Alberto Fernández profundiza su jugada sin retorno
Cristina ausculta en persona las cuentas porque no confía en el Gobierno, mientras el Presidente apela a jugadas riesgosas; los mensajes de Macri al interior de JxC
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Cristina Kirchner estuvo casi toda la semana en Santa Cruz. Es algo que hace con frecuencia, pero en esta ocasión fue con Máximo Kirchner, que aprovechó los días para pasar tiempo con sus hijos. Se trataría de una postal familiar si no fuese por una particularidad: cada vez que ambos se van juntos al sur, retornan con la idea de tomar decisiones de alto impacto. Es por eso que el viaje tiene en vilo a los otros socios del Frente de Todos.
Por la fractura en el Gobierno, la vicepresidenta ya no confía en casi nadie. Menos, cuando se trata de dólares. La obsesiona la cantidad de reservas del Banco Central. Recibe la información periódicamente, en ocasiones la corrobora con fuentes ajenas al Frente de Todos mediante llamados o mensajes de WhatsApp y refunfuña por el bajo nivel de divisas. Pregunta con más precisión que un político promedio. Aprendió ese ejercicio de Néstor Kirchner, que hacía lo mismo. Descree de los exportadores, a quienes acusa de no liquidar divisas, pero subestima los efectos de la brecha cambiaria sobre ese renglón contable que tanto le interesa.
Algo similar pasa con los precios. Incluso cuando el exsecretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, estaba en el Gobierno, contrastaba la información con Augusto Costa, que trabaja con Axel Kicillof.
Alberto Fernández estaba de pésimo humor en la mañana del último lunes. Llegó a la Casa Patria Grande Néstor Kirchner, donde debía presidir un acto, envuelto en una molestia como desde hacía tiempo no se le veía. Parte del equipo que trabaja con él le asigna ese estado de ánimo a la salida de Feletti, algo que se conocería por la tarde.
Tres días antes, Feletti, alfil de Cristina Kirchner, había tenido una buena reunión de trabajo con Martín Guzmán, uno de los funcionarios que mayor rechazo despiertan en la vicepresidente. Guzmán iba a ser el nuevo jefe de Feletti tras heredar esa cartera de Desarrollo Productivo, pero algo pasó el fin de semana, el funcionario renunció y Fernández reconfirmó la decisión que tomó hace dos meses: el plan de gobierno es sostener a su ministro de Economía, que terminó fortalecido y designó a Guillermo Hang en el lugar vacante. Un sueño de la juventud: ambos fueron compañeros en algunas materias en la Universidad de La Plata.
El recién llegado tiene mandato de profesionalizar el proceso de negociación con los productores de alimentos para moderar algunos aumentos. Su primer paso será lanzar una versión 2.0 de Precios Cuidados, con mejores modales y más efectividad.
El ministro, además, espera terminar esta semana el presupuesto. Se conocerá, por decreto, en no más de 10 días.
Fernández está tan seguro de la estrategia de Guzmán que le entregó la llave para llegar con chances electorales a 2023. Por eso rechaza sentarse a una mesa política más amplia con Cristina Kirchner y Sergio Massa. Es llamativo: aunque el país está roto, espera capitalizar para sí lo que cree que será un éxito en los próximos meses. Es una idea que por ahora solo está en su cabeza y parece ciencia ficción si se la pasa por el tamiz de las encuestas. Descreen de ella, incluso, personas de su confianza como el diputado Eduardo Valdés, Julián Leunda y Juan Manuel Olmos, dos de sus principales asesores cuyos consejos ignora Fernández. Es una jugada extrema.
La confianza ciega lleva al Presidente a hacer piruetas políticas sobre una soga sin red. Sorprendió ver a la exministra de Justicia, Marcela Losardo, en el tedeum del 25 de mayo. El asombró fue mayor cuando al día siguiente entró a las 9.30 al Palacio San Martín para participar de otro acto con Alberto Fernández. Toda una provocación. Antes de Guzmán, Losardo era el blanco preferido de la vicepresidenta.
En tierra fangosa hace equilibrio Miguel Pesce, el presidente del Banco Central, que esconde su secreto a la vista de todos: hasta la semana anterior había emitido $2 millones por minuto, el taladro que destruye a la moneda. Es extraño que tantos miren a Comercio Interior para controlar la inflación. Hang, con suerte, quizás pueda apagar alguna chispa mientras en la city sus compañeros de gestión montan un incendio.
El conjuro de Pesce nace de sus creencias. La emisión no es responsabilidad del Banco Central, que solo actúa como ejecutor de lo que dice Economía en ese punto, piensa.
Alberto Fernández flota en un aire distinto y le dedica esfuerzos generosos a cosas que le importan a casi nadie. El principal acto de gobierno esta semana fue lanzar billetes con próceres en reemplazo de los animales que llegaron allí en la gestión de Macri. Es un regalo para la vicepresidenta. Su rechazo a la fauna autóctona rompió con una tradición de 1994, ya que dejó de firmar los billetes como presidenta del Senado. Todo ese trabajo lo absorbe Massa.
Los nuevos papeles no aumentan la denominación, algo que le quita al Estado la posibilidad de imprimir menos cantidad. Un cálculo privado estima que el Gobierno podría haber ahorrado el año pasado US$122,4 millones si hubiese tenido un papel más grande. A eso se suman US$639 millones entre 2008 y 2015, más otros US$64 millones en 2020. Son US$825 millones. Se podría comprar casi la mitad de YPF, la mayor empresa industrial del país, con la factura de la imprenta.
La fabricación de billetes es aún más controvertida. Como el país no alcanza a cubrir todo lo que necesita, se importa de Brasil o de España. LA NACION vio el precio que el Estado paga por algunas de esas partidas. En 2020, por caso, el Gobierno llegó a poner US$126,32 por cada mil billetes de $1000. Si bien luego redujo ese número, es un 16% más, en dólares, que la cifra de dos años antes.
El tirón de orejas de Mauricio Macri
Mauricio Macri despejaba ideas por Zoom en una reunión privada el lunes pasado a primera hora de la tarde. Estaban Iván Petrella, Pablo Avelluto, Hernán Lombardi, Alejandro Rozitchner y Fernando de Andreis, entre otros. Uno de ellos cambió el tono para informar que había renunciado Roberto Feletti. La noticia desanudó un gestó de aprobación por parte del expresidente. “¡Al menos uno que tiene dignidad!”, exclamó en referencia al hombre de Cristina Kirchner. A Macri lo fastidia que la línea cristinista critique a Alberto Fernández, pero no suelte las cajas del Estado. Feletti sería una excepción.
El uso de los fondos públicos se convirtió más que nunca en una preocupación para el expresidente. Por ese tema entró en estado de ebullición en la semana del 9 de mayo. Hubo dos días clave. El miércoles 11, en un almuerzo con Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y otros jefes del espacio, les hizo llegar su molestia por el acuerdo que la tropa propia llevaba adelante con Kicillof por la Caja de Jubilaciones del Banco Provincia. Le molestaba el costo para el Estado de dar marcha atrás con una medida de austeridad.
Volvió a la carga al día siguiente. Entró a un Zoom de diputados del PRO a las 18.30 y causó sorpresa porque solo estaban al tanto de su visita Lombardi y el jefe del bloque, Cristian Ritondo. El asombro de los legisladores escaló cuando Macri empezó a hablar. Les tiró de las orejas a quienes habían levantado la mano para aprobar la ley de cannabis medicinal porque convalidaron una norma que creaba un nuevo ente público.
El expresidente lo sabe. Cada ley kirchnerista le agrega una nueva capa geológica a la burocracia estatal. Y sufrió en carne propia el hecho de que el gasto se paga con deuda, impuestos o emisión monetaria, todas cosas malas para la economía.
Quienes más lo conocen aseguran que alrededor de esa inquietud gira una parte de la pregunta que aún no tiene respuesta: ¿será candidato el año próximo? Nadie en Juntos por el Cambio está del todo seguro de que la sociedad le dé al próximo presidente un mandato amplio para normalizar las cuentas públicas.
Hay, sin embargo, algunos motivos que lo entusiasman. Una encuesta que le llegó señala que cada vez más argentinos creen que hay que hacer algo para solucionar el agujero negro de Aerolíneas Argentinas, por donde se van unos US$700 millones al año. Se lo comentó a su exministro de Transporte, Guillermo Dietrich, en una nube de nostalgia. Sucede que durante su paso por la Casa Rosada los sondeos indicaban que la población quería una línea aérea pública sostenida por el Estado.
La convicción cada vez más extendida en la oposición de que el futuro será peor sacó a flote a dirigentes que, se supuso, estarían sumergidos por más tiempo. Uno de ellos es Nicolás Dujovne, el penúltimo ministro de Economía de Cambiemos y gestor del acuerdo con el FMI. Ahora, algunas de sus ideas reciben valoraciones abiertamente positivas. El diputado Fernando Iglesias lo visitó anteayer en las oficinas que Dujovne tiene en Retiro.
Iglesias está convencido de la necesidad de cambiar de moneda. Lo habló con Macri, quien le dio el visto bueno para avanzar, al menos de forma exploratoria.
El diputado tuitstar promueve un proyecto para crear un billete común entre la Argentina y Brasil o, quizás, la región, algo que lanzó Dujovne a principios de 2019. Es una idea que detona el universo kirchnerista de referencias políticas, ya que Iglesias cree que su plan puede ser viable porque el brasileño Lula -al igual que el actual gobierno de ese país- avalan algo parecido. ¿Cómo explicar, entonces, que un diputado que se autopercibe “gorila” haya recuperado una idea del “ministro de la deuda” con la que está de acuerdo el amigo de Cristina Kirchner?
El reemplazo del peso por otra moneda en caso de volver al gobierno en 2023 es una idea persistente en Juntos por el Cambio, pero solo como exponente de reformas más profundas. En esa línea piensa el exministro Hernán Lacunza, jefe de un equipo en la Fundación Pensar (PRO) del que participan 70 economistas, entre los cuales hay unos 15 nombres top. Lo hacen en secreto.
En ese cono del silencio se están revisando modelos de otros países que fueron razonablemente exitosos: Israel a mediados de los años ‘80, el plan que en 1994 creó el real en Brasil y el programa que implementó Perú a partir de 2003. Son referencias, pero no del todo extrapolables, ya que nadie sabe cómo llegará la Argentina al año próximo.
Las figuras de la política están más preocupadas que nunca por la plata. Cristina Kirchner, por la que falta; Mauricio Macri, por la que se gasta y Alberto Fernández, por la que imprime. Sus inquietudes marcan el destino que cada uno de ellos espera para la Argentina.
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