Pablo Lima, que estuvo en el buque tanque ARA Punta Médanos, se recibió de ingeniero agrónomo y hoy, entre otras actividades, asesora a empresas del sector
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“El soldado no muere en el campo de batalla, muere cuando es olvidado por su gente”. Hoy, con 59 años, para Pablo Lima, ingeniero agrónomo y veterano de la Guerra de Malvinas, esa frase sintetiza su pasado y su presente.
Corría 1980 y terminada la secundaria Lima decidió empezar a estudiar agronomía. Su adolescencia en campos de amigos lo llevó a amar al sector. Al año siguiente, con 18 años ya cumplidos, debió suspender sus estudios para iniciar el servicio militar: su destino fue la unidad de marina en Puerto Belgrano y hacía allí partió a principios de 1981.
Fue un año de mucha instrucción, recorriendo los mares de la Patagonia hasta Ushuaia. “Era una gran experiencia y lo quería aprovechar y hacerlo bien. Nunca fui de hacer las cosas a medias”, cuenta a LA NACION.
Ya el 28 marzo del 1982, encontrándose en altamar en el buque tanque ARA Punta Médanos, los comandantes decidieron regresar a la Base de Puerto Belgrano para recargar combustible y volver a zarpar.
“Nunca te decían que íbamos a hacer pero en esos días que estaba de guardia, vi las cartas de navegación cuyo destino era las Islas Malvinas. Y el 1º de abril a las tres de la tarde recibí un primer shock”, relata.
Los comandantes reunieron a los alrededor de 200 tripulantes en la cubierta de vuelo del buque tanque, los formaron y tras una arenga militar les dijeron que había llegado el momento. “Que esa misma noche íbamos a recuperar Las Malvinas, que la operación Rosario estaba en marcha y que nosotros seríamos los protagonistas de esa historia”, añade.
Esa misma noche, tras siete horas de viaje llegaron a Bahía Asunción, donde en el plan su buque sería uno de los abastecedores del resto de la flota en la zona de combate. Por cuatro días circunvalaron las islas y luego se alejaron, quedando en la zona de exclusión.
Todo aparentaba estar tranquilo, pero las cartas de sus familiares que traían los helicópteros en vez de ponerlo feliz lo dejaba intranquilo. “Las cartas llegaban abiertas y censuradas, porque decían que no se tenía que alterar la moral del combatiente. Y con tinta de imprenta tachaban las frases que te podían sensibilizar, bajo el nombre de Censura Naval Argentina. Pero nosotros nos poníamos peor porque no sabíamos qué estaba pasando”, describe.
El 2 de mayo por la tarde, Lima y sus compañeros iban a tener un nuevo sacudón a su entereza: a través de Radio Colonia se enteraron que el buque ARA General Belgrano había sido hundido por los ingleses.
“Si bien teníamos cinco submarinos ingleses en forma permanente entre nosotros, nunca imaginé la posibilidad de que nos disparen. Pero cuando hundieron al Belgrano fue el segundo shock que recibimos”, detalla.
A medida que en la radio salían las listas de los tripulantes que rescataban del buque hundido, mayor era su incertidumbre y su miedo. “Éramos un blanco muy fácil. En el medio del agua, en la oscuridad no teníamos escapatoria. Era una muerte segura porque si nos atacaban al llevar tanto combustible rápidamente todo iba a estallar”, agrega.
El 8 de mayo los submarinos ingleses hicieron huir al buque argentino a la costa argentina, hacia Puerto Madryn. Pero algo más faltaba para el final: se quemaron las calderas de la embarcación y “quedaron al garete”.
“Sin propulsión pero ya fuera de la zona de combate fuimos rescatados y remolcados por el buque Irizar que nos llevó a puerto. Siempre seguimos idolatrando a nuestro buque que a pesar de su estado nos pudo sacar de ese lugar”, relata.
Luego llegó la rendición y en julio, cuando se terminó de arreglar el buque, regresaron a Puerto Belgrano, donde le dieron la baja y volvió a su casa.
Después de la guerra
Lima luego buscó retomar su “vida de civil” y encajar de nuevo en esa vida que había dejado un año y medio atrás. En esa otra mitad de ese 1982 volvió a los libros y a encontrarse con sus amigos, como una forma de darle un final a esos duros meses pasados.
“Cuando volví a la facultad para anotarme en las materias del segundo cuatrimestre el administrativo que me anotaba me dijo ‘ustedes los varones siempre con ese cuentito del servicio militar para sacar ventaja”, recuerda.
Poco a poco volvió a su vida de siempre, pero de tanto en vez los recuerdos del sur volvían a su presente, a veces como fantasmas pero la mayoría en forma de enseñanza. En forma maratónica, se recibió de ingeniero y comenzó su vida profesional. Se casó y tuvo tres hijos.
Empezó a trabajar en diferentes empresas agrícolas, primero en compañías donde desarrollaba la regulación de sembradoras y pulverizadoras para mejorar su calidad. Luego continuó en la empresa de Santa Fe Williner.
Después se integró a diferentes pools de siembra para luego comenzar un emprendimiento propio de sembrar coriandro en la regiones de Lima y de San Antonio de Areco durante cuatro años.
En 2001 comenzó a trabajar en la génesis de la Ley Ovina y durante siete años puso en práctica ese programa. Cuando llegó a la gobernación María Eugenia Vidal, a Lima le ofrecieron ser director de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar de la provincia, cargo que desempeñó con “mucha pasión”.
Pero Lima nunca olvidó ni olvida su paso por los mares del sur y, bajo ese lema, durante su gestión logró junto a un grupo de trabajo conformado por Roberto García Moritán y Matías Nozzi, de la Secretaria general de Gobierno bonaerense que se levante un monumento en honor a las madres de los soldados caídos en Malvinas en el Parque Pereyra Iraola en La Plata. “Nunca tuvieron un reconocimiento por sus hijos, para la sociedad no existen esas madres”, dice.
En la actualidad se dedica a asesorar y a ser consultor agropecuario de empresas del sector. También es dirigente deportivo en la localidad Tigre y forma parte del Centro de Veteranos de Malvinas en Vicente López.
Veinte años después de la guerra, un día en la calle se encontró con su segundo comandante del buque. Tomaron un café y compartieron recuerdos. A menudo, también se junta con otros soldados que combatieron en otros escuadrones. En 2014 pudo regresar a Malvinas y en el cementerio de Darwin colocó un rosario bendecido por el Papa Francisco.
“Nunca de un trauma como una guerra se sale como entraste, nos decía un psicólogo. Yo voy a ser un excombatiente toda la vida, es mi orgullo. Las cosas que viví son mi Constitución y me permite estar en equilibrio, con valores que te quedan grabados para siempre: la vida, la lealtad, el amor y la entrega por el otro”, finaliza.
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