Ariel Coremberg: “Es imposible discutir sobre productividad o competitividad con una inflación de 100%”
El economista, docente universitario y asesor de Patricia Bullrich, destacó que el tema más relevante en el día a día, para la sociedad, es el aumento de los precios, y advirtió que para pensar las reformas de fondo que necesita la Argentina, antes es necesario conseguir la estabilidad
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Es doctor en Economía por la Universidad Nacional de La Plata; se especializa en temas de desarrollo económico, crecimiento y medición de la productividad a través del proyecto Arklems+Land; es docente de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de San Andrés; desde 2022 es asesor económico en el equipo de Patricia Bullrich
“Es imposible discutir productividad o competitividad con 100% de inflación”, afirmó el economista Ariel Coremberg, al analizar la coyuntura macroeconómica y las perspectivas para la Argentina en el mediano plazo. Especialista en temas de desarrollo y crecimiento económico, el investigador advirtió, en un diálogo con LA NACION, sobre la falta de credibilidad de las autoridades y afirmó que es necesaria una “auditoría de los números de las empresas públicas”.
–¿Cómo describiría la situación de la Argentina hoy?
–Lo más importante es que estamos en un régimen de alta inflación. Es el tema que está presente en el debate económico y en el análisis de la coyuntura, antes que el crecimiento. Es un tema mucho más relevante para el día a día de la gente y las empresas. Y tengo una anécdota que lo muestra: yo doy clase de crecimiento económico en la universidad y tengo alrededor de 100 alumnos; les pregunté cuál era el índice de inflación y cuánto iba a crecer en el año PBI este año, y el 95% de la clase me supo decir cuál era el Índice de Precios al Consumidor, pero solo uno me dijo cuál iba a ser el crecimiento del nivel de actividad.
–¿Cómo describiría el contexto en el cual se da la aceleración de la inflación?
–Previo a las hiperinflaciones de los 80 y principios de los 90 se dio una situación similar. Cuando la inflación se acelera a tres dígitos anuales, lo que sucede es que es muy probable caer en estanflación, que es alta inflación con caída en la actividad; es algo que por ahora lo estamos viendo en los últimos datos mensuales desestacionalizados. Habrá que ver qué pasa en cada trimestre; en el segundo vamos a ver el impacto negativo, en la liquidación de divisas, de los factores climáticos que afectan la cosecha. Va a ser muy problemático en términos de actividad y de la generación de los dólares que la Argentina necesita para crecer.
–¿Qué define a un régimen de alta inflación?
–Cuando la inflación pasa de dos a tres dígitos, el horizonte de decisión de consumo, inversión y producción pasa a ser de menos de un mes. A comercios y empresas les resulta muy dificultoso calcular a qué costo de reposición van a tener las mercaderías vendidas, y en ese contexto empiezan a fijarse las listas de precios al tipo de cambio paralelo. Si hoy comprás algo a $100 y no sabes a qué precio va a estar en un mes, usar el tipo de cambio alternativo es una manera de cubrirse. Y en ese proceso no es rentable producir, porque no sabés si vas a poder comprar los insumos. Ahí aparece otra causa, que es el cepo.
–¿Qué efectos genera?
–El cepo es consecuencia de la huida del dinero doméstico de los argentinos. Eso deja a la economía sin dólares. Esa es la causa del cepo, que se vuelve cada vez más duro sobre las importaciones y eso es algo mucho más grave que la brecha cambiaria en sí, porque directamente no sabés si vas a poder comprar la tuerca o la llanta para el camión y, entonces, no sabés si se va a poder desarrollar normalmente la actividad del transporte. Si no hay disponibilidad de insumos importados, no se sabe si se van a poder fabricar los autos. El cepo existe porque no hay dólares en el Banco Central que puedan cubrir las pocas importaciones que necesita la Argentina. Y digo pocas, porque el nivel de actividad no es tan alto.
–Pero, si se mira la evolución reciente, en 2022 la actividad llegó a los picos de 2017.
–Sí, pero una cosa es llegar en 2017, con una inflación de casi 30%, y otra cosa es llegar al mismo nivel de actividad con casi 100% de inflación. No es lo mismo. La economía puede reactivarse por la circulación monetaria y la emisión monetaria excesiva, pero a medida que los argentinos rechazan esos pesos, compran bienes durables o dólares, y en algún momento esa brecha no es sostenible y hay que sincerar el tipo de cambio. La Argentina hoy vive día a día y mes a mes viendo cada dolarcito que pueda usar, en cada autorización administrativa del Ministerio de Economía y, así no funciona a largo plazo una economía. Y eso impacta en la demanda de otros factores. Hay mucha dificultad para comprar insumos, y eso se ve en la situación de bienes intermedios, accesorios para bienes de capital, abonos o fertilizantes para el campo, hierro redondo para la construcción... Y ni hablar de los servicios basados en el conocimiento, con las computadoras que en el país son todas importadas. Y si hay dificultades para la importación, se reduce su demanda.
–¿Cómo analiza el mercado de trabajo, con la reducción del desempleo y años de caída del poder adquisitivo?
–Eso es totalmente compatible con un régimen de alta inflación, porque igual que a fines de los 80, con los salarios como están, no es caro contratar trabajadores. Por otra parte, este fenómeno de bajas tasas de desempleo tiene otra causa: el salario real es bajo, pero la tasa de actividad cae, y eso muestra que en los salarios bajos, el costo de oportunidad de no trabajar y cobrar una asignación o un plan es bajo; así, llegado el caso, no te conviene trabajar. Por el lado de la demanda laboral hay otra dificultad: para qué vas a contratar empleados formales de alta calificación si no sabés si mañana endurecen el cepo, no te dejan importar y no podés producir. Por eso baja el desempleo: aumenta la inactividad, porque con dos planes empardás un salario mínimo y, por el lado de la demanda de empleo, la incertidumbre de las empresas hace que no se proyecte contratar trabajadores y que lo único que avance sea el empleo de baja calificación, no registrado y de bajos ingresos, es decir, el empleo de baja calidad. Y también hay relación de dependencia encubierta con el monotributo, para eludir los altos costos laborales del empleo registrado.
–¿Qué condiciones hay para resolver todo eso?
–Desde 1983 a la fecha hubo dos planes de estabilización transitoriamente exitosos, el plan Austral y la Convertibilidad. ¿En qué fallaron ambos? En no generar instituciones de política fiscal que hicieran sostenible el gasto público y la generación de bienes públicos que la Argentina necesita, como educación y salud. Por no existir ese límite al poder, se genera ineficiencia en el gasto y corrupción: obras públicas que no se realizan, o que son de baja calidad y demás. Y yendo a la coyuntura, el nuevo gobierno que asuma este año se va a encontrar con todas las crisis posibles: previsional, financiera, bancaria, de inversores institucionales llenos de instrumentos de deuda pública, de confiabilidad en el sistema económico y político. A mi entender, para que un plan de estabilidad funcione tiene que haber una consolidación fiscal profunda, discutir qué hacer con las empresas del estado, revisar la asignación del gasto en salud y en educación. La provincialización de ese gasto en la década del 90, por una coyuntura especial, generó una discriminación en la provisión de esos servicios, además de una gran ineficiencia en el gasto. Y tenemos un sistema previsional insostenible, agravado por el crecimiento del empleo informal que no genera aportes. Y hay otro tema, que es el no acceso al crédito, porque el único que accede es el Estado mediante los bancos, tomando los depósitos de los ahorristas. Hay tres formas de financiar al sector público, y como no puede hacerse con más impuestos, porque la presión tributaria está al máximo, hoy se recurre a la emisión monetaria y a la deuda en pesos, asignada a toda entidad institucional. Es lo que yo llamo un Ponzi macroeconómico.
–¿Y cómo se desarma?
–Es un problema si se impone la ansiedad política de demostrarle a la clase media que hay que salir del cepo de la noche a la mañana. Eso puede salir bien unos meses, pero si no das una señal concreta de que cortás el derroche del gasto y de las empresas públicas, que implica US$10.000 millones por año, no se arregla. Hay que hacer una auditoría y puesta en público de todas las firmas estatales, sin contabilidad creativa.
–¿Cuál es su visión sobre la evolución de los subsidios en el rojo del sector público?
–No es solo cuántos subsidios asignamos, sino en qué se gasta. Las tarifas hoy se cubren con transferencias del Tesoro, que implican directamente emisión monetaria. Pero, más estructuralmente, ¿por qué existe semejante subsidio? La Argentina es un país de bajísima productividad. Según mi medición, la productividad total de todos los factores es hoy equivalente a la de 1950, y como es tan baja, se pagan bajos salarios y nadie invierte. Para compensar, se subsidian las tarifas, porque el salario no alcanza para la subsistencia normal de una familia. Si hubiera que pagar el costo total de la energía con los salarios de hoy, sería impagable. Por eso, el país necesita un boom de inversión, de generación de productividad y exportaciones.
–¿Y cómo se logra?
–Es una cuestión más política. Primero, hay que saber que no son 100, sino 30 días los que tendrá el gobierno que asuma para mostrarle a la sociedad que es confiable. La confianza del presidente es el primer paso. No se puede seguir hablando de credibilidad o de reputación del Banco Central, de Hacienda o de la política fiscal, si el presidente no cumple con sus propias reglas, como pasó cuando violó en cuarentena el decreto que él mismo había dictado y nos enteramos por la foto de Olivos. La Argentina se caracteriza por la anomia, que no es solo achacable a la sociedad, sino que responde a incentivos que vienen de arriba. Además, para que la política monetaria sea efectiva, no tiene que estar dominada por las necesidades del fisco.
–Antes se refirió a una situación similar en etapas previas a las hiperinflaciones, ¿cuán cercano es un episodio así?
–Hay una cuestión muy extraña. El viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, que es quien ejerce la política macroeconómica, porque el ministro no es economista, nos dijo que había “riesgo de hiperinflación”. Eso no lo vi nunca en ningún gobierno de la Argentina, que se agite ese fantasma desde el oficialismo. Es muy difícil gobernar así; por eso creo que va a ser muy positivo una renovación de las autoridades.
–Mencionó la productividad. ¿Cómo puede mejorar el país en ese aspecto?
–Primero, no se puede hablar de desarrollo ni de recuperación de la productividad con un 100% anual de inflación. Es otra discusión similar a la de fines de los 80. Es importante la estabilidad macro y, si no generamos instituciones que limiten el poder para no caer siempre en déficit fiscal y en un gasto público insostenible, vamos a volver a lo mismo. Es imposible discutir productividad o competitividad con 100% de inflación. Cualquier tema de fondo no puede resolverse si no pensamos en la estabilidad primero. La Argentina no puede funcionar así, ni pensar perspectivas de desarrollo, ni cortar la emigración de jóvenes. El mundo dejó atrás los niveles de inflación que tiene Argentina.
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