Año nuevo, liderazgo nuevo
El inicio de año es una época en la cual indefectiblemente nos ponemos a pensar en lo que vendrá en los próximos 12 meses. El panorama, lamentablemente, no aparece tranquilizador.
El Gobierno ató todo con alambres para llegar a las elecciones legislativas en 2021 y ahora debe comenzar a desatar los nudos, en el contexto de un programa con el FMI, o bien atarlos aún más en un programa de controles cuantitativos al estilo Venezuela. Destinos tan opuestos suenan plausibles dependiendo de a qué miembro del Gobierno estemos escuchando. O, en el caso del presidente Alberto Fernández, del momento del día en que lo estemos escuchando.
Esta nueva incertidumbre sobre el curso de acción que tomará el Gobierno se suma a otras sagas a las que ya nos tiene acostumbrados el kirchnerismo como, por ejemplo, el acuerdo, o no, con los holdouts en 2014 y la reestructuración de la deuda externa pública en 2020. Estas importantes negociaciones agregan un manto de incertidumbre sobre la planificación económica que tienen que hacer empresas y familias, que no existe en ningún otro país del mundo. Detalles insignificantes para quienes vivieron siempre de cómodos beneficios del Estado.
El problema es que desatar nudos tiene costos económicos de corto plazo, y la población ya está golpeada y abatida. La última encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés muestra que “el 84% de los argentinos está insatisfecho con la marcha general de las cosas”. Salvando un interregno entre el cambio de gobierno y el inicio de la pandemia, la insatisfacción se mantuvo muy elevada desde la crisis cambiaria de 2018. En una visita al país en mayo de 2019, Felipe González, ex presidente de España, comentó sobre el estado de ánimo de los argentinos: “No es la ira de 2001, es la desesperanza de 2019.” Esto fue antes de muchas frustraciones y contratiempos adicionales.
“El Gobierno ató todo con alambres para llegar a las elecciones legislativas en 2021; ahora, o comienza a desatar los nudos en el marco de un programa con el FMI, o los ata más aún en un programa de controles cuantitativos al estilo Venezuela”
Dicha desesperanza se ve también en algunos indicadores adicionales. La participación en las elecciones legislativas de 2021 fue del 71%, la más baja desde la vuelta de la democracia. Además, opciones a la izquierda y a la derecha de las coaliciones principales ganaron mucho terreno. Muchos argentinos están votando de otra forma: con los pies. Si bien no hay datos duros, algunos informes sugieren que el número de argentinos que eligieron emigrar en 2021 sería el mayor de nuestra historia, superando incluso las cifras de la crisis de 2001.
Si bien la insatisfacción incluye a todos los poderes del Estado y a la dirigencia política y empresarial en general, el gobierno del Frente de Todos es el que tiene que tomar decisiones en los próximos meses. Por más que se encarga día a día de echar culpas a (Mauricio) Macri, a Cambiemos y al FMI, entre otros actores sociales, el sistema argentino es fuertemente presidencialista y, por lo tanto, salgan como salgan las cosas el Poder Ejecutivo será visto como el responsable.
Los desafíos económicos que enfrenta el Gobierno son muy importantes. Para recordar, el staff del FMI, en un comunicado del 10 de diciembre, sugirió que es necesario “mejorar de manera gradual y sostenible las finanzas públicas”, reducir el financiamiento monetario al Gobierno, contar con una política monetaria “adecuada” con tasas de interés reales positivas y con políticas “para acumular reservas internacionales.” Implícitas en estas recomendaciones están las necesidades de subir las tarifas de servicios públicos y de devaluar el peso.
El Gobierno encara esta etapa con un bajo apoyo de la población, y es muy probable que las medidas que tiene que tomar lo hagan caer aún más. El Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) de la Universidad Di Tella estaba en diciembre en 1,42 (en una escala de 0 a 5), lo que podríamos interpretar como una aprobación presidencial de tan solo el 28,4%. Este indicador es más bajo que el mínimo durante el gobierno de Macri, del 30,6% en abril de 2019, y uno de los más bajos de toda la serie, que comienza en noviembre de 2001.
Analizar el comportamiento del ICG durante el gobierno de Macri arroja muchas luces sobre el dilema que enfrenta el gobierno: el ICG tuvo sus peores caídas en meses en los cuales subió tarifas y en los cuales el peso se depreció fuertemente. Alrededor de los meses en los que el peso se devaluaba aceleradamente como, por ejemplo, a fines de agosto de 2018, el ICG cayó en promedio 8,7%, y en meses de suba fuerte de tarifas, como abril de 2016, casi 10% (en todos los meses se mezclan varios hechos que pueden haber tenido incidencia en la percepción del gobierno, así que hay que tomar estos datos solo como indicativos).
Es decir, la aprobación presidencial podría caer a niveles no vistos desde la crisis de 2001 o de la crisis durante el conflicto con el campo, en 2008.
Por ello no sorprende que el Gobierno titubee. El acuerdo con el FMI es un camino que no le convence, ya que trae costos inmediatos sin asegurar beneficios para las elecciones presidenciales de 2023.
Cualquiera sea el rumbo tomado por el Gobierno, es altamente probable que la economía experimente en 2022 una devaluación del peso (y/o un aumento fuerte de la brecha cambiaria), una aceleración de la inflación y un estancamiento. Un cóctel que seguramente hará caer la legitimidad del Gobierno, y quizás de toda la dirigencia política. Dependiendo de la magnitud del shock, la población podría dejar el estado de desesperanza y volver a experimentar mucha ira.
“Cualquiera sea el rumbo tomado por el Gobierno, es altamente probable que la economía experimente en 2022 una devaluación del peso, una aceleración de la inflación y un estancamiento”
Así, la crisis del 2022 será en mi opinión el punto de partida para ver qué sector político y que dirigentes son capaces de interpretar el estado de ánimo de los argentinos y proponer una nueva “ficción orientadora” para encauzar las importantes reformas que se requieren implementar para salir de este atolladero.
Los países, como las personas, tienen historias y mitos de quiénes son y de cuáles son los valores que comparten. En los Estados Unidos, el “credo americano” que inmortalizó Thomas Jefferson en la declaración de la independencia define los valores inalienables que comparten: “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
En la Argentina, a la vuelta de la democracia, Raúl Ricardo Alfonsín nos legó un nuevo credo para unir a los argentinos, refiriéndose al preámbulo de la Constitución Nacional como un “rezo laico”. Más adelante, Carlos Menem tuvo el liderazgo suficiente como para derribar varias vacas sagradas que limitaban el crecimiento económico y aislaban a la Argentina del mundo desarrollado.
Ese ciclo se terminó con la crisis de 2001, en la cual todavía estamos inmersos. Los Kirchner impusieron la lógica populista de construir poder sobre la base del odio y de la generación de enemigos. La impunidad y la perpetuación en el poder es el único proyecto que sostienen, y para ello aumentaron el tamaño y los tentáculos del Estado en una forma elefantiásica e imposible de sostener. Como consecuencia, nos hallamos inmersos no solo en una crisis económica, sino también en una gran crisis de identidad.
Está claro que la propuesta superadora que capture la imaginación de los argentinos y permita volver a crecer no saldrá del oficialismo. Inmerso en esta lógica del odio, la impunidad, una épica ridícula y la perpetuación en el poder, se halla ahora abocado a saquear los activos de los argentinos que aún quedan en pie. Encara el desequilibrio de las cuentas fiscales con una nueva suba de la carga fiscal, en un país ahogado por los impuestos y perplejo por el espectáculo grotesco de despilfarro público y corrupción.
En este contexto, no creo que haya plan macroeconómico que pueda funcionar. La micro, las decisiones de las personas y las empresas, son las que deciden el rumbo de la economía, y en este contexto nada bueno se puede esperar. El impuesto a la herencia, por ejemplo, puede afectar a uno de los sectores más dinámicos de la economía, el de la construcción, mediante el cual muchos argentinos blanquean ingresos generados en negro.
Los hechos de las semanas recientes dejaron en claro que gran parte de la oposición tampoco entiende nada de lo que está pasando en la Argentina. A las rencillas internas se sumó una complicidad inaceptable para subir impuestos y para el proyecto de perpetuación en el poder de los intendentes en la provincia de Buenos Aires. Si estalla la ira, se están poniendo ellos solos del lado de la vereda equivocado. Así, la crisis de 2022 será, en mi opinión, el puntapié para el nacimiento de nuevas ficciones orientadoras que entusiasmen a los argentinos, y de nuevos liderazgos que interpreten esa partitura.
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