La ‘teoría de la cucaracha’ explica la vigencia de la cripto más famosa
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Cortarles la cabeza no funciona: las cucarachas pueden vivir sin ella hasta una semana. Golpearlas tampoco es una garantía: sus flexibles exoesqueletos pueden doblarse hasta 900 veces su peso corporal. Tampoco es una solución tirarlas por el retrete: algunas razas pueden aguantar la respiración más de media hora. Para la mayoría, las cucarachas son una plaga desagradable. Su presencia es aún peor porque son indestructibles.
Muchos financieros y reguladores describirían el sector de las criptomonedas como una plaga indeseable. Los delincuentes utilizan las criptomonedas para blanquear dinero. Los terroristas las utilizan para realizar pagos. Los piratas informáticos piden rescates en bitcoin. Muchas criptomonedas se crean simplemente para que sus creadores puedan hacerse con el dinero.
El sector también parece indestructible. Los precios de las criptomonedas fueron aplastados por la subida de las tasas de interés en 2022. A la industria se le ha cortado la cabeza: Changpeng Zhao y Sam Bankman-Fried, los fundadores de la mayor y la segunda bolsa de criptomonedas del mundo, esperan sentencia por delitos financieros (infracción de las leyes contra el blanqueo de dinero y fraude, respectivamente). Los reguladores están tomando medidas enérgicas. Sin embargo, las criptomonedas no sólo han sobrevivido, sino que vuelven a dispararse: el 11 de diciembre, el bitcoin alcanzó su máximo en dos años, casi 45.000 dólares, frente a los 16.600 dólares de principios de año.
¿Qué es lo que ocurre? En primer lugar, la tecnología es indestructible. Bitcoin, ether y otras monedas no son empresas: no pueden quebrar ni cerrar. Emplean cadenas de bloques, que mantienen una base de datos de transacciones. Sus listas son verificadas por una red descentralizada de servidores que se ven incentivados a seguir manteniéndolas mediante la promesa de nuevos tokens. Sólo si los tokens caen a cero se derrumba toda la arquitectura. Y sigue habiendo muchas razones para creer que algunas criptomonedas valen más que nada.
La primera es que tener criptomonedas es apostar por un futuro en el que el uso de la tecnología esté muy extendido. En países despóticos, la gente ya utiliza bitcoin y stablecoins (fichas vinculadas a una moneda fuerte, como el dólar) para guardar ahorros y, a veces, realizar pagos. Su uso podría generalizarse. Artistas y museos siguen creando o coleccionando tokens no fungibles (NFTs). También los que quieren vender una imagen. Donald Trump vende su foto por 99 dólares cada una; tiene previsto cortar en pedazos el traje con el que fue fichado en una cárcel, hacer tarjetas y regalarlas a los que compren al menos 47 NFTs en una sola transacción.
Durante la época de auge, el sector de las criptomonedas recaudó mucho dinero y contrató a muchos desarrolladores inteligentes. Los que quedan están trabajando en nuevos usos, como aplicaciones para redes sociales o juegos para ganar dinero. Quizá nunca se adopten de forma generalizada. Pero incluso la pequeña posibilidad de que funcionen vale algo.
La segunda razón es que, con cada ciclo de auge y caída, queda más claro que la criptomoneda no es una burbuja como la manía de los tulipanes en la década de 1630 o la locura por los Beanie Babies en la década de 1990. Aunque el bitcoin es un activo volátil, su historia de precios se parece más a una cadena montañosa que a un único pico, y parece estar estrechamente correlacionada con los valores tecnológicos. Sin embargo, su correlación con el mercado en general es moderada. Un activo que oscila al alza y a la baja, y no en paralelo con otras cosas que la gente pueda tener en cartera, puede ser un diversificador útil.
Que el bitcoin se haya consolidado como un activo serio parece ser el origen de la última oleada. En agosto, un tribunal estadounidense dictaminó que la Comisión de Bolsa y Valores, el principal regulador de los mercados de Estados Unidos, había actuado de forma “arbitraria y caprichosa” al rechazar un intento de Grayscale, una empresa de inversión, de convertir un fondo de 17.000 millones de dólares invertidos íntegramente en bitcoin en un fondo cotizado en bolsa (ETF). Ello facilitaría la inversión en bitcoin al inversor medio.
En octubre, el Tribunal confirmó la sentencia y ordenó a la SEC que cediera. Las principales gestoras de fondos, como BlackRock y Fidelity, también han solicitado la creación de fondos de inversión. Dados los rendimientos que el bitcoin ha ofrecido en el pasado y sus correlaciones con otros activos, el resultado podría ser una avalancha de dinero en efectivo hacia el bitcoin, ya que incluso los inversores sensatos se plantean invertir pequeñas partes de sus fondos de pensiones o carteras en criptomonedas para diversificar.
Muchos sienten repulsión instintiva cuando ven una cucaracha. Pero a pesar de sus defectos, los bichos tienen usos: convierten la materia en descomposición en nutrientes y se comen otras plagas, como los mosquitos. Las criptomonedas también tienen su utilidad, como la diversificación de carteras y la seguridad del dinero en regímenes despóticos. Y, como se ha demostrado, es prácticamente imposible de matar.
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