Apagón: un incendio de pastizales que expuso un sistema al límite y una sociedad cansada
Puede fallar. Ese dicho popular inmortalizado por el ilusionista Tusam es tan válido en el sistema eléctrico argentino como en tantos otros lugares donde haya una máquina o un sistema. El punto determinante es cuándo falla. Y esa casualidad, que podría explicarse fácil en momentos de serenidad, se convierte en combustible para la bronca de miles de ciudadanos cuando la paciencia está agotada y los discursos son violentos.
Al presidente Alberto Fernández le sucedió algo así. Un incendio de pastizales partió la red de transporte de alta tensión en dos, y medio país quedó sin electricidad. Inmediatamente, varias centrales, (Atucha I y una máquina de Central Puerto) que generaban para una determinada demanda, salieron de operación preventivamente cuando se desplomó el transporte. Se trata de sistemas de prevención que funcionan como un dominó cuya primer ficha es un evento que genera un desequilibrio entre la oferta y la demanda de energía eléctrica.
En ese momento, con medio país a oscuras, el Presidente envió un hilo en Twitter: “Hoy vivimos sustancialmente mejor que hace tres años”. Unas horas antes, había inaugurado el período de sesiones ordinarias del Congreso con la descripción que, aún con luz, se hace difícil observar.
La sociedad argentina ya no soporta apagones, no importa cuál fuese la causa. Y no lo soporta porque a los apagones se suma el aumento indiscriminado de precios de los alimentos, que llevó la inflación a un rango de 100% anual; la inseguridad sin freno; el aumento de la pobreza, la caída del salario real y la agenda política de un oficialismo que no logra empatizar con los reales problemas sociales.
Pocas horas antes de la oscuridad, Fernández repasó cifras de un país maravilloso que de tan bien que anda y que funciona, pues no requiere ninguna medida económica concreta. Eso sí, necesita dinamitar el Poder Judicial que, según las palabras presidenciales, se ha apartado del estado de derecho.
Después de trabajar, miles de ciudadanos no tienen trenes para viajar por falta de electricidad, justo en momentos en que comenzó a regir el aumento del 6% de las tarifas de colectivos y trenes del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Y como si fuera poco, llegarán a sus hogares, tarde, y no tendrán luz, pese a que también el Gobierno ya puso en marcha para todos los hogares residenciales una suba en las boletas en torno a 60%, a través de dos incrementos repartidos en abril y junio. La sociedad está cansada de una infraestructura que no da respuestas.
El apagón fue producto de una quema de pastizales. En el sector nadie entendía cómo puede ser que ese siniestro, no tan grave, no pudo ser neutralizado. Sucede, explicaba un técnico, que a veces no hay opción porque se opera al límite. Una conjunción de máquinas fuera de servicio y demanda alta por el calor puede ser letal para las redes. Pero, en el fondo, hay un denominador común: la infraestructura al límite.
Pero en el discurso del oficialismo todo funciona a pleno y no hay ninguna necesidad de cambiar nada. Así se construye el relato donde no importa lo que pasa, por más grave que sea, sino que lo relevante es que no se hable de eso. De a poco, y con el tiempo, esas pequeñas grageas que sedimentan. Vaya si el relato histórico está presente en el mundo energético. El apagón dejó fuera de servicio Atucha I, llamada Presidente Juan Domingo Perón. En ese momento, Atucha II, bautizada Presidente Néstor Kirchner, estaba en mantenimiento. Mientras, dos obras energéticas avanzan para mitigar problemas futuros: un gasoducto que transporta el gas de Vaca Muerta y una central hidroeléctrica sobre el río Santa Cruz. Ambas se llaman Néstor Kirchner.
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