En cuatro días el campo argentino es capaz de exhibir frente al país su enorme capacidad para recuperarse de situaciones difíciles y de mantener la apuesta por la innovación tecnológica, aunque el contexto no sea el mejor.
Eso fue lo que se vio en Expoagro. Y alcanzó con observarlo tanto en el rostro del presidente Mauricio Macri, en su recorrida del miércoles pasado, como en quienes caminaban por la exposición e ingresaban en los stands de semilleros o maquinaria agrícola para conocer las últimas novedades. Unos y otros sabían de dónde venían. La feroz sequía de la campaña 2017/18, en la que se perdieron 30 millones de toneladas de granos, y la reinstauración de los derechos de exportación a los cereales en septiembre pasado, más la suspensión de la baja de las retenciones a la soja actuaron como un freno de mano en una locomotora.
Sin embargo, las perspectivas de una muy buena cosecha de granos gruesos, tras un resultado favorable, en promedio, para el trigo, colocan al campo entre uno de los pocos sectores de la economía que hoy continúa mirando hacia adelante. El propio Macri lo reconoció en Expoagro. "Es una revolución lo que hicieron", repitió una y otra vez. Sin la recuperación del campo, la caída del PBI este año sería mayor a la proyectada, por las bajas en otros rubros de la economía.
El reconocimiento está, pero las medidas necesarias para que la velocidad del crecimiento del agro sea mayor por ahora están en el freezer. Pero hay que pensar en el descongelamiento. Las admisiones del propio Presidente y de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, sobre el carácter distorsivo de los derechos de exportación abren un debate sobre lo que debería ocurrir a partir de 2020, cuando, según el decreto de septiembre pasado, deben caducar. Aunque en el medio hay una elección presidencial que podría definir la continuidad de la actual gestión o un giro de 180 grados hacia el pasado, el mensaje de los dos principales líderes de la coalición gobernante tiene también como destinatarios a quienes dentro del Ejecutivo consideran que los derechos de exportación son un impuesto necesario. El cierre de las cuentas fiscales es lo que todavía manda.
Hubo otros reconocimientos del presidente Macri que no deberían quedar en el vacío. Durante su paso por Expoagro, en la conversación que mantuvo con organizadores y referentes de la actividad en el sector institucional, Macri destacó que la ley de semillas debía salir pronto. Su aprobación está sujeta a la posibilidad de que el oficialismo llegue a algún acuerdo con la oposición.
La demora en lograr un nuevo marco regulatorio, que otorgue reconocimiento intelectual a los desarrollos tecnológicos, pero que no abra la puerta a abusos en posiciones dominantes, ya está frenando el ingreso de nuevos materiales. De persistir esa demora, en los próximos años habrá un nuevo costo oculto en la agricultura.
Frente a los datos que le presentaron sobre una muy buena cosecha, Macri reconoció la necesidad de mejorar la infraestructura vial y, particularmente, la situación de los caminos rurales. Entre los pocos anuncios que hizo en la muestra, se destacó el plan "Cosecha segura", por el cual se prevé terminar con los hechos de violencia, desde el lote hasta el puerto, cuando se llenan los silobolsa, se carga en los camiones y se llega al puerto. Es el famoso "costo argentino", otro costo oculto, que se traduce en la existencia de mafias que saben cómo acomodarse en cualquier contexto político. "Queremos que quien denuncie aprietes de quién les impide cargar no esté solo", dijo un funcionario de Agroindustria que trabajó en el programa. Prometen que la policía y la Justicia estarán alineadas. Habrá que ver para creer.
Hubo otras cuestiones fuera de Expoagro. En la incertidumbre macroeconómica, el campo vuelve a estar otra vez en la mira. Livianamente vuelve el cuestionamiento sobre la liquidación de divisas. "¿Por qué el campo no liquida los dólares?", se pregunta sin rigor en algunas radios o canales de TV. Según ese criterio, la agricultura debe ser la única actividad que tiene la obligación de manejarse en contra de sus propias necesidades e intereses. En pleno siglo XXI se exige que la cosecha se venda igual que cuando no había tecnología de almacenamiento, mercados de granos o cadenas de abastecimiento. Y se reclama que los productores se desprendan de su mercadería en el momento en el que los precios están en su nivel más bajo. Una exigencia extraña.