En la Escuela Agrotécnica Salesiana del Valle, ubicada en el partido bonaerense de 25 de Mayo, se forman las nuevas generaciones que trabajarán en el campo
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“Producimos enseñando y enseñamos produciendo”. Ese es el lema que mantiene desde hace casi un siglo la Escuela Agrotécnica Salesiana del Valle, ubicada en el partido bonaerense de 25 de Mayo.
Si bien fue docente dos décadas atrás, el padre Jorge Ledesma regresó para hacerse cargo de la dirección del establecimiento educativo. “Nuestra escuela tiene dos dimensiones: un sentido pedagógico y otro económico de sustento. Las dos cosas son importantes para nosotros: la educación y la producción agropecuaria, que se compatibilizan y se complementan porque, a través de la educación técnica y práctica que se le brinda a los alumnos, permite que tengan una muy buena salida laboral y por otro un buen manejo de nuestros recursos proporciona el cumplimiento de al menos el 30% de becas para el alumnado”, cuenta a LA NACION.
Según describe, esa fue la intención que tuvo doña Concepción Unzué de Casares, cuando realizó la donación de las primeras hectáreas de campo en 1925, luego vendría una nueva donación en los años 80, que dejó conformada una unidad económica de 2700 hectáreas.
“Se trata de administrar esas donaciones bajo los mejores programas productivos que permitan sostener la escuela y su plan de becas. Lo que buscamos es enseñar a los chicos lo que tiene que ver con la producción técnica pero por sobre todas las cosas a que aprendan a gestionar un plan productivo eficiente y rentable”, detalla.
Tiene 300 alumnos, un 50% de mujeres y otro 50% de varones, que provienen de localidades vecinas como Saladillo, Roque Pérez, Tapalqué, Bolívar, Daireaux, Urdapilleta, Carlos Casares, 9 de Julio y de 25 de Mayo.
“Somos una gran familia. Son siete años, donde los chicos llegan con 12 años y se van con 19. Viven en la residencia que tenemos de lunes a viernes y los fines de semana regresan a sus hogares. La mayoría de las familias de los alumnos viven y trabajan en los campos y, por las largas distancias no pueden ir y volver en el día”, relata.
Por la mañana, como en todas las escuelas, se imparte los conocimientos que tienen que ver con la currícula escolar, pero por la tarde luego del almuerzo, comienzan las materias prácticas del campo “que más entusiasman a los chicos”.
Trabajo a campo
Las diferentes actividades agropecuarias que se dividen por clases. Los primeros cursos se encargan más bien de las tareas de la granja como ser avícola, apícola y la huerta. Luego y a medida que se avanza, los estudiantes de los años superiores se encargan de las ovejas, los cerdos, el tambo, los cultivos y la ganadería.
En 800 hectáreas, hacen trigo y cebada, como cultivos de invierno y en el verano soja, maíz y girasol. “La idea siempre es diversificar para correr el menor riesgo posible. Si nos va mal con un cultivo, tenemos una veta productiva y de rendimiento en otro. No podemos arriesgarnos a sembrar un solo cultivo porque tenemos que cubrir el 30% del plan de becas”, señala.
En este sentido, Ledesma describe que, como buenos productores siempre hacen seguro de siembra. “En diciembre pasado, una pedrada que cayó en el campo nos hizo perder unas 300 hectáreas de soja, que si no hubiésemos tenido ese seguro, no hubiésemos podido resembrar”, sostiene.
En el resto del campo hacen pasturas y verdeos de inviernos para ganadería y así tener un máximo aprovechamiento de la superficie: en un rodeo 800 madres, tienen dos animales por hectárea. Asimismo, parte del maíz que cosechan es utilizado para el engorde del feed lot que poseen y para alimentar a las vacas del tambo.
“En ganadería, hacemos ciclo completo. Los animales terminados se venden y algo queda para consumo de la escuela”, cuenta Ledesma, que años atrás se capacitó en una diplomatura de educación agropecuaria.
En el tambo, las 180 vacas en ordeñe producen unos 5000 litros diarios. Con la leche, parte se utiliza para consumo de los chicos, otra parte se procesa y el resto la venden a una usina láctea de primer nivel: “Tenemos una pequeña industria láctea, donde hacemos quesos de pasta dura como sardo, reggianito, provolone parmesano, también mantecoso, de máquina, gouda y gruyere y un dulce de leche. Buscamos la diversidad, manteniendo la calidad de los productos que fabricamos y comercializamos”.
En el sector porcino tienen 70 madres y también, en una cría intensiva en galpones, hacen ciclo completo: una parte se consume en comedor y con el resto producen chacinados y jamones que comercializan en las localidades vecinas. Años atrás, se presentaron con un proyecto de sustentabilidad en un concurso organizado por el gobierno alemán para hacer un biodigestor con los residuos de los cerdos. Les dieron 800 mil dólares y hoy producen gas para las calderas de agua caliente que utiliza los chicos para bañarse. Además, los líquidos lixiviados son usados como fertilizantes que se riegan en el campo, donde el resultado ha sido excelente: “El ahorro económico ha sido es enorme. Cada año, debemos revalidar que el proyecto sigue en marcha”.
Tres años atrás, al ver un potencial económico, decidieron pasar de 50 a 150 colmenas, cuya producción la comercializan fraccionada. También tienen 600 gallinas ponedoras, pollos parrilleros y ovejas (estos dos últimos solo para consumo). En la quinta, la estrella son los membrillares, que con sus frutos hacen unos dulces que les “sacan de las manos”.
Pero no todo es educación y producción agropecuaria en Del Valle, la parte espiritual tiene un lugar especial. “Acá, los chicos se bautizan, toman la comunión y la confirmación. Además, tenemos un grupo misionero que todos los años viaja al oeste pampeano”, detalla.
“El desafío es seguir mejorando y continuar cumpliendo con creces el legado de la señora Unzué de Casares. Somos buenos educadores y buenos productores a la vez, que fomentamos la innovación y que sin querer nos convertimos en referentes en la zona”, añade.
Esta nota se publicó originalmente el 18 de enero de 2022
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