Apuntes para una hoja de ruta de la economía
Más allá de cómo se desenvuelvan los próximos 14 meses, el gobierno que asuma la conducción de la Argentina a fines de 2015 deberá llevar a cabo correcciones significativas para recuperar el crecimiento y el empleo. Pero los desafíos no se agotan en esta primera, y seguramente, ardua tarea. La próxima administración tendrá que contar con un norte de largo plazo y con una hoja de ruta para alcanzarlo. Será clave lograr consensos y comunicar claramente cuál será la economía que se querrá alcanzar de cara a los próximos 15 años. Ésta debería convertirse en la imagen rectora que ordene las acciones y expectativas de todos los agentes económicos (gobierno, empresas y trabajadores) en un horizonte que supere lo coyuntural.
En el punto de partida, desde una óptica macro, la distorsión de precios relativos, la elevada inflación, el déficit fiscal (y su financiamiento con emisión) y el cepo cambiario aparecen en el centro de los desbalances que se deberán resolver en los primeros meses del próximo gobierno. Pero la resolución de estos problemas debería estar en línea con la economía que queremos tener de aquí a 15 años, lo que involucra determinar políticas de Estado que se orienten en múltiples direcciones.
En materia macroeconómica, hay que generar las condiciones básicas que son condición necesaria para pensar en lo demás. Y en este punto no hay mucho por inventar. El mundo, o la mayor parte de él, ya no discute ciertos principios para alcanzar una estabilidad que en la Argentina no se ha podido obtener aún: estabilidad nominal, respeto de los contratos, protección de los derechos de propiedad, competencia basada en mecanismos de mercado, sustentabilidad fiscal y de la deuda, incentivos apropiados para la inversión. En otras palabras, hay que empezar por definir mecanismos claros, creíbles y consensuados para romper con una historia económica atada a la inestabilidad y la debilidad de las reglas de juego.
Por otro lado, resulta clave definir la estructura productiva deseable en el resto de esta década y la próxima. Una estructura que se ajuste a las tendencias globales, las ventajas competitivas locales, y que pueda apalancar un ciclo sostenible de crecimiento basado en la creación de empleo y en la inversión. Por lo que será fundamental apuntar a sectores con ventajas comparativas y potencial de desarrollo en el agregado de valor desde el conocimiento. En este sentido, aparecen tres ejes principales.
El primero se basa en el procesamiento de alimentos, donde la Argentina constituye el tercer abastecedor a nivel mundial. Con una clase media asiática en crecimiento, se pueden diversificar los productos con mayor valor agregado, incorporando los estándares más rigurosos de seguridad agroalimentaria. Esto debería acompañarse de una estrategia que integre y potencie a industrias relacionadas como la biotecnología, el desarrollo de nuevos fertilizantes y fitosanitarios, maquinaria agrícola o software especializado.
El segundo se enfoca en la energía, donde la Argentina se ubica en segundo lugar a nivel global en recursos potenciales de shale gas, y cuarto en shale oil. En este caso, es vital recuperar el autoabastecimiento en el marco de una política que apunte a la seguridad energética, lo que requerirá inversiones por más de US$ 180 mil millones -casi medio PBI argentino- durante los próximos 10 años. A su vez, esto determinará una gran oportunidad para todo un entramado de proveedores (insumos, equipos, maquinaria, infraestructura).
El tercero es el de los minerales, donde la Argentina se encuentra en el top five de reservas mundiales de litio y cobre y en el top ten en potasio, oro y plata. Si bien se está actualmente en una fase descendente de precios, se mantiene el cambio estructural en la actividad dado el rol de China como factor creciente en la demanda mundial, por lo que el desafío es posicionar la actividad local para atraer nuevas inversiones.
Asimismo, se deben invertir esfuerzos en consolidar y avanzar sobre las industrias en las que la Argentina es referencia regional. Es el caso de la automotriz, metalurgia y la industria química, que son manufacturas de mediano contenido tecnológico.
Además, la estrategia productiva hacia adentro deberá valerse de una estrategia de inserción internacional en un mundo que estará regido por la construcción de cadenas internacionales de valor. La Argentina no puede quedarse al margen de la definición de los patrones de especialización que se están delineando a través de una integración amplia, y que determinarán hacia dónde se dirigirán los flujos de inversión, la tecnología y la innovación.
En esto resulta fundamental consolidar nuestra alianza con Brasil -aliado y socio estratégico "natural"-, para maximizar el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecerá el mundo. Pero también habrá que aproximarse al resto de la región, ya que una América latina unida es fundamental para discutir los temas normativos que regirán el comercio, las inversiones, la propiedad intelectual, los mecanismos de defensa comercial y los temas agrícolas.
Hay muchas otras anotaciones para colocar en la hoja de ruta que deberá guiar a la economía durante el próximo ciclo, pero en la tarea de pensar el camino a seguir no puede faltar la búsqueda de consensos con un horizonte de transparencia en la toma de decisiones.
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