de cenizas volcánicas. Allí conviven 2200 plantas de Chardonnay, 1400 de Gewurztraminer y 400 de Merlot. La bodega familiar está construida en adobe y piedras de los ríos adyacentes, al igual que la casa familiar. La primera vendimia comercial de Cielos de Gualjaina fue en 2021.
“La proyección a futuro es llegar a las 12.000 plantas, incorporando otros varietales como Riesling y Pinot Noir. Tras la vendimia 2023 la producción fue de 1200 botellas, casi el doble que el año anterior. Nuestro objetivo es seguir aumentando el volumen hasta llegar a 10.000 botellas por año, aproximadamente”, contó a LA NACION Sol Miretti, que está a cargo de la comunicación del proyecto. Su hermano Simón, que está por recibirse de agroecólogo, se encarga del manejo del campo, mientras que Florencia, la hermana mayor, junto con su pareja, Ibrahim, que es enólogo, asisten con una perspectiva más técnica al arte de hacer vino.
Hoy la línea de vinos de Cielos de Gualjaina incluye el Chardonnay del año, Gewurztraminer del año, Rosado de estepa (blend de Merlot, Gewurztraminer y Pinot Noir), Gewurztraminer Ánfora (pasa un año de crianza en ánforas) y Corniola del año. Esta última es una cepa italiana que casi no se produce en la Argentina. Las uvas se las compran a un productor de Paso del Sapo, a orillas del Río Chubut, que tiene parrales de Corniola de 20 años
“Todos los trabajos de campo están enmarcados en la agroecología, no usamos sustancias químicas, ya que el respeto por la vida que rodea al viñedo es una de nuestras bases. Buscamos la integración del todo, desde el desarrollo del manto vegetal que integra especies autóctonas y exóticas, favoreciendo su fertilidad, hasta el seguimiento de las lunaciones para el manejo de canopia y los trasiegos en bodega. Durante la vinificación buscamos intervenir el vino lo menos posible y utilizamos materiales nobles durante los distintos procesos, como barricas de roble francés de segundo uso y ánforas de gres patagónico. Estas últimas ponen en valor las prácticas ancestrales que, entendemos, son una llave para la generación de una nueva forma de expresión de la humanidad en este mundo que está hoy necesitando dar un viraje hacia forma de producción eco y socio sustentables”, explicó Sol.
Agregó que esta forma de trabajar implica hacer partícipes a distintos actores sociales como los estudiantes de la escuela local y los vecinos, “que se integran durante distintos momentos del proceso del vino, como la poda, la vendimia y en partes del proceso de vinificación. Nuestro objetivo es interactuar en pos de generar un cambio en la sociedad que nos circunda, desde el incentivo de la cultura del trabajo, al respeto del ambiente y de la familia como centro de unidad productiva”, indicó.
Y en pleno recorrido de Cielos de Gualjaina, Sol destacó el hecho de poder participar en la Slow Wines con emprendimientos que tienen ejes similares, tanto en lo productivo, como en el impacto social. “Vemos esta oportunidad como algo potencialmente enriquecedor, de intercambio de experiencias y vivencias. Puede convertirse en un pequeño faro para que otros logren ir hacia una nueva concepción productiva”, señaló.
Además de estas tres bodegas, en la Slow Wine participarán: La Baguala; 35.5 Vinos de Montaña; Asciende; 4 Gatos; 40/40; Alpamanta; Altos La Ciénaga; Altos Las Flores; Amakaik; Antropo Wines; Batallero; Bodega Don Milagro; Casa Tano; Chakana; Conscientemente Viticultores; Bodega13/20; Delator de Sueños; Dominio de Freneza; El Porvenir; Ernesto Catena (Animal); Les Astronautes; Familia Cassone; Equilibrio Imperfecto; Finca Cosmos; Finca Los Dragones; Finca Nunca Jamás; Huichaira; La Giostra del Vino; Libarna; Luna Austral; Magna Montis; Finca Beth; Matias Morcos; Erase una vez; Mil Suelos; Mundo Revés; NODO; Onofri Wines; Argento; Otronia; Rie La Vid; Rincón de Los Leones; Viñas de Huancache; Ritmo Lunar; Santa Julia; Sante Vins; Stella Crinita; Susana Balbo; Renacer; SuperUco; Suspiro del Viento; Utama; Verde Vino, y Sucus. Más información en https://slowinelatam.com
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