Bluesmart. Uno de sus fundadores va por la revancha con ayuda de Uber
El argentino Diego Sáez-Gil se tomó un tiempo sabático luego de vender Bluesmart –la empresa de valijas inteligentes que usaban Sean Penn, Usain Bolt y Tony Hawk, entre otros– y se fue 14 días a meditar en silencio con monjes budistas en Tailandia. "Fue increíble porque ahora medito todos los días y me cambió la vida. Me dio una paz interior muy grande que antes no tenía, una herramienta de control de uno mismo", dice el emprendedor, que ahora está con un nuevo proyecto, Pachama, que ya llamó la atención de inversores como Ryan Graves (Uber), Paul Graham (Y Combinator) y Chris Sacca (Google).
Luego de recorrer Asia, Sáez-Gil volvió a su Tucumán natal y se fue con sus dos hermanos menores de viaje al medio de la Amazonas, en una travesía en auto por Perú y Bolivia. Ahí se reconectó con la naturaleza, y cuando volvió a vivir a California, se instaló en una casa en las montañas en Santa Cruz, rodeado de árboles de secoyas (redwoods).
"Luego de haber visto la contaminación industrial en China, de ver la desforestación en la Amazonia, de ver lo que está pasando con el cambio climático y de saber el poder que tiene una idea, me pasé mucho tiempo investigando y llegué a este emprendimiento", cuenta sobre el inicio de Pachama: un mercado que permite a las empresas comprar créditos de carbono para compensar las emisiones.
"Una de las soluciones más efectivas para combatir el cambio climático es reforestar y cuidar los bosques, porque los árboles capturan el carbono de la atmósfera. Hay 1000 millones de hectáreas en el planeta que pueden ser reforestadas sin competir con la agricultura", dice.
El mercado de créditos de carbono fue creado por las Naciones Unidas y funciona así: el "oferente", que es el que se ocupa de reforestar, contrata auditores —generalmente de Washington D.C. o de Suiza– que mandan inspectores al campo a contar los árboles y a medirlos. Después de un proceso lento, dan el certificado de crédito de carbono para vender.
Del lado de la demanda, hay empresas que están obligadas a compensar sus emisiones de dióxido de carbono (CO2), como sucede en Canadá, California y algunas partes de la Unión Europea, que compran estos créditos. Otras lo hacen voluntariamente, como Google, Apple y Patagonia. Cada crédito de carbono equivale a la vida de un árbol que captura en promedio una tonelada de CO2, y puede costar entre US$10 y US$30.
"Como todo el proceso para certificar el crédito de carbono es caro y difícil, no está sucediendo. Podríamos estar reforestando muchos bosques, pero el dinero está yendo a otros proyectos que son más fáciles de certificar", dice Sáez-Gil.
Su emprendimiento, el cual ya tiene un año de vida, se enfocó en construir herramientas tecnológicas que permiten que la certificación sea más fácil, utilizando imágenes satelitales e inteligencia artificial a través de machine learning (aprendizaje automatizado). "La inteligencia artificial lee las imágenes satelitales y puede hacer lo mismo que hacen los auditores yendo al campo: contar árboles y saber cuánto biomasa y carbono captura ese bosque. Es la misma tecnología que usan Facebook o Apple para identificar las caras", explica.
"Con esto vamos a permitir que estos créditos de carbono de bosques se emitan más rápido y más fácil. También estamos haciendo un mercado online, del estilo Airbnb o Mercado Libre, donde se conectan por un lado los dueños de bosques que tienen estos créditos con las empresas que necesitan comprarlos. Eso no existe hoy y vamos a ser uno de los primeros en hacerlo", indica.
Interés del fundador de Uber
Pachama tuvo de entrada interés en Silicon Valley. Sáez-Gil no es precisamente un outsider en el ecosistema emprendedor. Su primer proyecto exitoso fue la creación de una aplicación para reservar hostels, fundada en 2012 en Nueva York, que la vendió a una empresa que organizaba viajes y que le permitió pagar sus deudas de estudiante.
Su segundo éxito fue Bluesmart, que tuvo un crecimiento acelerado. En solo cuatro años vendieron 70.000 valijas y abrieron oficinas en China, San Francisco, Buenos Aires y Nueva York. "Nos estaba yendo súper bien hasta que en determinado momento los teléfonos Samsung empezaron a prenderse fuego en los aviones y eso llevó a que haya preocupación con respecto a las baterías de litio en los vuelos. Como resultado, las aerolíneas prohibieron nuestros productos. Todo sucedió en seis meses, y cuando se está fabricando a escala es muy difícil rediseñar. Justo habíamos realizado una orden para 50.000 productos más. Era un tren a toda velocidad. Nos puso bastante en jaque esa movida y se decidió vender la empresa", cuenta.
Pachama es su tercer emprendimiento que, al igual que Bluesmart, pasó por la aceleradora Y Combinator, la cual asesoró a empresas como Airbnb, Rappi y Dropbox. Uno de los inversores es Ryan Graves, fundador de Uber y actualmente CEO del fondo de inversión Saltwater. "Es un ambientalista y cuando escuchó la idea quiso liderar la ronda de inversión. Dijo que nos podía enseñar y ayudar a que el emprendimiento sea un market place global, y se quiso sumar al consejo. Lo quería conocer más y me invitó tres días a su casa en Hawaii, ya que estaba por ser papá y no se podía mover de la isla", dice Sáez-Gil, y enumera otros fondos que lograron atraer, como Paul Graham, fundador de Y Combinator, y Chris Sacca, el inversor que apostó desde el inicio en compañías del estilo Twitter, Uber e Instagram.
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