Para el mejoramiento del cultivo ya se está usando una herramienta que aporta gran precisión y acelera los tiempos del mejoramiento tradicional
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El año pasado, la francesa Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna recibieron el premio Nobel de Química 2020 por el desarrollo de un método para la edición genómica. La técnica desarrollada por estas científicas se denomina CRISPR/Cas9 y funciona como unas tijeras moleculares que permiten localizar cualquier secuencia del genoma de cualquier animal, planta o microbio (CRISPR) y cortarlo (Cas9). Este corte en el ADN debe ser “arreglado” por la célula, y ahí es donde se genera o incorpora el cambio deseado.
Esta herramienta tiene ya varios años de experimentación, evoluciona a pasos agigantados y se ha convertido en “el chiche nuevo” de los genetistas de todo el mundo. Se trata de una tecnología “revolucionaria” para las ciencias de la vida.
El genoma de un ser vivo es una lista de miles de millones de letras de ADN que contienen toda la información necesaria para fabricar las proteínas que le permiten moverse, respirar, alimentarse. “Las técnicas de edición génica posibilitan cambiar la producción de determinada proteína. Funcionan como un editor de textos. Se pueden hacer pequeñas correcciones, sacar un pedazo, cambiar una letra por otra. Todo con muchísima precisión”, explica Gabriela Levitus, directora Ejecutiva del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio).
“Todos los mejoradores de plantas y animales están viendo las técnicas de edición génica con mucha atención. Hay cientos y miles de investigaciones científicas sobre este tema, con mucho éxito desde los primeros resultados en laboratorio. También tenemos avances regulatorios muy promisorios. En general los Estados han tomado posturas muy positivas, y en Argentina nos sacamos el sombrero en este sentido”, opina Levitus.
La directora de ArgenBio explica que lo que en general propone la edición génica son cambios que también ocurren en la naturaleza o en el mejoramiento tradicional, “solo que con la edición génica podemos controlarlos específicamente. No tiene un riesgo mayor que el mejoramiento tradicional y por eso hay marcos regulatorios hoy muy claros que le brindan previsibilidad al desarrollador”.
¿Por qué entonces ningún desarrollo realizado con esta herramienta ha visto la luz? Levitus lo explica apelando a la lógica: “los países agroexportadores son los que avanzan más rápido con estas tecnologías y los compradores siempre son más lentos. Como países exportadores tenemos que estar mirando qué van a pensar nuestros clientes del mundo, para que no se generen trabas comerciales. Por eso hay mucha expectativa con las definiciones de Europa, mientras que China ya está trabajando con estas tecnologías. El punto es que nadie quiere dar un paso en falso”.
“En el mejoramiento lo interesante es la complementación de las técnicas. Con una sola no se puede hacer todo”, aclara Levitus y explica que la edición génica es una de las tantas herramientas de mejoramiento existentes. A diferencia de la transgénesis, no necesariamente requiere la incorporación de genes de otra especie, pero su límite es el propio genoma de cada ser vivo.
Si se la compara con el mejoramiento tradicional de plantas y animales, la edición génica permite acelerar tiempos y eficientizar recursos. “En el mejoramiento convencional, cuando querés incorporar una determinada característica de una planta a otra, las cruzás -si podés- y todos los genes se mezclan. Luego lleva años depurar hasta dejar solamente la característica deseada. Con la edición génica, la selección se hace con tal grado de precisión que todo es mucho más rápido”, dice la especialista.
Lo cierto es que ya hay muchos investigadores trabajando en esto, no solo en cadenas productivas vinculados a los principales cultivos exportables, también en el mejoramiento de hortalizas o de frutales.
En soja hay trabajos en la composición de aceites, tolerancia a herbicidas y características complejas como las mejoras en el rendimiento. Pero todos los trabajos están aún puertas adentro de las empresas e institutos de investigación. El único caso que salió al mercado es el de Calyno, un aceite de soja alto oleico que contiene aproximadamente 80% de ácido oleico y hasta 20% menos de ácidos grasos saturados. Este producto solo se comercializa en un circuito cerrado de Estados Unidos. no está en góndola y es el único ejemplo que se conoce.
Gabriela Levitus imagina que en el futuro habrá una explosiva incorporación de esta tecnología a los programas de mejoramiento. “Algo parecido a lo que ocurrió con la mutagénesis, que se comenzó a usar en los ‘70 y ya no es un tema de discusión. Hoy hablamos de CRISPR y tal vez dentro de dos años hablemos de otras herramientas de edición de genomas. Son muchas técnicas que van evolucionando muy rápido”, asegura.
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