Concluidos los festejos de fin de año que nos predisponen a todos a un modo “paz y amor”, volvemos a la realidad cotidiana de una Argentina que duele, una Argentina que hiere.
La patria de nuestros días parece fluir solo arrastrada por la inercia del tiempo, víctima del fracaso estrepitoso de sucesivos gobiernos. La ineptocracia pintada de diferentes colores partidarios la ha llevado a una realidad de decadencia tal que, para más de cinco millones de habitantes, una comida diaria y decente aparece casi como un bien suntuario, consecuencia de la inequidad de bolsillos flacos muchas veces solo provistos de planes sociales.
Sin embargo, los alimentos de la canasta básica, aún frente a esta realidad lacerante, sufren la avidez de un Estado que los castiga y encarece con suculentos impuestos. Todo sirve para preservar la continuidad de lujos cortesanos para unos pocos que viven inescrupulosamente de la función pública. Política malentendida.
Nada parece poder torcer este destino de decadencia recurrente; solo quizá se encienda la esperanza el día en que cada uno de nosotros sea capaz de asumir que podemos transformar el futuro, pero que este presente también es resultado de nuestras propias acciones u omisiones. Muchos, por resignarse a vivir solamente a costa de las dádivas que les arriman nuestros gobernantes, los mismos que los sumieron en la miseria de depender de un subsidio del que no pretenden rescatarlos porque en esa perversidad reside su negocio y la esperanza de perpetuarse en el poder.
Otros, por aceptar mansamente ser los sostenes extenuados de un Estado esquilmante que se jacta cotidianamente de apoderarse hasta del último suspiro de sus aportantes. Y otros, los peores, aquellos que aseguran su bienestar negociando con un Estado prebendario. Cada uno cuidando lastimosamente su miserable quintita. Y así llegamos hasta nuestra realidad: fracaso colectivo en el que la única alegría del año se pintó de colores futboleros de la mano de un grupo que apostó al trabajo, al sacrificio, al mérito y la excelencia para erigirse como los mejores del mundo, notoria excepción en esta sociedad injusta y desigual en la que solo parecen progresar ladrones, narcos y corruptos.
La Argentina de nuestros días aparece asfixiada por una sequía interminable y por impuestos insoportables, sin líderes confiables y empáticos, sin un rumbo definido, sin plan económico, sin una moneda fuerte con la que se pueda ahorrar y planificar inversiones, sumida en una espiral inflacionaria sin control, con múltiples tipos de cambio y una brecha cambiaria que condiciona la producción y el ingreso de divisas genuinas al país, con una Justicia tiempista que mira especulativamente, casi de reojo, al poder de turno poniendo en duda su real independencia.
Sin energía ni combustibles suficientes, sin una defensa a ultranza de la seguridad jurídica de la propiedad privada, con ocupaciones ilegales de tierras en medio de un clima de indiferencia del Gobierno cuando no con su mirada cómplice, sin una educación que brinde a nuestros jóvenes las herramientas necesarias para competir en el actual mundo globalizado, sin un camino de eliminación definitiva del déficit fiscal, sin intenciones de eficientizar el uso de los recursos tributarios ni de pensar en la eliminación de los derechos de exportación que aplastan la producción, sin ánimo de abandonar la permanente práctica de generar y mantener en el tiempo todo tipo de intervenciones distorsivas de los mercados por parte de un Gobierno que solo atina a plantear nuevos incrementos impositivos, regulaciones y prohibiciones para intentar tapar su propia impericia.
La lista de las carencias y realidades limitantes es larga, pero quizá pueda sintetizarse en un diagnóstico fundamental, transversal y trascendente: la anomia colectiva que nos aleja del estricto cumplimiento de nuestra Constitución Nacional, sin chicanas ni argumentaciones jurídicas antojadizas para disimular su violación.
La Argentina ha tocado fondo o se encuentra próxima a hacerlo. El camino de superación colectiva que permita recuperar el destino de grandeza de nuestra Patria será duro y tortuoso, pero puede tenernos como protagonistas de un cambio imprescindible e impostergable. La hazaña mundialista dejó en evidencia que es posible generar la cohesión de los argentinos detrás de un objetivo en común que soslaye la ya angustiante grieta que nos separa y que tan miserablemente explotan algunos encumbrados dirigentes políticos para su propia subsistencia.
Quienes aportamos nuestro tiempo para el cotidiano devenir de las entidades gremiales del campo argentino, estamos convencidos de que en el interior productivo existe una reserva de vocación y fuerza de trabajo, progreso y espíritu de superación que puede llegar a ser el principal sostén del resurgimiento de nuestro país a partir del crecimiento y el desarrollo sustentable de nuestra economía. La fuerza de la agricultura, la ganadería y las múltiples economías regionales, esa fuerza contenida y tantas veces aplastada por los desaciertos políticos de sucesivos gobiernos espera señales y acciones que le posibiliten expresar su potencial de producción y de generación de puestos de trabajo y arraigo. Pero el país necesita, además de políticas adecuadas, de políticos y dirigentes que estén a la altura del desafío que el destino pone por delante, sin egoísmos ni vedetismos, con humildad y honestidad como banderas.
La Argentina necesita de verdaderos dirigentes, de patriotas honestos, no de oportunistas ni de improvisados que se pelean por continuar ocupando un carguito. Se necesitan líderes capaces de contribuir al diseño de políticas públicas modernas para reposicionar al país en el lugar que los padres de la República Argentina idearon para nuestra Nación. Allí comienza el duro camino que deberemos transitar.
El 2023 se presenta como el año de la esperanza y del resurgimiento. Mucho depende de nosotros y de la manera en que decidamos involucrarnos para salir de esta crisis.
La política es demasiado importante como para dejarla solo en manos de los políticos (Konrad Adenauer, 1876-1967).
El autor es ingeniero agrónomo y vicepresidente 1° de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA)
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