Balanza comercial: se cumplió el fin, ¿se justifican los medios?
Hay cierto consenso en la teoría económica acerca de que el comercio internacional es una herramienta que tiene el potencial de resultar decisiva para el desarrollo económico, aunque los argumentos en defensa de las ventajas que un comercio más abierto aporta al crecimiento de todos los países se encuentran en debate, dada la configuración fuertemente desbalanceada de la geografía económica actual.
En 2012, uno de los objetivos perseguido con más ahínco fue un superávit de balanza comercial superior a US$ 10.000 millones. El objetivo se cumplió con creces al finalizar el año, pero surge el interrogante acerca de cómo se llegó a ese resultado.
Si se toma un ejemplo extremo, ese valor puntual podría haberse logrado de manera trivial en el primer bimestre de 2012 -cuando ya se había exportado por US$ 10.000 millones- si se hubiesen cerrado antes las fronteras al ingreso de productos extranjeros. Claramente, en una economía global, en la que los países se vinculan a través de sus transacciones económicas, lo que interesa es cómo el nivel y la estructura del comercio internacional argentino afecta a las variables económicas relevantes.
El año pasado hubo una pronunciada caída en el grado de apertura de la economía argentina, medido como el cociente entre el comercio con el resto del mundo y el producto bruto argentino. Ese indicador tomó uno de sus valores más elevados en 2008, cuando la suma de las exportaciones más las importaciones argentinas equivalió a casi 40% del PBI, y en 2012 se habría reducido a 30% (la más baja desde 2002), con valores en dólares tanto de exportaciones como de importaciones por debajo de los de 2011. La menor apertura o "cierre" de la economía provino de ambas variables: las exportaciones pasaron de 18% del PBI en 2011 a 16% en 2012, mientras que las importaciones descendieron de 16% a 14% del PBI entre ambos años.
En un año que se presentó con una importante caída en la demanda mundial ante la crisis en los países centrales, la previsión de una desaceleración en el valor de las exportaciones locales por menores cantidades embarcadas al exterior llevó a que la respuesta de corto plazo para lograr el objetivo numérico fuera una política de freno a las importaciones de bienes y servicios.
Efectos en el corto plazo
Uno de los principales efectos de la política de restricciones impuestas a la importación fue su impacto sobre la producción de corto plazo y la capacidad de producción de largo plazo (inversión). Del total de lo que se importó, 80% son productos necesarios para la producción local: insumos, combustibles y lubricantes, bienes de capital.
En este punto, resultan claves las menores importaciones de bienes de capital, dado que constituyen una parte importante de la inversión. El último dato oficial disponible de inversión bruta interna fija (IBIF) mostraba una caída interanual de 15%, verificándose que el rubro equipo durable de producción (el cual representa la mitad de la IBIF) tenía una baja de 27%, compuesta por equipos nacionales con una suba de 4%, frente a importados que caen 42 por ciento.
Otro aspecto relevante para la infraestructura productiva agregada es la evolución reciente de la balanza energética. Las exportaciones argentinas de combustible y energía -principalmente petróleo - llegaron a su máximo en 2006; a partir de ese año se estancaron y mantuvieron su valor en dólares relativamente estable. Por el contrario, las importaciones de combustibles y energía -principalmente gas- siguieron una senda exponencial de aumento, sólo interrumpida en 2009. Luego, las compras externas de energía retomaron su senda ascendente y llegaron en 2012 a aproximadamente 10.000 millones de dólares. Asimismo, la balanza energética cobró cada vez mayor importancia respecto de la balanza comercial. De hecho, en 2006, la balanza energética aportaba casi 50% del superávit comercial, mientras que en 2012 representó un sólo peso para la balanza comercial, con un déficit de unos 3500 millones.
El freno a las importaciones blindó la consecución del monto del superávit comercial deseado y protegió a corto plazo a sectores productivos cuyo grado de competitividad es relativamente bajo.
El principal desafío que plantea este tipo de políticas es que los cambios de estructuras productivas sólo ocurren en un plazo mediano a largo.
En lo inmediato, resulta costoso reemplazar por bienes domésticos (si es que los mismos están técnicamente disponibles) a aquellos insumos y bienes de capital que antes se obtenían del resto del mundo a través del intercambio comercial, pagándolos con los dólares generados por los sectores cuya competitividad les permitía ser exportadores.
Mirando a futuro, si se decidiese continuar realizando ese esfuerzo, debiera ser acompañado por una política integral de desarrollo económico y productivo, cuyo horizonte no se agote en cuestiones parciales.
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Equipo LN Data