Si la Argentina aprovechara el potencial transformador del maíz en la misma proporción que Estados Unidos, aumentaría un 154% el empleo en la cadena y facturaría US$ 14.276 millones más
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Hace muchas décadas que en nuestro país se vienen aplicando políticas económicas que solo ven en la agroindustria una fuente inagotable de recursos para subsidiar a otros sectores económicos y sociales.
Es así como, en lugar de promoverse y potenciar la capacidad productiva y exportadora del sector que más dólares ingresa al país, el comercio con el mundo viene siendo castigado con impuestos que quitan competitividad a las producciones, o aplicando restricciones al intercambio, que erosionan la confianza de los países compradores y llevan a perder mercados internacionales, muy difíciles de recuperar.
En este escenario, la agricultura pudo mantenerse en un sendero de crecimiento, gracias a un paquete tecnológico que permitió ahorrar costos -con la biotecnología como herramienta fundamental- y al empuje de los productores, siempre a la vanguardia de la innovación. Pero las industrias transformadoras de materias primas han crecido muy por debajo de su potencial, o no han crecido. En el caso del maíz, casi el 70% de la producción se exporta como grano, sin industrializar, en contraste con lo que ocurre en países como Estados Unidos, que sólo despacha un 14,5% de su maíz como grano y convierte el resto en productos de más valor.
Según el modelo de simulación de sistemas complejos presentado en el último Congreso Maizar por Roberto Bisang, Ricardo Negri y Felipe Galia, si la Argentina aprovechara el potencial transformador del maíz en la misma proporción que Estados Unidos, aumentaría un 154% el empleo en la cadena y facturaría US$ 14.276 millones más.
Brasil logró comprender el potencial del complejo maicero y consiguió consensuar políticas que lo llevaron a convertirse en el primer exportador mundial de maíz y de carne vacuna y aviar, además de potenciar su industria de biocombustibles, entre muchas otras.
Resulta entonces innegable que la única manera que tiene el sector para crear mayor empleo genuino y contribuir con los ingresos fiscales es a través de la generación de riqueza a partir del incremento de la producción y exportación de materias primas y los productos de su industrialización. El agregado de valor en origen genera oportunidades, mejora la distribución de ingresos a nivel país y permite a las personas permanecer y desarrollarse en los diversos lugares del territorio argentino, en vez de concentrarse en las grandes ciudades.
El comercio mundial de productos de la bioeconomía viene creciendo a un ritmo mayor que el del resto de los sectores, y ofrece una oportunidad a los países exportadores netos, como el nuestro. Además, las proyecciones indican que esta tendencia continuará en el futuro. Sin embargo, mientras nuestros competidores se siguen desarrollando y conquistando mercados, nosotros seguimos en retroceso.
Generar previsibilidad
Es preciso diseñar e implementar una estrategia que promueva las inversiones y el desarrollo agroindustrial. Para ello, resulta ineludible estabilizar la macroeconomía, combatir la inflación, unificar el tipo de cambio y replantear las políticas para incentivar la transformación. Nuestros competidores en la región han demostrado que, con reglas claras que generen previsibilidad, las inversiones crecen, el trabajo aumenta, se agrega valor en toda la cadena de producción y la exportación crece en destinos y cantidad, lo que incrementa el ingreso de dólares y reduce la dependencia.
Acceder a los principales mercados con productos de mayor valor agregado requiere una estrategia de inserción internacional y promoción de las exportaciones, con una agenda activa que involucre tanto al sector privado como al público, en todas sus áreas. Los productos agroindustriales enfrentan barreras al comercio cada vez más complejas, puesto que, como las negociaciones internacionales fueron limitando el uso de barreras arancelarias, muchos países comenzaron a modificar sus sistemas de protección con nuevos argumentos relacionados con el cuidado del ambiente o la salud.
Este nuevo tipo de barreras impacta más sobre los productos con mayor grado de transformación; pero, al mismo tiempo, abre oportunidades para diferenciar productos con ventajas ambientales. En este sentido, el maíz argentino cuenta con un plus enorme, que es el de tener una de las menores huellas de carbono del mundo. Por lo tanto, resulta imperioso certificar el liderazgo del modelo productivo argentino y construir una marca país que nos distinga y nos permita acceder a los consumidores de mayor poder adquisitivo.
Hoy tenemos un formato de Estado antiguo, con compartimentos estancos y sin capacidad para operar con el sector privado en forma coordinada. Las inversiones necesarias para construir cadenas y redes de valor altamente competitivas son cuantiosas y requieren la dedicación y participación de todos los actores involucrados. Esperamos que el Gobierno logre coordinar este enorme mercado potencial con la imprescindible gestión pública.
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El autor es gerente de Maizar
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