Bienvenido el debate macro
El agravamiento de los desequilibrios macroeconómicos verificado durante el verano y el que seguramente sobrevendrá en los meses que le quedan a esta administración tienen dos consecuencias relevantes, aunque hasta cierto punto contradictorias. Por un lado, aumenta el tamaño de la herencia que recibirá el próximo gobierno, lo cual exige aún más consistencia en la etapa de diagnóstico y diseño de su programa económico. Por otro lado, reduce las chances de que este Gobierno pueda llevar a buen puerto su objetivo de entregar el poder "así", sin que pase nada y sin cambios relevantes en su política económica.
El gasto público, el déficit fiscal y el financiamiento monetario, a través de la emisión del BCRA, incrementaron notablemente los riesgos de inestabilidad y descontrol nominal. Y producto del super-dólar a nivel mundial y de la depreciación adicional de la moneda brasileña, los problemas de precios relativos se agravaron, elevando los riesgos de una caída aún mayor de la actividad.
En efecto, el gasto público continúa subiendo a tasas superiores al 40% anual y los anuncios de nuevos aumentos prometen mantenerlo en crecimiento a esas tasas o aún más por el resto de 2015. A su vez, el verano trajo consigo un cambio notable en la implementación de la política monetaria. En la gestión del anterior presidente del BCRA, Juan Carlos Fábrega, prácticamente todos los pesos (un 96%) que se emitían para comprar dólares y financiar al fisco se absorbían mediante la colocación de Letras del BCRA (Lebac). En cambio, durante la gestión de Alejandro Vanoli apenas se retira de circulación un tercio de lo que se emite. Así, la base monetaria (los pesos en circulación y en poder de los bancos) ha vuelto a crecer por encima del 30% anual, después de haber crecido durante varios meses cerca de 15% anual. La gestión Fábrega no fue un dejo de prolijidad (los pasivos financieros crecieron al 50% anual), pero es probable que el menor crecimiento de la base monetaria haya servido para "comprar" buena parte de la relativa tranquilidad cambiaria e inflacionaria de los últimos meses. Una tranquilidad ahora amenazada por la creciente expansión de base monetaria.
Pero no sólo el descontrol fiscal y una política monetaria dependiente y poco cuidadosa amenazan la capacidad del gobierno de mantener el status quo. La apreciación del dólar contra la mayoría de las monedas del mundo ha sido formidable. El dólar se ha fortalecido más de un 20% (en relación con la canasta de monedas más relevantes a nivel global) desde que a mitad del año pasado comenzaron las especulaciones sobre una reversión de las políticas expansivas de la Reserva Federal (el Banco Central norteamericano). La contracara del super-dólar ha sido la depreciación del euro y del real, que en igual período acumulan una caída de 30 y 50%, respectivamente. Esta depreciación de las dos monedas más representativas en el intercambio comercial de la Argentina nos pone muy cerca de lo que sucedió hacia fines de los años 90 y principios de 2000 en materia de competitividad. Con respecto a Brasil, la depreciación del real/apreciación del peso en términos reales es de una magnitud similar a la de enero de 1999. No hace falta hacer mucha memoria para recordar que una de las claves por las que se hizo imposible mantener la convertibilidad fue precisamente esa depreciación del real. A partir de entonces, corregir el "atraso" cambiario se convirtió en una cuestión prácticamente impostergable; además, la apreciación del peso frente al real fue de una magnitud tal que acabó con la expectativa que la corrección pudiera producirse sin modificaciones de la paridad cambiaria.
La conjunción de una política monetaria más expansiva y las tensiones cambiarias y reales que genera el super-dólar y la depreciación del real ponen en riesgo la estrategia del Gobierno de llegar hasta las elecciones con las variables nominales bajo control, y también agrega complejidad al diseño del programa de estabilización macro y corrección de precios relativos que tendrá que ejecutar el próximo gobierno, sobre todo, en la eventualidad de que el actual gobierno logre su cometido.
Una larga contienda electoral ha comenzado. Y en sus primeros movimientos se puso de manifiesto muy rápido que ante cada propuesta o planteo de política económica de un candidato surgirán todo tipo de respuestas y especulaciones. Cualquier opinión servirá para descalificar o ir en contra de aquel que tenga el coraje cívico de decir lo que piensa y lo que cree que hay que hacer. Pero viene muy bien sacudir a la opinión pública y propiciar el debate de cuestiones que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno a partir de 2016. Largos años de pereza intelectual y complacencia llevaron al país a esta coyuntura crítica de la cual sólo se puede salir encarando todos los problemas desde el arranque de la próxima gestión.
Frente a la magnitud y complejidad de los desequilibrios macro y distorsiones microeconómicas causadas por el populismo kirchnerista, llegó el momento de mirar los números (sobre todo) y de hablar claro sin recurrir a la subestimación de la herencia como herramienta para convencer de que el gradualismo es una opción viable. Las consecuencias de trece años de malas políticas económicas no se podrán revertir con medias tintas, sin tomar riesgos, sin generar tensiones y sin costos. Pero como los riesgos y las tensiones, los costos se pueden reducir drásticamente con un programa de estabilización macro y reforma económica integral y creíble. Cuanto más debate en torno al diseño y los contenidos de ese programa, mejor. Ojalá las mezquindades electorales lo permitan.
El autor es economista
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