Hoy se celebra el Día Nacional de la Conservación del Suelo. El suelo es uno de los recursos naturales de mayor importancia para la humanidad. A través de su conocimiento, uso -y muchas veces abuso- el hombre ha sido capaz de producir los alimentos, fibras y parte de la energía que sostiene su demanda como especie. Sin embargo, un manejo no sustentable del mismo principalmente por años de labranza ha impactado negativamente es su productividad sostenible. Erosión hídrica y eólica, pérdida de nutrientes y de diversidad biológica, y la caída drástica de los tenores de materia orgánica evidencian este flagelo, que aún persiste.
En contraposición, el sistema de siembra directa -del cual la Argentina es uno de los países pioneros en adopción- cambió el paradigma en el uso y conservación del suelo, proponiendo una agricultura que imite el funcionamiento edáfico de los ambientes naturales. La implementación continua del sistema de siembra directa, con rotaciones con adecuada intensidad y diversidad -incluidos los cultivos de servicio-, la reposición de nutrientes y, más recientemente, el entendimiento (al menos parcial) de la biología de suelos abre un camino cierto para revertir este proceso de deterioro.
Y aclaro, la siembra directa no es un dogma ni una ideología es una forma de concebir la agricultura, basada en la ciencia pero también en la experiencia, que busca como norte un manejo sostenible del ambiente dónde el recurso suelo es uno de esos factores clave. Es una trayectoria dinámica, donde el conocimiento fluye y nos debe llevar a nuevo punto de equilibrio más sostenible que el anterior. No hay dogmas; hay evolución de conceptos, de entendimiento de la ecología y de readaptación de las estrategias productivas que contemplen la sostenibilidad.
La implementación de la siembra directa tiende a mejorar las propiedades biológicas, químicas y bioquímicas de los suelos, y cambia la composición, distribución y actividad de las comunidades microbianas. El aporte adecuado en cantidad y calidad de residuos orgánicos, además de promover la no caída en los contenidos de materia orgánica, estimula a aumentos significativos de los niveles de carbono de la biomasa microbiana.
A ello se suma que los suelos con mayor antigüedad en siembra directa liberan menores niveles de dióxido de carbono. Esto sugiere una protección de la materia orgánica contra el ataque microbiano favoreciendo un balance de carbono en el suelo más favorable que su alternativa, la labranza convencional. Debemos profundizar el estudio de la biología del suelo y su interacción con la producción y la preservación del recurso. Este tal vez sea el principal desafío actual.
Huella de carbono
Comenzar a medir huella de carbono de nuestra agricultura es otro de los desafíos, no sólo para medir nuestro impacto sobre el ambiente, sino como manera de comunicarnos y entendernos con el consumidor. Creo que el desafío permanente es intentar ser cada día más sustentables, pero a la vez mostrarnos como tal y lograr comunicarlo.
Volviendo al suelo, el mayor, más rápido, y evidente impacto de la adopción de la siembra directa sobre las propiedades del suelo se da en la porosidad edáfica. La no remoción, la descomposición de raíces y la deposición de residuos orgánicos en superficie favorece a la regeneración permanente de poros estables. A ello se suma la acción de lombrices, gusanos e insectos en general con la construcción de galerías. Estos macroporos son continuos, poco tortuosos y estables; siendo responsables del rápido ingreso y movimiento del agua en el suelo, de favorecer su aireación y de brindar un hábitat favorable para el crecimiento de las raíces.
Un suelo con cobertura y sin remoción disminuye la escorrentía superficial y los riesgos de erosión asociados, lo cual da más tiempo para que el agua ingrese al perfil del suelo. Sumado a ello, la macroporosidad generada permite un rápido drenaje facilitando el almacenaje en todo el volumen de suelo explorable por las raíces de los cultivos. Finalmente, la presencia de cobertura disminuye las pérdidas de agua por evaporación directa y protege a la estructura del suelo del impacto de las gotas de lluvia. Todo redunda en más agua disponible para los cultivos y menos pérdidas. En síntesis, un uso más eficiente del recurso generalmente más escaso, el agua.
En este día del suelo, debemos proponernos seguir conociéndolo y aprendiendo sus secretos, de manera de interpretarlo en pos de un manejo cada día más sostenible. No hay dogmas inamovibles. Todo lo contrario. La ciencia evoluciona y de la mano del conocimiento debemos desafiarnos seguir trayectorias productivas que cada vez sean más sustentables.
El autor es director de Okandu
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