Se trata de la especialista en biotecnología vegetal Raquel Chan que, entre otros avances, realizó la investigación inicial que sirvió para el trigo transgénico cuya venta para harina fue aprobada ayer por un organismo de Brasil
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Hace más de 24 horas que el teléfono personal de la científica Raquel Chan no para de sonar. No es para menos, ayer el Gobierno de Brasil aprobó para la venta como harina el trigo transgénico tolerante a sequía, HB4, desarrollado por el equipo del Conicet que ella lidera y por la firma argentina Bioceres.
Entre otras actividades académicas, estudió bioquímica en Israel, luego hizo su Ph. D en bioquímica en la Universidad Nacional de Rosario, para después realizar un posdoctorado en biología molecular en París. En 1992 regresó al país para reingresar al año siguiente a la carrera de investigadora en el Conicet (había estado como becaria a sus 23 años).
En su ingreso a carrera en el organismo, pidió investigar sobre cómo las plantas se adaptan al medioambiente. “Siempre me fascinó el tema, mi observación era que las plantas, ante un estrés de déficit hídrico no se mueren inmediatamente ni tampoco todas juntas. La mayoría sobrevive varios días y mi hipótesis era esa: cómo y por qué sobreviven sin agua las distintas especies”, dijo Chan a LA NACION.
A comienzos de 2000 se planteó la investigación. “A partir del aislamiento del gen HB4, generador de tolerancia, presente en el girasol, fue introducido en otra especie vegetal dejando otra de la misma especie sin modificación para ver cómo se comportaban ambas, tanto el organismo genéticamente modificado como la planta natural”, explicó.
El modelo experimental elegido fue la especie arabidopsis thaliana, una planta chica que entraba en una maceta de ocho centímetros de diámetro, donde en un espacio reducido del laboratorio se podían hacer cientos de ensayos a la vez. Asimismo y, dado su ciclo de vida de solo dos meses, permitía avanzar en el conocimiento de manera más rápida que un cultivo tradicional, que tiene períodos más largos de vida.
Tras cientos y repetidos ensayos, para descartar que no eran accidentales, y probar distintas condiciones de déficit hídrico como también el comportamiento de la planta en condiciones normales, los resultados que arrojaban eran auspiciosos a la respuesta al estrés hídrico, es decir tenían una buena tolerancia.
Fue ahí que quien años antes fue director de su tesis le preguntó si había patentado esa tecnología. “Yo no solo no lo había patentado sino que lo más parecido que conocía de patentes era la de los autos”, relató.
Su anterior director de tesis le hizo un contacto con un grupo de empresarios que acababan de fundar una empresa: Bioceres, que enseguida se mostró interesada por el desarrollo. “Vamos a financiarlo para hacerlo en un cultivo, me dijeron. Sin financiamiento privado hubiese sido imposible”, indicó.
Chan sabía que debía seguir investigando porque lo que funcionaba en un modelo no significaba que funcionaría en un cultivo. “No era lo mismo un modelo controlado en cámaras de cultivo que en una invernadora y más aun en un campo, donde hay variables que se combinan como suelo, temperatura, etc. Uno le tiene mucha fe a lo que hace pero en ciencia no sirven las corazonadas. Ciencia es demostración por eso había que continuar con las investigaciones”, describió.
Se pasó a un trabajo multidisciplinario, mientras se continuaban los estudios de los mecanismos moleculares y fisiológicos en laboratorio, en paralelo Bioceres se ocupó de los ensayos en invernaderos y a campo.
Con una gran inversión, la empresa alquiló campos en distintos lugares. “Se debieron firmar papeles, adecuarse y cumplir los marcos regulatorios. Eran lotes que además debían estar custodiados. Requería de mucho dinero”, detalló Chan.
El trabajo en equipo y la colaboración en la evaluación de los ensayos entre todos los actores, sobre todo con lo que tenía que ver con el rendimiento, fue fundamental.
La doctora María Elena Otegui tomó los 37 ensayos que tenía Bioceres e hizo un estudio día por día con datos que pidió a las estaciones meteorológicas más cercanas a esos ensayos, para entender el porqué del rendimiento de cada cultivo en cada zona. En su análisis, se concluyó que no solo eran tolerantes a sequía sino también al calor.
Con resultados fehacientes, se comenzó tres arduos caminos regulatorios. El primero tuvo que ver con la sanidad ambiental, en donde se presentaron trabajos en la Comisión Nacional Asesora para la Conservación y Utilización Sostenible de la Diversidad Biológica (Conadibio), de medición de la flora y fauna de una región de un cultivo transgénico con la respectiva medición de un cultivo sin transformación.
Luego en el Senasa se demostró “que el alimento que se produce no tiene incidencia en la salud humana ni en animales”. Para esto, se hicieron ensayos en distintos establecimientos externos con animales.
“El último tiene que ver con sanidad económica del país. Estaba varado en la Secretaría de Mercados, que depende del Ministerio de Agricultura, donde decían que esto era bárbaro pero que para la economía argentina podía tener problemas. Por eso, el Gobierno hizo una aprobación condicional hasta que nuestro principal comprador de trigo, Brasil, lo hiciera”, dijo tras la aprobación para harina de este cereal transgénico.
“Lo mismo pasa con la soja transgénica que se espera que China se expida al respecto, en esto estamos aguardando que ello ocurra”, detalló. Vale recordar que la firma Bioceres también tiene una soja tolerante a sequía aprobada en el país pero que espera justamente una autorización de China, el mayor comprador de este producto.
Chan se refirió a los detractores de este desarrollo. Señaló que, por un lado, están quienes tienen intereses económicos y, por el otro, los grupos ambientalistas “que se juntaron en contra de esta tecnología”.
“Desconozco los motivos reales de la grupos económicos. En tanto, los ambientalistas creen que con esto se va a aumentar el uso de herbicidas, sin saber que este trigo se puede hacer con un manejo convencional, usamos los herbicidas cuando hace falta. El tema de una merma en el uso de herbicidas se soluciona con más ciencia, encontrando un herbicida natural, a gran escala y a un precio razonable, que suplante los herbicidas químicos. Pero hoy el mundo necesita alimentos”, dijo.
“Nadie puede estar en contra de cuidar el medioambiente pero somos un país principalmente agroexportador que necesita conseguir divisas para poder comprar aquellas cosas que no fabricamos aquí. Debemos ir hacia un mundo más sustentable pero hay que buscar alternativas”, añadió.
Destacó que “este paso exitoso de una tecnología propia y nacional es un ejemplo para aquellas que vienen detrás, donde científicos y empresarios invierten y apuestan años de trabajo para ello”.
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