Autocrítica de un Nobel: errores y aciertos de Krugman
El economista norteamericano repasa cuáles de sus vaticinios y pronósticos escritos durante la crisis inmobiliaria en Estados Unidos se cumplieron y cuáles no
Hace poco, mientras limpiaba mi despacho en Princeton, me di cuenta de la naturaleza efímera de escribir sobre políticas: una gran parte de mis estanterías estaba llena de 30 años de libros sobre la trascendental década siguiente. Vaya.
Han pasado casi 10 años desde que empecé a escribir sobre la crisis financiera y la Gran Recesión. Todo empezó con mi diagnóstico de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, cuyo estallido yo sabía que sería malo, pero no tenía ni idea de que lo sería tanto como lo fue. En todo caso, ha habido un arco bastante coherente, y allí estaba yo reflexionando sobre mis aciertos y mis errores.
El punto de partida, como decía, fue la burbuja inmobiliaria. Ciertamente, no fui el único en dar la voz de alarma en ese frente. Dean Baker, en particular, lanzó advertencias mucho antes y mucho más contundentemente. No obstante, creo que mi primer artículo al respecto aportó valor al poner de relieve la enorme diferencia entre el comportamiento de los precios en los estados en donde la construcción estaba restringida y en los demás.
Se podía afirmar que los precios del sector inmobiliario tenían sentido, pero en cuanto uno separaba el conjunto adecuado de estados y ciudades, se encontraba cara a cara con la locura. Y, en los años siguientes, la bifurcación quedó abrumadoramente confirmada.
Ése fue el principio. Desde entonces, ¿en qué he acertado y en qué me he equivocado?
Cosas en las que he acertado:
1. La burbuja inmobiliaria
Vale la pena recordar con qué insistencia se negó la burbuja; me repitieron un montón de veces que yo sólo decía que había una burbuja porque odiaba a Bush.
2. La inflación, o su ausencia
Fui un firme defensor de la opinión de que las políticas expansionistas de la Fed no suponían riesgo de inflación. Esto despertó gran polémica, ya que la derecha estaba convencida de que la inflación estaba al llegar, y una parte del centro y de la izquierda se sentía, como mínimo, insegura al respecto.
3. Los tipos de interés
En estas condiciones no hay efecto desplazamiento. Lo dije desde el inicio, y sobre este tema hubo mucho titubeo entre los demócratas.
4. La austeridad es perjudicial
Un montón de gente que debería haber tenido mejor criterio se creyó la ilusión del hada de la confianza, o al menos aceptó la idea de que los multiplicadores fiscales eran bastante bajos. Yo dije que en la coyuntura actual los multiplicadores serían altos.
5. Estímulo insuficiente
Avisé repetidamente que la ley de recuperación y reinversión de 2009 se quedaba corta, y que esa insuficiencia tendría consecuencias duraderas. Por desgracia, tenía razón.
6. La devaluación interna es despreciable, tosca y larga
Desde el primer momento sostuve que ajustar los precios relativos dentro de la eurozona sería difícil, y que nadie tiene la clase de flexibilidad de precios y salarios que permita que la "devaluación interna" se desarrolle sin sobresaltos.
7. Obamacare es factible
Es un tema diferente, pero en mi libro de 2007, La conciencia de un liberal, defendí que un sistema sanitario de mandatos, regulación y subsidios, aunque no se pudiese construir de la nada, funcionaría en Estados Unidos.
Cosas en las que me equivoqué:
1. La magnitud del desastre
Vi una burbuja inmobiliaria, sabía que las consecuencias serían malas, pero no tenía ni idea qué tan malas. Ignoraba el incremento de las operaciones bancarias en la sombra y no tuve en cuenta la deuda de los hogares o los desequilibrios dentro de la eurozona.
2. La deflación
Pensé que la deflación al estilo japonés era un riesgo inminente en todas las economías deprimidas. En cambio, ha habido una inflación notablemente persistente, baja pero positiva.
3. La caída del euro
Creo que, en su mayor parte, mi análisis de la economía de la eurozona y de sus problemas fue bastante bueno. Sin embargo, sobreestimé el riesgo de ruptura porque entendí mal la economía política: no caí en la cuenta de lo dispuestas que estarían las élites europeas a imponer un sufrimiento generalizado en nombre de la permanencia en la unión monetaria. Tampoco me di cuenta de lo fácil que sería manipular una modesta mejora económica y convertirla en un éxito, incluso después de años de horror.
4. Los efectos de la liquidez en la deuda soberana
Siento decir que pasé por alto la importancia de la liquidez y de la escasez de efectivo para dirigir los precios de los bonos en la eurozona. Hasta que el economista Paul De Grauwe intervino, no fui consciente de la enorme diferencia que supondría para Europa que el Banco Central Europeo cumpliese su función de prestamista de último recurso. De hecho, si el euro sobrevive, se debería atribuir a De Grauwe -y a ese tal Mario Draghi, que ha puesto en práctica sus ideas como presidente del Banco Central Europeo- gran parte del mérito.
Aunque no cabe duda de que he cometido errores, creo que acerté sobre todo porque nunca he dejado que las preocupaciones de moda me aparten de la macroeconomía y he intentado en todo momento aplicar las lecciones de la historia.
El autor es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008
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