Alta presión impositiva, blanqueo y reformas pendientes, ¿es un momento bisagra en la Argentina?
En los últimos años la presión impositiva de la Argentina fue en aumento. Con picos de más de 30 puntos del producto bruto interno (PBI) en 2015, el índice se encuentra entre los más altos de la región, según el último cálculo realizado por la OCDE (que contempla datos de 2022).
De hecho, mientras que entre 2000 y 2022 el crecimiento de la carga tributaria fue de 4,5 puntos porcentuales sobre el producto en el promedio de América Latina y el Caribe, en nuestro país ese incremento fue de 10,4 puntos porcentuales, siempre según las mediciones del ya mencionado organismo.
No es ilógico ese dato ni debería sorprender, si se tiene en cuenta que todas las manifestaciones de capacidad contributiva son alcanzadas por impuestos y, en algunos casos, incluso más de una vez.
Sí es posible que llame la atención que el último dato arrojado por los informes de la OCDE muestre que la presión impositiva de la Argentina (de 29,6% sobre el PBI) está más cerca del promedio de los países desarrollados (34%) que del dato promedio para el conjunto de países de América Latina y el Caribe (21,5%).
Más aún es llamativo ese dato, si se tiene en cuenta el nivel socio-económico de la Argentina, que es un país con más de la mitad de su población sumergida en la pobreza. Por eso, se puede afirmar que tenemos una economía “africana” con impuestos “europeos”.
El “perdón” de siempre
El hecho de tener un sistema tributario tan complejo y cambiante no solamente es perjudicial para los contribuyentes (los emprendedores, las empresas, etcétera), sino también para los organismos de recaudación.
El control, pese a que se cuenta en algunos casos con herramientas de última tecnología, se presenta como dificultoso. Sobre todo cuando hay tantas marchas y contramarchas, como las que hubo en los últimos años.
Eso explica una parte del hecho de que, según algunas estimaciones, un 50% de la economía en la Argentina no está declarada. No existe un castigo visible para quienes dejan de facturar operaciones y eligen el efectivo como una manera de no dejar rastros.
Otra parte de la explicación está en el beneficio que se obtiene. Es que, a mayor presión impositiva, mayor es el premio que logra el que no paga en tiempo y forma sus obligaciones tributarias.
Por último, está la impunidad que ofrece el mismo Estado, al establecer, pasado un determinado período, un perdón fiscal a través de un plan de blanqueo. Este es un hecho recurrente que no tiene banderas políticas.
Hoja de ruta para Milei
Pese a todo lo comentado, el momento actual puede ser una bisagra. Pero, para que lo sea, es necesario que se lleve adelante una reforma que ponga el foco en una reducción y en una simplificación del sistema tributario.
La eliminación del impuesto PAIS es una gran noticia (el presidente, Javier Milei, afirmó que en diciembre dejará de aplicarse), pero eso apenas puede considerarse el primer paso de muchos que se necesitan.
La Argentina tiene los peores impuestos de todos. Muchos de ellos, incluso, no existen en ninguna otra parte del mundo, como el que pesa sobre los débitos y créditos bancarios. Las retenciones a las exportaciones también deberían dejar de existir.
Y la lista continúa. Pero es necesario destacar que el esfuerzo no debe ser solamente del Gobierno nacional, sino también de las provincias y de los municipios. Porque la presión fiscal es responsabilidad de todos.
No hay que olvidar que en 1994, cuando se reformó la Constitución Nacional, se estableció un plazo de dos años para definir un nuevo esquema de coparticipación federal de impuestos. A 30 años de ese momento, la tarea sigue pendiente.
Por eso, este blanqueo tiene que ser la última oportunidad para poner las cuentas tributarias en orden. Y debe servir como hoja de ruta para una serie de cambios profundos que logren reducir la presión impositiva y ayuden a la llegada de inversiones.