Cada vez, más circo y menos pan
No es fácil hacer política económica en la Argentina. No por la escasez de recursos, sino por la abundancia relativa que persuadió al argentino medio a no tolerar malas noticias, que quiere todo "cash y ahora" (pagar la tarifa más baja del mundo, pero sin cortes de luz), y que reclama instituciones sólo cuando ve amenazado su bolsillo: soportó siete años de altísimo desempleo entre 1995 y 2001, pero sólo veinte días de corralito. Los ajustes sólo son viables mientras sangran las lesiones posprecipicio (1989 o 2002), ni un metro antes, aun con el abismo a la vista, ni dos pasos después, con la herida cicatrizada. Es como gobernar para la cigarra de la fábula de La Fontaine (puro presente), no hay lugar para estadistas que piensen en la hormiga (ahorrar para el futuro).
Cada "crisis terminal" alumbra programas económicos mesiánicos: romper el carnet de conducir la política monetaria (convertibilidad) tras la hiperinflación, aún a costa del empleo; habilitar la emisión monetaria sin control para exacerbar el consumo presente tras el hiperdesempleo, aún hipotecando el futuro con gastos y subsidios insostenibles. Corolario para esta década: mayor tolerancia a la inflación (afecta algo a muchos) que al desempleo (afecta mucho a algunos).
Paradójicamente, la consagración al altar inmaculado de la receta de turno aloja el virus de la próxima crisis, que siempre se incuba en la fase de abundancia. Con la memoria colectiva narcotizada por la bonanza frente al colapso anterior, no hay reparos a la expropiación de fondos previsionales o empresas petroleras, ni a romper el candado prudencial del Banco Central (reforma de carta orgánica) para extender la "canilla libre" (emisión al 40% anual) de financiamiento al gasto público (superior al 45% del PBI).
¿Habrá capacidad de reacción esta vez? Aferrado al axioma futbolero "equipo que gana no se toca", difícil que el Gobierno admita correcciones al rumbo que le concedió 12 años en el poder. Sería novedoso que aceptara cambiar su regla fiscal en 2013: "En años pares, gasto todo lo que tengo; en años impares (electorales), lo que no tengo". En un Gobierno que desafía las leyes de la física, recordar la ley de gravedad (no se puede gastar todo el tiempo más de lo que ingresa), suena a herejía. No casualmente los "jóvenes economistas brillantes" cruzan el firmamento K como estrellas fugaces. A lo sumo, derivará el "ajuste" a un anárquico aumento de la presión tributaria de provincias y municipios.
Hace rato que el "modelo" entró en su fase decreciente. Se fue a la banquina en 2012, no por causas externas, sino por el motor corroído por el ácido inflacionario que encarece exportaciones, erosiona el poder adquisitivo del salario y derrumba la inversión por incertidumbre, y un piloto que rompe el velocímetro (Indec), acelera ante la curva (gasto, emisión) y traba las puertas (cepo). Se estancaron el producto y el empleo, no aflojó la inflación, se agudizó el déficit fiscal y el cepo cambiario no evitó la caída de reservas.
A falta de pan, bueno es el circo. En el diccionario económico oficial, se llama "ajuste feroz" a lo que en otros países se conoce como responsabilidad fiscal; "soberanía monetaria" a convertir al Banco Central en prestamista exclusivo del Tesoro; "crisis internacional" al mareo que provoca el alcoholismo monetario local; "soberanía hidrocarburífera" a la expropiación hostil de YPF tras perder el superávit energético por incentivos perversos a la exploración; "desendeudamiento" a empapelar con "paga Dios" al Banco Central y a la Anses; "pautas culturales extranjerizantes" al ahorrista que compra dólares cuando lo ve barato; "control tributario" a las restricciones cambiarias para elegir el portafolio de ahorro y consumo; "colonialismo judicial" a los fallos adversos en tribunales extranjeros.
Sin autocrítica por la lista de incumplimientos financieros que siguieron al pecado original del default (Indec, Club de París, Ciadi), es curiosa la pretensión de dar lecciones de moral a fondos buitre amorales, así como la rebelión ante jueces extranjeros a los que se recurrió voluntariamente en un intento de importar instituciones (en este caso, Justicia) para ahorrar intereses en la emisión de deuda, dada la falta de credibilidad en las instituciones locales.
Bajo el bálsamo lubricante de los sojadólares, la economía volverá al asfalto en 2013, aunque a velocidades moderadas, pues apenas el piloto quiera acelerar (gasto público, emisión), recalentará el motor (inflación). Hacia delante, sin rectificación de rumbo, alternará pavimento y banquina al ritmo del ciclo climático (cosecha), con una velocidad crucero similar al 2% anual del promedio 2012-13. Mediocre destino para un país pletórico de recursos y todos los planetas alineados a favor.
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