Bienvenidos a la nueva cultura híbrida
¿Volvemos a las oficinas? ¿Sí o no? ¿Cuántos días? ¿Cuándo? ¿Todos o algunos? ¿Qué sucederá con los downtowns de las grandes metrópolis como Nueva York, Londres o Buenos Aires? ¿Estamos seguros de que se transformarán en memorials donde las futuras generaciones podrán experimentar el destrozo que provocaron la pandemia y los confinamientos, o las ciudades harán algo por recuperarlos?
¿Regresan los eventos corporativos y los viajes de negocios? ¿O ahora que somos expertos en Zoom, Teams y Meet ya no tiene más sentido invertir en eso? El comercio electrónico, que en Estados Unidos pasó del 16% de todo lo que se vende en 2019 al 21% en 2020, ¿seguirá creciendo de a 5 puntos por año, arrollando a los shoppings, tiendas departamentales y comercios a la calle hasta desbancarlos definitivamente? ¿O eso fue una excepción propia de un momento extraordinario? ¿Ya no habrá inversores para el mundo físico y todo el dinero irá al mundo digital o, por el contrario, cuando muchos se aprestaban a dar una respuesta definitiva la realidad los está haciendo recalcular? Son algunos de los interrogantes que emergen tanto global como localmente en la vuelta a la normalidad.
Cuando se supone que todo cambia, suele ser útil pensar qué es lo que no cambia. Lo fue al comienzo de la pandemia, cuando muchos vaticinaban que la vida contemporánea sería finalmente dominada y monopolizada por el proceso de transformación digital en ciernes. Y lo es ahora, cuando de manera más que evidente hay un regreso de la vida física y territorial que tiene la impronta de un exabrupto. Tanta energía contenida, tanta vida dormida y aletargada resurgen en el mundo y en nuestro país.
Si hubiera que elegir un evento termómetro del ciclo pandémico, bien podría ser “el recital de los recitales”: Lollapalooza. Durante 2020, el show en la Argentina se postergó tres veces. Cada suspensión era una señal lapidaria: “Esto va para largo”. En agosto de este año se produjo el anhelado regreso. Fue en Chicago. Aprovechando el acelerado proceso de vacunación que en el verano boreal tenían varias de las ciudades más importantes de Estados Unidos, “se jugaron”. Algunos tenían dudas sobre qué haría la gente. La respuesta fue contundente: en 4 días asistieron 385.000 personas.
Las autoridades gubernamentales reportaron 203 contagios, ninguno de gravedad. Conclusión 1: las vacunas funcionan. Conclusión 2: cuando la gente comienza a creerlo y el Covid comienza a salir de la conversación pública dejando de monopolizar la agenda los medios, la vida brota incontenible.
Del “búnker” a “la calle”
Ahora lo estamos viendo en nuestro país. Algunos argentinos –los que tienen el poder adquisitivo para hacerlo y el estado de ánimo medianamente en proceso de estabilización– están impulsando la recuperación de lo que estuvo apagado durante más de un año. Insisto: los perdedores de la pandemia que llegaron hasta aquí serán los ganadores de la pospandemia. Cada vez es más evidente que el dinero se está moviendo del “hogar búnker” a “la calle”.
Si hubieran jugado un tiempo en cada cancha, River y Boca hubieran llenado las dos. Las entradas para ver a Argentina se agotaron en horas. Los shoppings recuperan energía y ventas. El año pasado estuvieron cerrados durante 7 meses y abrieron casi sobre el filo del Día de la Madre, uno de los grandes hitos comerciales del año. Su performance fue pobre. No podía ser de otro modo. No hay negocio que esté preparado para un blackout semejante. Esta vez recuperaron buena parte del brillo perdido. Con ironía podría argumentarse que “abiertos es otra cosa”.
Ayer, en una de las celebraciones familiares más arquetípicas para una sociedad latina como la nuestra, las autopistas, los restaurantes y las parrillas se vieron, en buena parte, desbordados. El fin de semana extralargo de octubre permite anticipar, salvo que ocurra algo que altere las actuales circunstancias, una excelente temporada de turismo interno en el verano. Se junta todo. El deseo latente de salir, una propuesta tentadora y un valor del dólar que te convence de “quedarte”.
Llegado este punto es un buen momento para hacernos tres preguntas existenciales: ¿qué pasó?, ¿qué pasa?, ¿cómo sigue?
¿Dónde quedó aquella idea que circuló fuerte en el ámbito de los negocios y el pensamiento sobre la emergencia de una low touch economy (economía de bajo contacto), publicada a mediados de mayo de 2020 por dos pensadores belgas, Philippe de Rider y Nick de Mey? Digerido a la velocidad que imponía el shock, tal vez aquel pensamiento fue malinterpretado. Cuando ellos hablaban de un período de uno a dos años, muchos lo tomaron como un giro definitivo de los patrones de conducta humanos y, por ende, de todos los demás ámbitos. Un “para siempre”, un “antes y después” definitivo, un “punto final” y un “nuevo comienzo”.
En honor a la verdad, cabe decir que, con tal de captar la atención, el reporte dejaba espacio para la confusión. Lo de los “dos años” era “letra chica”. Se llegó a fantasear con una vida suburbana como la que había en el siglo XVIII, solo que mediada por la tecnología. Las “contagiosas ciudades” se apagarían y terminaríamos viviendo otra vez en el campo (por supuesto, un delirio propio de un momento delirante).
Los historiadores indicaban justamente eso. Que las pandemias que habían ocurrido en otras instancias de la historia hacían estragos, modificaban fuertemente los hábitos, dejaban legados y finalmente un día terminaban. Así había sido tanto en el medioevo como en la modernidad. Yuval Harari, uno de los más relevantes de la actualidad, lo dijo con claridad “cuando nadie veía nada”, el 10 de abril de 2020. “No es la Edad Media. No es la peste negra. No es como si la gente estuviera muriendo y no tuviéramos ni idea de qué los está matando y qué se puede hacer al respecto. La humanidad tiene todo lo que necesita para contener y vencer esta epidemia”.
El vaticinio de Harari
Fueron la ciencia y la tecnología las que, como vaticinó Harari, nos permitieron doblegar el virus. Con razón, esas herramientas emergen ahora aún más poderosas. La “matrix de big data” que acumularon Facebook, Google, Amazon, Apple, Microsoft y tantos otros, así como la que se generará con los pasaportes sanitarios obligatorios para acceder a una vida que valga la pena ser vivida, al menos para la lógica de la vigente sociedad de consumidores, nos conduce a una inquietud central: ¿doblegará finalmente el mundo digital al mundo físico?
Al comienzo de la pandemia una vasta mayoría hubiera apostado que sí. Hoy no pocos se jugarían por lo contrario. Tal vez el truco sea recordar las palabras de Leopoldo Marechal en su poema “Laberinto de amor”: “En su noche toda mañana estriba: de todo laberinto se sale por arriba”.
No es lo uno ni lo otro. No habrá ganadores ni perdedores, sino que el mayor legado de la pandemia será la anticipada y finalmente concretada gestación de una humanidad de nuevo tipo. Donde lo físico y lo digital entran en un proceso de fertilización cruzada hasta volverse prácticamente indistinguibles.
Nuestra ancestral condición humana que nos define como seres físicos y gregarios ha demostrado por enésima vez su poder. Se “le paró de manos” a la revolución digital. En un momento límite, a “la hora de la verdad” dejó entrever toda su fiereza. En simultáneo, la virtualidad ha dado un salto exponencial en su carrera por el progreso infinito. Los algoritmos ya no se esconden, nos saludan a cada instante, conversan con nosotros, nos muestran sus cartas.
No nos confundamos. De lejos parecen estar batallando. Pero al observar más de cerca podemos ver que, en realidad, los dos titanes se están abrazando. Bienvenidos a la nueva cultura híbrida.
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