Antes de empezar a beber tequila hay que saber cuándo decir basta, ¿no?
Qué placer recibirlos en este espacio, en el que me voy a referir en la presente oportunidad a esta simple manera que encontró el economista británico Tim Harford para definir los efectos del exceso de emisión monetaria. El tema es, concretamente, que una primera copa puede animar una velada tediosa, pero beber constantemente no es una buena idea. William Martin, que presidió la Reserva Federal hace 50 años, explicó que su trabajo era llevarse la ponchera justo cuando se empezaba a animar la fiesta, porque cuando aparecen los primeros síntomas de una borrachera, lo más probable es que la gente ya empiece a manifestarse en forma incontrolable.
Con la política monetaria pasa algo parecido: todo sucede con cierta demora. Pero, cuando sucede, es muy difícil frenarlo. Lamentablemente parece que en nuestra Argentina no se llevaron la ponchera y vivimos mareados.
Pero este tipo de comportamiento (caracterizados por no saber detenerse a tiempo) no solo ocurre con la emisión monetaria, sino con el exceso de aplicaciones de políticas distorsivas, como, por ejemplo, los controles de precios o los gastos por arriba de lo posible o, simplemente, la decisión de intervenir los contratos de alquileres, o de congelar tarifas, o de manipular el mercado de la carne, o de subir los impuestos sin contemplar ni el esfuerzo ni el riesgo de quien produce.
Amigo lector, usted ya sabe que una buena idea, un buen plan o un lindo discurso de nada sirven si no hay una buena gestión que logre implementar esa idea, o ese plan o “el gran discurso”.
Claramente, la Argentina tiene un serio problema de parálisis de gestión en todas sus instituciones, desde el Poder Ejecutivo hasta un simple despacho de autorizaciones de importaciones, de exportaciones o de apertura de un nuevo negocio.
“Con la política monetaria pasa algo parecido que con quien toma bastante alcohol: los efectos se ven con demora y es difícil frenarlos”
Es tanta la conflictividad política que los funcionarios prefieren no hacer nada, porque el miedo a una sanción cotiza más alto que el beneficio o el premio de una buena gestión.
La mala noticia es que estamos en uno de esos momentos. La buena noticia es que no duran mucho tiempo.
Este mes se cumplen ya dos años de que perdimos al inigualable Marcos Mundstock, quien fue integrante de Les Luthiers, y voy a usar un monólogo de él para empezar con el siguiente diagnóstico en tres pasos: 1) estamos mal, 2) no tocamos fondo, 3) tarde o temprano se levanta una gran oportunidad para nuestro hermoso país.
Dice aquel monólogo de Mundstock: “El folklorista Cantalicio Luna, de joven, supo ser arriero (de joven, porque luego se olvidó). Después se puso a vender botas de potro, pero le fue mal: la mayoría de los potros andaban descalzos. En la guerra contra los indios, durante la conquista del desierto, Cantalicio recorrió los fortines con su guitarra cantando, entreteniendo a la tropa; esto le valió el agradecimiento... de los indios”.
Creo que nuestra dirigencia se parece mucho a Don Cantalicio Luna. Cada cosa que hace, o le sale al revés de lo que suponía o merece el agradecimiento de la economía uruguaya, de los subsidiados de turno, de Repsol o de los productores de gas, de trigo o de ganado... pero de otros países. En este tipo de modelo se gana más militando que produciendo.
“Una buena idea, un buen plan o un lindo discurso no sirven de nada si no hay una buena gestión que logre implementar eso que se pensó”
Paso 1. Estamos mal porque nuestro poder de autodaño todavía es mucho mayor que nuestro poder de construcción. Preferimos más el mal de nuestro adversario que nuestro propio beneficio. Incluso, somos dañinos con nosotros mismos.
Nos hacemos daño porque gestionamos mal los riesgos. Cuando se subsidian planes, tarifas de energía o de transporte sin valorar el esfuerzo que representa obtener esos recursos escasos, debería saberse lo siguiente:
*Cuando una tarifa es plana e independiente de lo consumido, los individuos tienden a utilizar los recursos sin contemplar ni su nivel de escasez ni el esfuerzo que lleva conseguirlos, y, tarde o temprano, se produce algo peor que la suba de precios, que es el desabastecimiento.
Paso 2. Todavía no vimos lo peor en materia social y en índices macroeconómicos. Pensemos juntos: el producto bruto interno (PBI) representa el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un determinado período de tiempo, normalmente un año. Este año no va a mejorar, porque para calcular el PBI en función del gasto se tiene en cuenta al consumo más la inversión más el gasto público más las exportaciones, menos las importaciones.
1. El consumo va a disminuir porque los salarios de los ciudadanos están perdiendo poder adquisitivo. Los precios suben a un ritmo del 60% anual y los salarios, con suerte, a un 50% (no hay que confundir consumo con huida de los pesos).
2. La inversión va a caer, puesto que casi todos prefieren esperar a ver cómo se dirime la conflictividad política antes de tomar decisiones. Además, si no hay garantías de abastecimiento de energía o de combustibles, ¿de qué me sirve aumentar la producción si no tengo a quién venderle o cómo trasladarla? Un ejemplo concreto: nos sobra gas y no tenemos como transportarlo.
3. Si la la Argentina no reforma su gasto público ineficiente (45% del PBI) su situación va a ser inmejorable (porque no podrá mejorar nunca). Es simple, con lo que recauda no le alcanza para sostener ese gasto y nadie está dispuesto a financiarlo. La suba de impuestos reduce la capacidad productiva de nuestro país y, como a Don Cantalicio Luna, no van a parar de agradecernos los países vecinos.
4. Vamos a exportar quizás algo más por la mejora de precios, pero necesitamos importar mucho más por el faltante de energía y de insumos para la industria, ya que con esta brecha cambiaria conviene importar y no producir aquí. Por lo tanto, nuestra balanza comercial será menor que la del año anterior. Esto garantiza menos dólares para poder importar, y eso limita nuestra recuperación económica.
Hasta acá, todo lo enunciado usted lo sabe, amigo lector. Intuimos que, si no se cambia de rumbo, esto no termina bien. Eso explica nuestro estado de ánimo.
El problema no es el presente, sino las pocas expectativas de poder cambiarlo.
“Si no se cambia de rumbo, esto no termina bien. El problema no es el presente, sino las pocas expectativas de poder cambiarlo”
Paso 3. Vuelvo ahora a citar a Les Luthiers para terminar la nota con una luz al final del túnel: “Felices los que poco esperan, porque jamás serán defraudados”.
Si es verdad que los mercados se adelantan a los procesos económicos y sociales, creo que los precios de los activos argentinos ya descuentan el estresante escenario. Algunos inversores ya empezaron a percibir que son muchos más los ciudadanos argentinos que quieren vivir de la dignidad de su trabajo y de sus esfuerzos que de dádivas gubernamentales.
El éxodo de nuestros hijos nos está haciendo reaccionar y nos damos cuenta de que así no vamos a ningún lado, y de que es mejor pelearla en nuestro país que ser un sudaca en algún lugar del mundo.
Si la mayoría de los ciudadanos de la Argentina nos ponemos de acuerdo en que el dinero y la dignidad se ganan laburando, esforzándose, siendo honestos y respetando el esfuerzo del otro, tenemos todo para salir adelante y surgirán líderes que gestionarán ese mandato mayoritario.
¿Seremos capaces de hacerlo? Si usted cree, como yo, que la respuesta es sí, la Argentina es muy barata y vale la pena el riesgo. Si usted cree que no, seremos eternamente la oportunidad perdida.
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