Un estudio reciente midió el impacto en costos y en los niveles de productividad del uso de la inteligencia artificial generativa para tareas que realizan los abogados en los inicios de sus carreras; los resultados fueron sorprendentes
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La serie se filmó entre 2015 y 2022, con seis temporadas que totalizaron 63 episodios. Better Call Saul (Mejor llame a Saul) es una precuela y secuela a la vez de la original Breaking Bad, en la que el actor Bob Odenkirk interpreta a Saul Goodman, un exestafador de poca monda devenido abogado en permanente declive moral. Para muchos críticos, la serie-desprendimiento (spin off) superó a su original, con un protagonista muy humano y querible. Muchas de las “avivadas” a las que apela Goodman para ganar sus juicios probablemente no serían posibles de realizar por sistemas de inteligencia artificial, al menos en el corto plazo.
Pero Goodman sí, seguramente, tendría problemas en 2024 para conseguir trabajo como abogado junior en el inicio de su carrera, o, al menos, no le sería tan fácil como a mediados de la primera década de este siglo, cuando está ambientada la serie.
Un estudio reciente sobre el impacto de la IA generativa (IAG; ChatGPT y otras plataformas) en la profesión de abogados midió bajas de costos y aumentos de productividad para los profesionales en sus trabajos iniciales que superaron, en intensidad, a las encontradas para otras tareas y profesiones en investigaciones similares. El trabajo en cuestión se llama “Better Call ChatGPT: Comparing Large Language Models Against Lawyers”, en alusión al título de la serie y a los grandes modelos de lenguaje (LLM) contra los abogados.
El paper fue firmado por Lauren Martin y otros cuatro coautores de un centro de estudios de Nueva Zelanda. Lo que describe es un cambio cámbrico para la profesión que en la Argentina sigue primera en el ranking de estudiantes universitarios recibidos. Tareas que tradicionalmente se les encargan a abogados pasantes en el inicio de la tarea profesional, como análisis de casos, jurisprudencia, normas, etcétera, son realizadas en menos de un décimo del tiempo y con un ahorro promedio del 99,97% de costos.
Hasta ahora, las ganancias y reducciones de costos en otras tareas, que se vienen comentando en Álter Eco en el último año, oscilaban entre el 20% y el 70%. Un 99,97% implica entrar en una dimensión completamente distinta en materia de impacto en productividad.
“Estos resultados no son meramente estadísticos –sostienen los autores–; señalan un cambio sísmico en la práctica legal. Los LLM están destinados a disrumpir la industria de los abogados, aumentando el acceso y la eficiencia de los servicios legales”.
El hecho de que el trabajo se centre en las tareas de entrada a la profesión no es menor, remarcaron dos abogados que siguen de cerca la agenda de avances de IA y que fueron consultados por LA NACION: Hugo Acciarri, director del programa de Derecho, Economía y Comportamiento de la Universidad Nacional del Sur, de Bahía Blanca, y Alejandro Chamatropulos, un abogado y profesor tucumano que recientemente publicó un libro sobre la intersección del derecho con las nuevas tecnologías (El deber de información frente a las decisiones no racionales de los consumidores, de Thompson Reuters).
“La formación tradicional de los abogados tiende a fomentar una actitud profesional frente a las tecnologías disruptivas: que piensen ‘como gendarmes’. Ven los riesgos y soslayan los beneficios. Y tienden a actuar para suprimir el peligro”, explica Acciarri.
Para el profesor de Bahía Blanca es problemático calcular “tasas de reemplazo”. “Muchas cosas que eran tareas de abogados (ir a tribunales y anotar ‘qué salió’) ya no existen: fueron reemplazadas íntegramente por tecnología. Muy poco, por ejemplo, de lo que hago personalmente, existía como ‘función de abogados’ cuando me recibí”, describe.
“Better Call ChatGPT” solo explora una función presente: la revisión de contratos. Un poco más lejana es la tasa de reemplazo en la narrativa en la litigación, donde la ventaja humana tal vez dure un tiempo más.
En el contrapeso, hay un campo enorme que se abre para los profesionales que sepan aprovecharlo: “Las máquinas de fabricar normas (fundamentalmente, Europa) no se están privando de nada en este campo. Hay abogados que hacen las normas (muchas, muy abarcativas, difíciles), abogados que las chequean, abogados que impiden (‘mandatoriamente’) que se use inteligencia artificial para muchas cosas, abogados que revisan que las IA que validan requisitos de cumplimiento sean adecuadas, abogados que buscan si hubo incumplimientos para demandar, etcétera. La IA introdujo una gran ampliación del campo de batalla abogadil”, resume Acciarri.
Para Chamatropulos, en este terreno es muy probable que se cumpla la “ley de Amara” (pronunciada por Roy Amara), que establece que solemos sobrestimar las potencialidades de una nueva tecnología en un futuro cercano y subestimar los efectos a largo plazo. Traducido al campo de los abogados y la IA: probablemente no haya cambios gigantescos en la actividad en los próximos meses, pero es casi seguro que todo (o casi todo) se modificará por completo de aquí a tres o cinco años.
La discusión en la frontera del derecho, la filosofía y la IA es infinita. “Cuando un juez resuelve un caso no solo importa ‘qué resuelve’ (el resultado), sino también ‘por qué y cómo resuelve’. Una premisa constitucional básica es que cuando se construye una decisión judicial, quien la emite tiene que ‘entender y comprender’ las razones que llevan a resolver. Así, un ‘juez robot’ hoy chocaría contra lo más elemental del Estado de Derecho, pues la IA ‘hace de cuenta’ que ‘comprende’, pero entrega la respuesta sin entender. Existe aquí un desafío que no será de fácil solución mientras no se desarrolle una verdadera conciencia artificial que efectivamente piense y no solo juegue a pensar”, dice Chamatropulos.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de una disrupción masiva en el mercado de abogados? Recordemos que estamos hablando de la profesión que más graduados universitarios genera por año en la Argentina. En la economía más grande del mundo, la de Estados Unidos, ocurre algo similar: en 1970 había 1,5 abogados cada 1000 habitantes; en la actualidad hay cuatro cada 1000. “Estados Unidos sobreproduce abogados. Para los ciudadanos que no nacieron en la riqueza, la forma más eficiente de empezar a escalar hacia la elite es seguir la carrera de Derecho”, remarcó en un reciente ensayo el historiador y zoólogo ruso Peter Turchin, de la Universidad de Duke.
Turchin tiene una hipótesis provocadora (como todo lo que escribe): por el lado de los abogados recién recibidos sin empleo y endeudados hasta el cuello para pagar su costosa educación, vendrá la primera ola de convulsión social generada por el avance de la IA. Turchin recuerda que, por lo general, no son las masas las que protagonizan procesos revolucionarios, sino las “contraelites”, y enfatiza que muchos de los líderes revolucionarios del pasado estudiaron Derecho: Robespierre, Lenin, Castro, Lincoln y Gandhi. ¿Se sumará Saul Goodman a esta escalada?
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