La primera vez que pisó La Puna, la biologa y científica del CONICET, María Eugenia Farías, tenía 19 años. Fue en un viaje de mochilera junto a compañeros de la facultad. Hicieron dedo y un grupo de guardaparques los llevó a que conocieran la laguna Pozuelos. Ese día ella se enamoró de aquellos misteriosos espejos de agua en medio del desierto y quince años después, cuando convertida en investigadora y habiendo trabajado en varias capitales del mundo, tuvo que elegir una región a la que dedicarse, no lo dudó ni un segundo: quería volver a las lagunas de La Puna.
No existen precedentes de exploradoras científicas en esta parte del planeta. La "Arabia Saudita de Latinoamérica", como la definen los medios extranjeros por la enorme presencia de litio ("oro blanco") en la región, no dispone de rutas ni de huellas que la marquen y, como es de esperar, desde allí tampoco es posible acceder a ningún tipo de señal telefónica. A Eugenia, sin embargo, eso nunca pareció amedrentarla. Hace diez años ella comenzó un vínculo mágico con la región a la que hasta entonces, pocos científicos se habían animado. Empezó aceptando sus desafíos: aprendió a manejar en su compleja geografía, a desarrollar el sentido de la orientación, el estado físico para aguantar sus retos y la consciencia para entender sus peligros. En estas tierras, ella descubrió la importancia de contar con la inteligencia y fuerza de un vehículo que garantice no solo la posibilidad de llegar a zonas de difícil acceso sino también, de llegar a salvo. Y, en un territorio con vientos capaces de arrancar puertas, quebrar cristales y atascar vehículos, La Morocha y La Colo, como llama a la Hilux azul y roja con las que cuenta su equipo, se convirtieron en aliadas estratégicas. Ellas la han resguardo de los fulminantes rayos solares y de las temperaturas extremas que caracterizan a esta zona del planeta, la más parecida a Marte en el Planeta Tierra. .
A cambio de tanta dedicación y sacrificio, La Puna le entregó a Eugenia uno de sus máximos secretos: le reveló la existencia de unos ecosistemas muy especiales, los estromatolitos, la forma de vida más antigua del planeta, en la laguna Socompa, en Salta. Sucedió en el año 2009, cuando en medio de una expedición por la zona del volcán, Eugenia decidió aprovechar su día libre con transporte disponible. Luego de dar una vuelta, se bajó a caminar. Luego de dar una vuelta, se bajó a caminar y fue entonces cuando, en una esquina de esa laguna, sintió un olor especial, un olor que identificó como señal de la presencia de algo nada usual en esas latitudes: microorganismos vivos trabajando. Usó algunos instrumentos que había dejado en la camioneta para recortar las piedras e intentar adivinar de dónde podía provenir ese olor. Cuando una carne gelatinosa, aterciopelada y repleta de filamentos de color sorprendentemente rosa se reveló ante sus ojos, supo exactamente lo que había encontrado.
"Los estromatolitos son una asociación de algas y bacterias que precipitan minerales y son capaces de captar dióxido de carbono y convertirlo en oxígeno. A ese dióxido de carbono lo transforman en mineral y en ese proceso, forman algo que podríamos definir como rocas vivas", explica. "Estas rocas vivas dominaron el planeta primitivo y de hecho, lo cambiaron. Lo que hicieron fue liberar oxígeno y crear la capa de ozono, para que se generen las condiciones para la vida tal como las conocemos hoy", resume.
A pocas horas de su descubrimiento, Eugenia tuvo que comenzar a tomar decisiones. Estudiar los estromatolitos requería de un dinero del que no disponía y que iba a tomar mucho tiempo en conseguir. En 2009, el proceso para secuenciar el ADN no estaba disponible en Argentina y la primera opción para obtenerlo era revelar la información a un grupo extranjero, algo que descartó de raíz. Durante ocho meses mantuvo silencio. Pero una mañana todo se precipitó. Aquel día amaneció con la noticia de que una gigantesca corporación minera arribaría a la zona y extraería agua de la laguna Socompa, algo que probablemente terminaría con los estromatolitos. Por consejos de otra científica, Teresa Manera Blanco, quién vivió un proceso similar durante el descubrimiento de enormes huellas de dinosaurios en una localidad cercana a Bahía Blanca, Eugenia procedió a pedirles ayuda a las comunidades originarias para vigilar con atención los movimientos en la zona. Mientras tanto, se le ocurrió crear un Arca de Noé de microorganismos, un lugar que conservara muestras vivas de los estromatolitos y les permitiera además, reproducirse, para seguir contando con ellos en caso de que las políticas ambientales no fuera suficientes para protegerlas
Entonces su secreto dejó de serlo en cuestión de meses. Mientras los vecinos cuidaban de los estromatolitos, la noticia se esparció primero por los pueblos, luego por los medios locales y finalmente por los nacionales. Cuando fue publicada en Nature, la revista de divulgación científica más importante del mundo, el Senado de La Nación mostró interés. Tal como lo deseaba, Eugenia logró secuenciar el primer ADN en Argentina y los análisis confirmaron la agudeza de su mirada. El proyecto de extracción de agua de Laguna Socompa tuvo que frenarse. En 2011, ella logró lo que asegura, es junto a sus hijos, el mayor orgullo de su vida: que Socompa y los ojos de mar de Tolar Grande, se declaren área protegida por la presencia de bacterias.
Durante todos estos años, Eugenia jamás frenó su misión de relevar la puna. "Nuestros viajes son por zonas de muy difícil acceso, con condiciones extremas pero de una belleza increíble. En estas misiones, la Hilux es nuestra herramienta de trabajo, de ella depende nuestra vida" explica. "Además, es el medio que nos permite conectarnos también con las habitantes de esta zonas, aliados fundamentales para transmitir el mensaje sobre la importancia de cuidar a los ecosistemas más antiguos del planeta".
Actualmente, a bordo de La Morocha y La Colo, Eugenia sigue relevando esta región del planeta. Aunque tuvo el privilegio de dar con algo que nadie había imaginado, sabe que para un científico, en un lugar como este, la aventura recién comienza.
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