Benjamin Gedan: “La falta de reformas en el acuerdo con el FMI es una oportunidad perdida”
El exfuncionario del gobierno de Barack Obama sostuvo que es difícil entender la política económica de la Argentina; en una charla con LA NACION, contó por qué cree que nuestro país no logra avanzar y ocupar el lugar en el mundo que podría tener por sus recursos humanos y naturales
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Es subdirector del Programa Latinoamericano del think tank Wilson Center y profesor en la Universidad Johns Hopkins; fue director de América del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y responsable de la Argentina en el Departamento de Estado de Estados Unidos durante el gobierno de Barack Obama
Benjamin Gedan nació en Nueva York, se formó en Boston y ahora vive en Washington D.C. Es analista político y económico en uno de los think tanks más importantes de la capital estadounidense. Desde ese lugar, ofrece su consultoría a inversionistas que quieren entender mejor a la Argentina. Formó parte de la administración de Barack Obama, como responsable de Sudamérica dentro del Consejo Nacional de la Seguridad. De hecho, fue quien organizó la visita del exmandatario a la Argentina en 2016, durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando se buscaba relanzar la relación comercial entre los dos países y fortalecer los lazos tras mucho tiempo de enfriamiento durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
–¿Cómo se ve a la Argentina desde el exterior y cómo se la entiende siendo extranjero?
–Es un país bastante complejo, con una economía muy difícil de entender en términos de sus crisis recurrentes y de unas políticas que diría son más que heterodoxas. Desde el exterior da la impresión de que es un país que repite los mismos errores muchas veces en su historia. Lo difícil no es identificar los desafíos económicos, sino entender por qué nunca pudo escapar del estancamiento económico, a pesar de los tantos recursos humanos y naturales que tiene y de su importante tamaño, y a pesar de ser un país muy atractivo en términos de su oferta turística y cultural. Esto es lo que nos cuesta entender desde el exterior. Los fenómenos económicos son menos complejos, hay muchas teorías que nos explican lo que pasa en la economía argentina. Lo difícil es entender la política económica del país.
–¿Qué mismos errores suele repetir la Argentina?
–Básicamente, hay un gasto público que casi siempre es mayor de lo que el Gobierno puede recaudar por impuestos. El resultado siempre ha sido un endeudamiento peligroso que genera condiciones de crisis. Obviamente, la Argentina no es el único país que tiene ese desafío macroeconómico, pero como tiene tantas importaciones, necesita una cantidad de dólares. Entonces, es un país que tiene que endeudarse en dólares, pero no tiene la capacidad de generar las divisas necesarias para pagar sus deudas y las importaciones. Se podría pensar en otros desafíos económicos, como los problemas estructurales y la falta de competitividad de un país con un mercado demasiado cerrado, que no aprovecha las oportunidades de la economía global para exportar más.
–¿Por qué cree que el país no aprovecha sus ventajas?
–Tiene que ver con grupos de interés, con la política y economía. No es el único país que vive en estas condiciones. Brasil también tiene un mercado bastante cerrado. Los dos países son fuentes importantes de productos agrícolas, pero al mismo tiempo hay oportunidades para que entren en las cadenas de valor globales, pero la Argentina está fuera del proceso de globalización. No es por falta de capacidad, de producto, de oferta o de mano de obra, sino por falta de las políticas económicas correctas para insertarse en el mundo. También tiene que ver con el peso de los sindicatos, con la ideología del peronismo y con la falta de liderazgo. Es un país que normalmente no tiene líderes que estén dispuestos a pagar el costo político de una apertura. Porque una apertura genera pérdidas y ganancias para el país. El consumidor y las empresas que tienen capacidad de exportar ganan, pero también, las que tienen el beneficio de dominar el mercado local, si son un monopolios u oligopolio, de repente tendrán que competir contra otras empresas de otros lados, que tal vez tienen una tecnología más avanzada y una mano de obra más barata. En ese caso, con la ayuda del Gobierno podrían importar tecnología y minimizar los costos de producción. El rol del Estado es asegurar que esa apertura no genere demasiadas pérdidas de empleo o falta de industrias estratégicas. No soy tan ortodoxo para pensar que hay que abrir el país sin pensar en los costos. Pero la Argentina hoy está en el otro extremo en cuanto a cómo y cuándo se abre una economía.
–Australia y Nueva Zelanda venden commodities, pero lograron integrarse a las cadenas de valor. ¿Qué tienen de distinto la Argentina y Brasil?
–El origen puede estar en la política de sustitución de importaciones, que nació durante la Gran Depresión. En aquel momento histórico, muchos países tuvieron que pensar en otras estrategias para crecer, porque la reacción a esa crisis, incluso entre los más desarrollados, fue subir las barreras comerciales y dejar de importar. En aquel momento, países con recursos, como la Argentina y Brasil, que dependieron durante muchas décadas de la exportación, tuvieron que adaptarse. Pero, después de tantos años, nunca volvieron al antiguo modelo de crecimiento económico, e instalaron muchas políticas para proteger a las industrias nacionales, con la idea siempre de que iban a poder competir; pero eso nunca pasó. Mientras tanto, los demás países del mundo cambiaron su estrategia para aprovechar las oportunidades del mercado global, donde hay más consumidores.
–¿Qué impacto tiene la guerra en Ucrania en la Argentina?
–En el plano diplomático, son negativos. En lo económico, la Argentina se beneficia por el aumento de los precios de las commodities, que han subido dramáticamente. El efecto negativo es la mayor la inflación en los alimentos, que ya era un tema difícil para la Argentina. Lo más importante: creo que la visita del Presidente a Moscú fue un desastre en términos diplomáticos y un error profundo; debería haber anticipado, porque ya en ese momento era bastante obvio que había un gran peligro de una invasión brutal y sangrienta, y no entiendo por qué tomó la decisión no solo de viajar y reunirse con el dictador ruso, sino también de decir que la Argentina puede ser la puerta de entrada para esa dictadura en América Latina, y de insultar a sus socios estadounidenses con los dichos sobre la necesidad de balancear el rol de Estados Unidos y de buscar otros socios internacionales, para que haya menos dependencia. Fue una serie de errores muy dañinos para el posicionamiento del país, tanto en la relación bilateral con Estados Unidos, como en la defensa de su imagen en el mundo como un país que comparte algunos valores importantes con otras democracias, como la defensa de los derechos humanos y de soberanía.
–Esto se da justo cuando la Argentina busca renegociar acuerdos con el FMI y con el Club de París. ¿Puede tener algún efecto?
–No creo, al menos esta administración de Estados Unidos no buscará castigar a la Argentina desde su postura en el FMI. Hay dudas sobre la calidad del programa propuesto y no dudo de que hay miembros importantes de la administración de Joe Biden que tienen miedo de que el programa fracase o de que no tengan las recetas necesarias para fortalecer la economía argentina. Pero no creo que el daño diplomático vaya a cambiar el posicionamiento de Estados Unidos ante el FMI.
–¿Usted qué opina sobre el programa económico acordado?
–Diría que sin lugar a dudas es mejor que un default. La Argentina corría el riesgo de provocar una crisis innecesaria, si al final tomaba la decisión de no pagar y de perder acceso a las demás instituciones multilaterales, como el Banco Mundial, disminuyendo más aún la credibilidad del país y la confianza de los mercados. Sin embargo, también tengo críticas sobre el programa.
–¿Cuáles?
–La falta de reformas estructurales en el acuerdo es, para el Gobierno, una gran victoria. Lo dice como si fuera un conflicto entre el país y el FMI y como si la Argentina hubiera ganado por su capacidad para negociar, pero para la mayoría de los analistas en el exterior esto, obviamente, no es una victoria, sino una oportunidad perdida. Hay una falta de competitividad en el país que tiene que ver con problemas estructurales, como el sistema impositivo, laboral, la falta de acuerdos de libre comercio y el sistema de pensiones. Un programa con el FMI es una oportunidad de no solo solucionar una crisis de corto plazo, sino de aprovechar la ayuda técnica de la institución para avanzar con reformas estructurales o de al menos culpar al FMI, pero adoptar algunas de las ideas necesarias. Al revés, la Argentina tomó la decisión de pelear contra el FMI para asegurar un programa que evita otra crisis, pero no tiene un contendido suficiente para solucionar los grandes desafíos económicos. Por eso casi nadie tiene la idea de que a través del programa el país vaya a salir de su estancamiento económico. Por la liviandad del programa, el país tampoco recuperará acceso al capital, porque no generará confianza en los mercados doméstico y del exterior. Tampoco hay confianza en que el país tenga la capacidad de cumplir con los requisitos mínimos del programa, por la falta de compromiso político del Gobierno y por la presión interna en contra del FMI. Además, la política es difícil para cualquier tipo de ajuste, aunque sea bastante moderado. Es obvio que vamos a enfrentar críticas sobre tarifas desde la misma coalición que gobierna, de la oposición y de los votantes en general.
–¿Cómo ve a la oposición?
–Tanto el gobierno estadounidense como el sector privado internacional están dispuestos a trabajar estrechamente con cualquier gobierno en el país, no hay una cuestión ideológica ni partidaria. Un gobierno peronista con algunas ideas más modernas del manejo económico podría recuperar la confianza en el mundo, no es necesario un presidente como Carlos Menem, que obviamente tenía un compromiso con el neoliberalismo, algo impensable para otro gobierno peronista. Sobre la oposición, pese a las crisis recurrentes la Argentina siempre recibe un nuevo voto de confianza, porque tiene varias ventajas que la mayoría del mundo no, como el tamaño del mercado interno, la gran clase media y sus características de consumo, la cultura atractiva, su oferta turística, el litio, el vino, el trigo, la soja, la creatividad y la tecnología. Es un país que tiene una oportunidad enorme para crecer y ser un modelo de innovación. Por todo esto, hay un gran grupo de actores del sector privado que siempre están listos a entrar. Dicho esto, la oposición tendría el desafío de convencerlos, ya que muchos de ellos perdieron sus inversiones en la época de Macri. Se los debe convencer de que ahora es distinto, que esta vez la oposición tendrá la capacidad de avanzar con reformas en el Congreso, que tendrá el capital político para disminuir el gasto público sin generar problemas de gobernabilidad, que tendrá el coraje de corregir errores sin un gradualismo que nunca funciona, que tendrá la capacidad de seguir con su agenda de libre comercio, que tiene la capacidad de generar un consenso social en el país. Sin esto, se enfrentará a un mundo que tendrá dudas, no de sus objetivos ni de sus políticas, ni de su capacidad técnica, sino de su habilidad para implementar una agenda y avanzar con reformas en un contexto político y económico muy complicado.
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