Cuando hablamos de la producción agropecuaria y de mejorar su posicionamiento ante la sociedad nos preguntamos: ¿Se trata simplemente de mejorar el storytelling?
Seguramente ayuda, pero nadie tiene la métrica para ver cómo influye de manera fáctica en las decisiones de fondo que afectan e intervienen en el destino del campo. Estas decisiones que impactan directamente la actividad, se discuten en la arena pública, pero se materializan en el ámbito político.
Muchas de ellas, a menudo consideramos que son injustas, y mal orientadas. Y luego, tarde o temprano apresuradamente, se adjudica que esto sucede, debido a que: “El campo comunica mal”.
Los mitos son construcciones que nos han ayudado a desarrollarnos como especie frente a un ambiente hostil. A mayor hostilidad, más imprescindible es juntarse, colaborar para ser más fuertes y, de esa manera, sobrevivir. Nada más aglutinante para el espíritu gregario humano que el efecto catalizador de una creencia, o un mito. No tiene que ser cierto, pocas veces lo son, por algo son “mitos”, pero tienen que ser potentes y arraigados. El orgullo de pertenecer, de poder referirnos a una historia común, y aferrarnos a ella, hace a las comunidades sanas y sólidas.
Estas historias, que enorgullecen y atraen, en algunos casos trascienden positivamente las fronteras, y en otros casos, por el contrario, crean nuevas fronteras, y surge el sentimiento de: “Ellos” y “Nosotros”.
Esto último sería en algunos casos el espinoso “Lado B” de sentirse parte integrante de algo. En al campo argentino (como en toda la ruralidad universal), las historias de héroes, villanos y estereotipos existen y evolucionan. Desde Martin Fierro, el gaucho errante y pobre, pasando por Don Segundo Sombra, novela donde se vislumbra el comienzo de la modernidad de la producción, y un explosivo crecimiento de un país que ya asombraba al mundo por su vertiginoso desarrollo. Pasando luego por varias décadas con historias de mecanización, ganadería, estancieros, trabajadores rurales, chacareros y contratistas, donde no pocas cosas pudieron sobresalir, como para atraer en parte la atención de quienes veían de lejos a la comunidad del campo.
Así hasta que sobrevino el concepto de “siembra directa”. La noticia llegó a una población mayoritariamente urbana, y logró despertar la curiosidad, dando un baño tecnológico a la percepción sobre lo que se estaba haciendo… allá donde no hay grandes ciudades.
Este caso orientó las miradas, y se visualizó un poco más, que hay personas pensando y trabajando con impronta moderna allá en “El campo”.
Los tambores, banderas y estandartes guían a través de los sentidos. Unifican un mensaje que todos entienden. Un mensaje previamente acordado, conocido y fácil de decodificar. Pero ¿qué pasa cuando hay un estandarte distinto al habitual, o un redoble de tambor o clarín cacofónico del cual no surge un mensaje que se lo decodifique claramente? Solo se crea confusión y se retroceden varios casilleros.
Imagen
Existe hoy con insistencia recurrente la idea de una suerte de “rebranding” (cambio de marca), modificando la nomenclatura, que a su vez afecta la identidad ya extensamente asumida por propios, ajenos, y globalmente prestigiosa y conocida como la del “Campo argentino”. Se intenta con nombres pretenciosos ser más sofisticados, combinando palabras, como “Bio”, “Circular”, “industrial”, “Economía”, mezclados en orden indistinto, con el propósito de crear un nuevo vocablo que reemplace lo que ya es ampliamente conocido, simple y universal.
¿Cuál sería el sentido de tremendo esfuerzo? En las encuestas de imagen se encuentra “El campo” como uno de los sectores mejor visto, con sus luces y sus sombras, pero nunca mal colocado frente a otros, y siempre conocido y reconocido.
¿Pero no hay margen para mejorar en imagen? Sin dudas que sí hay mucho por hacer. Sin dudas hay que abrir las tranqueras, mostrar, dejar ver y tocar lo que se hace. Eso es fundamental. La integración se construye día a día, y es la contracara del pernicioso aislamiento sectario.
Estar en contacto estrecho con la comunidad, opinión pública, periodismo, y a su vez jamás descuidar a los tomadores de decisiones políticas, que son los que definen qué leyes, y qué normas se aplicarán. Ser parte de ese entramado es el verdadero desafío para que las cosas cambien.
“El campo”, si mantiene orgullosa y humildemente su clara identidad, sin tapujos, ni titubeos, mayor será la posibilidad de integración, y poder modificar el destino, no solo de la comunidad del agro, sino también de nuestro país.
El autor es productor agropecuario
Otras noticias de Comunidad de Negocios
Más leídas de Campo
Mercados. Un combo difícil de digerir para la soja por la fortaleza del dólar y el clima en América del Sur
Aceites vegetales. ¿Solo una corrección para volver al rally con más fuerza?
Emprendedor. El secreto de un profesional para aumentar la facturación de una empresa de US$1 a 25 millones de dólares
Modelo exitoso. El secreto que guardan las pasturas para producir más kilos de carne