Black power: los empresarios afroamericanos dejan Silicon Valley en busca de un entorno más inclusivo
"Mirá esto, viejo", dice Tristan Walker, tirado en una silla de jardín de madera en su patio trasero. Con sus pulgares y dedos índice forma un rectángulo y mira a través del mismo a la casa de siete dormitorios sobre una colina delante de nosotros. Es una tarde de abril cálida en Georgia. La canción "Baby, Can I Change My Mind?", por el cantante de blues Tyrone Davis, suena desde un parlante bluetooth que nos ilumina con su luz como una lámpara. "Cuando tenía 20 años pensaba: ¿Cómo quiero que sea mi mundo?", recuerda. "Lo que veo a través de mis dedos es esa visión".
Walker y su familia han estado en esta casa en el barrio Buckhead, al norte de Atlanta, por dos semanas. Es la primera vez que el nativo de Queens, Nueva York, tiene un patio trasero y ha estado colgando luces, plantando hortensias y pateando una pelota de fútbol con su hijo de cuatro años, Avery James. El año próximo Avery James irá a una escuela privada cercana con un director negro que, según informa Walker, usa Bevel, el sistema de afeitado orientado a hombres de color que Walker lanzó en 2013. La esposa de Walker, Amoy, sale de la cocina para saludar y anuncia que está preparando hamburguesas de salmón. Dentro de un mes dará a luz su segundo hijo, August Julian. "Tendré un hijo nacido en Palo Alto y un hijo nacido en Atlanta", dice Walker. "Es un momento de reseteo".
Atlanta es donde se suponía que iban a terminar los Walker cuando se graduaron de la Universidad Stony Brook de Long Island en Nueva York, hace 14 años. Amoy tenía esperanzas de comenzar su vida de casada rodeada de una comunidad de personas similares en la ciudad sureña. En cambio, Tristan prefirió correr el riesgo de ir a Silicon Valley, atraído por su promesa de meritocracia y pensamiento empresario innovador. Fue pasante en Twitter y tomó clases en la escuela de negocios de la universidad de Stanford; Luego de ser reconocido por liderar el equipo de negocios de Foursquare, se convirtió en empresario residente de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz con sede en Menlo Park, y luego reunió más de US$30 millones para crear Walker & Company, una compañía de productos para el cuidado del pelo y la piel centrada en responder a las necesidades de la gente de color. Siendo uno de los pocos negros fundador de empresas que buscaba fondos en Sand Hill Road, llamó mucho la atención -incluyendo un artículo en Fast Company en 2014- y lo utilizó inteligentemente para hacer más conocida su marca y promover la contratación y el desarrollo de productos inclusivos en Silicon Valley. En Palo Alto donde Walker tenía su sede sólo 1,9% de la población es negra, mientras que en San Francisco el porcentaje cayó del 9% en 2017 al actual 5 por ciento. También fue cofundador de la organización sin fines de lucro Code2040, que capacita a estudiantes universitarios negros y latinos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática (lo que en inglés se conoce con la sigla STEM) y los coloca en pasantías en el área de la bahía de San Francisco.
Pero para 2018 Walker advirtió que había estado reclutando a jóvenes de minorías para un lugar que ya no lo entusiasmaba tanto. Tenía dificultades para conseguir capital adicional mientras sus inversores volcaban cientos de millones a competidores en el mercado masivo como Harry's. Se hacía más visible la desigualdad en San Francisco y que las grandes compañías tecnológicas estaban haciendo muy poco para terminar con los prejuicios raciales en sus plataformas o dentro de sus empresas. Google, que sigue produciendo resultados racistas en sus búsquedas, tiene dificultades para retener el 2,5% de sus empleados que son negros. Facebook -que ya es criticada por el escaso 4% de negros en su fuerza laboral y está empantanada en un mar de transgresiones relacionadas con la privacidad- enfrenta demandas legales por programas que permitieron a prestamistas y dueños de propiedades de alquiler excluir a minorías al hacer publicidad en su plataforma. Resultaba claro que Silicon Valley no hablaba el idioma de Walker y sus clientes. "Walker & Company no debió haberse construido en Silicon Valley", dice.
A lo largo de los años Tristan y Amoy flirtearon con la idea de irse de la costa oeste. En agosto pasado, de visita en la casa de amigos en Atlanta, de pura curiosidad fueron a mirar casas, dice Walker. En cuatro meses esa curiosidad se transformó en un titular: Walker vendió Walker & Company a Procter & Gamble, quedando como CEO, y mudando la compañía a Atlanta, en vez de a la sede corporativa de P&G en Cincinnati.
Según los informes que trascendieron sobre la operación el precio de adquisición fue de entre US$20 millones y US$40 millones (lo que significaría que los inversores no obtuvieron ganancia), pero Walker parece contento con el resultado. "En un mundo en el que no se puede obtener fondos y uno necesita asegurarse de que se cumpla su visión, tiene que hacer lo que es mejor para la compañía", dice. Bevel ya tiene su mayor tasa de clientes per cápita en Atlanta. Ahora, con el respaldo de la infraestructura corporativa de P&G -incluyendo su presupuesto de I&D de US$2000 millones- Walker está desarrollando sus planes para aprender de la capital negra del país y enviar las conclusiones a su nueva compañía madre.
Los Walker se han sumado a un éxodo -lo que algunos llaman la "gran migración en reversa"- de negros estadounidenses que están dejando metrópolis norteñas densas y caras para buscar un puerto en las mismas ciudades sureñas de las que huyeron muchos de sus ancestros. Según la Brookings Institution, el área de Atlanta ha atraído la mayoría de estos migrantes, quintuplicándose la población desde 1970.
El área metropolitana de Atlanta también tiene la segunda economía de crecimiento más acelerado en el país (detrás de San Francisco), Impulsada por su industria tecnológica, que aporta casi el 12,5% de los ingresos de la ciudad, Home Depot, UPS, Delta Airlines, Coca-Cola Company y Equifax tienen sede en Atlanta. Twilio, Salesforce y Pandora recientemente establecieron filiales, atraídas por el talento que egresa de las universidades Georgia Tech y Atlanta University Center, el mayor y más antiguo consorcio de colleges y universidades negras. Y el dato clave es que en la industria tecnológica de Atlanta un asombroso 25% de los empleados son negros. En San Francisco representan el 6 por ciento.
Mientras que los altos alquileres y el énfasis en "su cultura" de San Francisco repelen el talento emprendedor, están emergiendo nuevos centros de innovación en todo el país que amenazan su dominio. Pero Atlanta se destaca -y está singularmente posicionada para cambiar de modo fundamental la trayectoria del empresariado en este país- gracias a la comunidad de fundadores negros. Algunos son locales; otros son trasplantados como Walker, que vienen en busca de pastos más verdes y nuevas oportunidades. "Atlanta es negra, tan negramente negra" dice Iris Nevins, ingeniera de sistemas de 26 años que trabaja para Mailchimp, la plataforma de marketing por correo. En febrero dejó las oficinas de la compañía en Oakland, California, Para mudarse a su sede en Atlanta. "Y eso me encanta".
"Atlanta es un lugar único para gente negra, pero quedarse sentado pensando que es una tierra de leche y miel para todos los negros es una tontería" dice Maurice Hobson, profesor adjunto de estudios afroamericanos de la Universidad Georgia State y autor del libro La leyenda de la meca negra: política y clase en la conformación de la Atlanta moderna. "¿Estamos promoviendo la tecnología para hacernos ricos o lo hacemos para que la ciudad sea más accesible e inclusiva?".
La de Hobson es una de las muchas voces que alertan que los incentivos impositivos y las concesiones para atraer empresas exacerbarán las divisiones económicas de la ciudad. Cuando la legislatura municipal aprobó en noviembre un paquete de US$2000 millones para un proyecto de revitalización del centro -propuesto por el Grupo CIM, con sede en San Francisco- el concejal Andre Dickens fue uno de los seis que votaron en contra. "Hay un verso de Goodie Mob que dice: 'No entres en mi casa sin limpiarte los pies en la alfombra'", dice Dickens, que fundó la filial en Atlanta de TechBridge, una organización sin fines de lucro que enseña programación y finanzas a comunidades de bajos ingresos. Insiste en que las compañías que abran oficinas en Atlanta tienen que dedicar recursos a la capacitación de gente local para el trabajo.
Un informe reciente del grupo consultor McKinsey & Company centrado en Georgia describe un estado y una ciudad en los que el crecimiento económico podría verse trabado si no prepara a los residentes para trabajar en los nuevos sectores que está atrayendo. Sectores que exigen alta capacitación, incluyendo "computación" y "matemáticas" están creciendo 15% anual y hay 10 ofertas de empleo por cada candidato georgiano calificado. Para los trabajadores de baja capacitación se está volviendo la inversa. El informe también concluye que aunque hay abundantes recursos para lanzar nuevas empresas -Georgia figura en el 11º lugar de compañías nuevas- el estado figura en el lugar 45 en cuanto a tasa de supervivencia de startups, con más de la mitad agotándose en cinco años.
La alcaldesa Bottoms ha lanzado varias iniciativas para dar respuesta a estas cuestiones, incluyendo la inversión de US$200 millones en viviendas accesibles. Pero su trabajo es tan complicado como uno podría imaginarse para una alcaldesa negra de una ciudad de mayoría negra en un estado conservador como Georgia. Cuando se la anunció como oradora central en el acto de inicio de clases del Spelman College este año, algunos estudiantes protestaron, criticando su incapacidad para controlar el proceso de desplazamiento de sectores pobres por gente rica.
En mayo el gobierno del estado de Georgia aprobó una de las leyes de aborto más restrictivas del país, lo que generó llamados al boicot surgidos desde los estudios de entretenimiento que Bottoms y sus predecesores cortejaron asiduamente. ("Vamos a sentir las consecuencias de esto" dice Bottoms respecto de la ley.) Y en abril las dos cámaras del Parlamento estadual de Georgia intentaron -aunque infructuosamente- quitar a la ciudad el control del aeropuerto Hartsfield-Jackson, un símbolo del poder económico y político negro de Atlanta.
"Debiera haber 50 Atlanta" dice Walker, cuando hablamos en su patio trasero. "Todos pronto prestarán atención a lo que está sucediendo aquí". Los emprendedores tecnológicos negros de Atlanta ya sienten urgencia, preparándose antes de que llegue algo poderoso. "Esta revolución tecnológica se va a devorar lo que sea que uno crea que tiene si uno no está preparado", dice Paul Judge, el cofundador y presidente de Pindrop Security, una firma que desarrolla tecnología antifraude basa en la voz. Judge también es uno de los inversores de riesgo más destacados de la ciudad y ha volcado más de US$30 millones en todo tipo de startups nacidas en Atlanta.
Tanto interés hace que algunos empresarios locales desconfíen de los que vienen de fuera. Amanda Sabreah, fundadora y CEO de Partnr -una cartera digital para creativos- recientemente rechazó un acuerdo con Kleiner Perkins, firma de capital de riesgo legendaria de Silicon Valley, que quería mudar su compañía al oeste porque el costo de vida hubiera superado sus ingresos. Por consejo de Jewel Burks Solomon (la fundadora de la startup Partpic, que fue comprada por Amazon), también rechazó la inversión de otro fondo de riesgo que le dejaba menos participación de la que quería. Pero Sabreah sigue yendo una vez por año al Área de la Bahía. "Los empresarios de Atlanta tienen que crear una red de asesores en otras ciudades para poder competir" dice.
Mientras tanto el influjo de gente nueva está transformando el ecosistema de startups de la ciudad, junto con la vida de sus residentes. Aún no está del todo claro cómo será. Dada la presencia destacada de Walker en Silicon Valley, el interrogante es cómo piensa insertarse en su nueva comunidad. Mientras considera la pregunta, advierte que el cielo se oscurece de modo ominoso. "¡Parece que va a llover, carajo!", grita. Toma sus cosas y corre dentro de la casa. La cena está casi lista.
Traducción Gabriel Zadunaisky
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