Brasil y la Argentina: el efecto Orloff opera al revés
Luego de la crisis de la deuda latinoamericana a principios de los 80, Brasil pasó de ser el país que más crecía en la región a una crisis que lo puso, al igual que a la Argentina, al borde de la hiperinflación con recesión. Luego vinieron el Plan Austral y el Cruzado, ambos sin éxito. Les siguió la convertibilidad y el Plan Real. Ninguno de los dos dejó de experimentar inestabilidad macroeconómica luego del éxito inicial.
Debido a que la Argentina se adelantó a Brasil tanto en lanzar planes como en experimentar severos desajustes en etapas posteriores, se hizo popular entre los economistas hablar del efecto Orloff, haciendo referencia a una propaganda de vodka. El mensaje del aviso era que había que tomar buen vodka hoy para evitar la resaca de mañana. En el corto publicitario, el bebedor de vodka de mala calidad se miraba en el espejo y veía cómo quedaría al día siguiente. La metáfora hacía referencia a que antes de implementar planes similares a los de la Argentina, los brasileños hubieran hecho bien en mirarse en el espejo de nuestro país.
Si bien hoy los desequilibrios macroeconómicos son menos significativos, lo cierto es que la Argentina y Brasil están enfrentando nuevamente serios desbalances tanto fiscales como en el frente externo, que reclaman medidas correctivas.
Inflación: en ambos países es un problema crucial. En la Argentina, es mucho más serio porque la tasa cuadruplica la brasileña. Pero en los dos casos, los grados de libertad para atacarla son reducidos porque viene acompañada de recesión y fuerte erosión de la competitividad. En ambos, los costos internos han subido sistemáticamente y los efectos de ese desequilibrio se potenciaron por la revaluación del dólar y la caída en los precios de las commodities.
Cuenta corriente: en Brasil, el déficit de cuenta corriente supera el 4% del PBI y en la Argentina se acerca al 2%. Esto es peligroso para nuestro vecino porque los capitales se están retirando de los países emergentes y además corren el riesgo de perder el grado de inversión. En la Argentina, el déficit es más bajo, pero es alarmante porque no tiene acceso al financiamiento de mercado.
El dilema entre competitividad e inflación: la conducción brasileña eligió promover la competitividad y lo hizo sabiendo que habría más inflación. El dólar ya está arriba de los tres reales y si bien la tasa de interés fue apuntalada, el Banco Central no puede recurrir a incrementos fuertes para detener la inflación sin arriesgarse a agudizar la recesión. La Argentina enfrenta el mismo dilema. Por ahora, niega el problema de competitividad, pero tampoco ha lanzado un plan antiinflacionario consistente. Esta estrategia no puede perdurar en un mundo en que Brasil devalúa y el dólar se revalúa.
Déficit fiscal: es otra alerta. En Brasil, es clave aumentar el superávit primario para enfrentar la abultada cuenta de intereses que genera una deuda superior al 50% del PBI. En la Argentina, la cuenta de intereses es menos abultada y la deuda es más baja. Pero esta ventaja se compensa con un gasto en subsidios a la energía y el transporte fuera de toda racionalidad. Con estas condiciones difícilmente se revierta la recesión. Brasil ha dado los primeros pasos para aumentar el superávit primario y con tal objetivo aumentó tarifas eléctricas e impuestos, pero sus intenciones han encontrado serios escollos en el Congreso. La Argentina, por su parte, no ha dado muestras de tener apuro por recomponer el desajuste presupuestario.
Ambos tienen la presión tributaria más alta de América latina, pero enfrentan racionamiento energético y problemas de infraestructura. La tributación subió, pero la inversión pública está lejos de satisfacer el mínimo necesario para sostener el crecimiento. En ambos, la contrapartida del fuerte aumento del gasto durante la época de vacas gordas fue el incremento en el gasto social que llevó a mejoras en la distribución del ingreso, pero no cambió los determinantes profundos de la exclusión social. En realidad, la exclusión no disminuyó porque los sectores más dinámicos mostraron poca capacidad para generar empleos de calidad. En este contexto, ninguno ha expuesto todavía cuál es la estrategia para aumentar la inversión, condición sine qua non para crear empleo e incluir de manera sostenible.
En suma, parece que Brasil se ha adelantado a la Argentina en atacar los problemas más acuciantes: la debilidad competitiva y el desbalance fiscal. En este sentido, el efecto Orloff parece estar operando en reversa. Quizá la explicación del adelanto brasileño está en la política y no en la economía: en Brasil, el cambio de gobierno se dio un año antes que en nuestro país.
Hasta ahora, los cacerolazos, los hechos graves de corrupción en Petrobras y la baja popularidad de Dilma a meses de haber asumido sugieren que el vodka que está tomando nuestro socio del Mercosur no es marca Orloff. Los candidatos argentinos con posibilidades de ganar harían bien en mirarse en ese espejo y planear cuidadosamente sus estrategias para atacar los desbalances.
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