Bancos atrincherados, un mal económico
Para tener una idea de hacia dónde se dirige Wall Street, basta con leerle los labios. A puertas cerradas, los banqueros de alto perfil suenan más como representantes de un programa para bajar de peso que como intrépidos titanes financieros.
Deshacerse de los kilos de más, ajustarse el cinturón y ponerse en mejor forma figuran entre los clichés habituales, que reemplazan a viejos favoritos como "es una maratón, no una carrera de velocidad" o "respetamos a todos los rivales pero no le tememos a ninguno".
Es más que simple retórica: regulaciones más estrictas, mercados difíciles y accionistas poco amistosos están obligando a los bancos de Estados Unidos y Europa a reducirse y concentrarse más en un área concreta.
La tendencia ha sido bien acogida por los reguladores e inversionistas porque revierte la excesiva expansión, tanto en términos de geografía como de activos, que precedió la crisis financiera.
Sin embargo, un análisis más profundo de la ola de desinversiones muestra un efecto colateral preocupante: una balcanización de las finanzas a lo largo de líneas nacionales, con implicaciones negativas para ahorristas, empresas e inversionistas.
Desde 2007, grupos financieros en todo el mundo han vendido alrededor de US$722.000 millones en operaciones y activos, según un estudio reciente deMcKinsey Global Institute.
Hasta aquí, ningún problema. Muchas firmas se inflaron demasiado antes de la crisis de 2008, invirtiendo en operaciones de rentabilidad dudosa y fuera de las áreas que dominaban. (¿Acaso los bancos franceses realmente necesitaban tener una cartera de bancos en Grecia y Egipto? ¿Y necesitaban los bancos de Wall Street administrar casinos?)
Casi la mitad de las ventas totales desde la crisis provino de desinversiones de operaciones extranjeras. Eso es particularmente obvio en Europa, donde los problemas de deuda soberana llevaron a los bancos a liquidar activos con gran rapidez.
A primera vista, es una situación alentadora: los bancos se están librando de "distracciones extranjeras" para concentrarse en lo que realmente conocen, que son sus mercados internos.
Pero considere lo siguiente. Los flujos transfronterizos de dinero —desde préstamos hasta inversión extranjera directa y compras de acciones y bonos— explotaron entre 1980 y 2007, registrando un máximo de US$11,8 billones (millones de millones) justo antes de la crisis, según McKinsey. Ahora se ubican 60% por debajo de su punto máximo.
La mitad de ese colapso de los flujos financieros globales se debe a una caída en los préstamos internacionales. En otras palabras, los bancos se están refugiando en sus fronteras, rehusándose a prestar fuera de sus confines nacionales.
"Es una reorganización del panorama bancario global", dijo Susan Lund, socia de McKinsey Global Institute.
La globalización tiene muchos enemigos, pero es difícil argumentar que una caída tan acentuada en la capacidad de los bancos para lubricar los engranajes de la economía global sea algo positivo. Los consumidores y las empresas no podrán obtener tanto crédito como antes, mientras que las economías se expandirán a un menor ritmo por la escasez de capital extranjero.
La abatida Unión Europea debería aceptar la mayor responsabilidad por esto pero ningún otro país, ni siquiera EE.UU., pudo llenar el vacío financiero que dejó la retirada de los europeos.
Los efectos de la escasez de préstamos internacionales aún no son del todo visibles, en gran parte porque las empresas tienen suficiente efectivo y no tienen prisa por invertir en este clima de falta de dinamismo.
Pero muchos grifos que se cerraron no volverán a abrirse aunque las economías mejoren.
Es posible que bancos "en las sombras" —fondos de cobertura, firmas de private equity e incluso fondos de inversión— así como prestamistas en mercados emergentes puedan compensar parte de la pérdida. Sin embargo, es poco probable que cuenten con US$3,3 billones para reemplazar lo que retiraron los bancos occidentales del sistema financiero.
En este contexto, no sorprende que los bancos culpen a las agencias reguladoras por su salud. En un discurso el año pasado, Douglas Flint, presidente de la junta de HSBC PLC, lamentó la estrategia de los reguladores de concentrarse en operaciones nacionales, calificando la práctica como "una forma de proteccionismo".
Esas críticas tienen justificación. Los reguladores nacionales van detrás de los pesos pesados porque la crisis mostró que un sistema financiero interligado es vulnerable a las sacudidas sin importar dónde se produzcan.
Pero eso no es todo. Los bancos están encogiendo sus balances y deshaciéndose de activos en el exterior porque es más fácil impulsar sus ganancias y capital de esa forma, en vez de arriesgarse a enojar a sus empleados con drásticos recortes salariales o irritar a los accionistas diluyendo el valor con la venta de acciones.
Sea cual sea la razón, para que la recuperación de la economía global cobre impulso, será imprescindible que banqueros y reguladores salgan de sus trincheras.
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