Agustín Salvia: “Hubo una cristalización de la economía informal, apoyada por los planes sociales”
El director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA sostuvo que era necesario desarmar la trampa de empobrecimiento y subdesarrollo en la que estaba el país y que se está pagando el costo de esa salida; su visión sobre si ya pasó o no lo peor y sobre las políticas de subsidios
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Es licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México, magíster en Ciencias Políticas y Sociales y doctor en Ciencias Sociales; en 2003 fundó y desde entonces dirige el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina; es investigador del Conicet y del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA
“Seguimos atravesando la crisis, no estamos en la salida. Una posibilidad es que haya pasado lo peor y otra es que haya un nuevo brote, con desajustes; la tendencia la veo positiva”, analiza el sociólogo Agustín Salvia, en diálogo con LA NACION. El Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA), que Salvia dirige desde su creación, en 2003, difundió días atrás estimaciones que ubican los índices de población bajo las líneas de pobreza y de indigencia en alrededor de 55% y 19%, respectivamente, al primer trimestre del año. Son números que surgen de proyecciones basadas en un análisis de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec.
Los índices mencionados reflejan un fuerte agravamiento de la situación social tras la alta inflación de fines de 2023 y principios de 2024 y los efectos del ajuste fiscal como estrategia para frenarla. El último informe del Indec señala que la pobreza y la indigencia fueron de 41,7% y de 11,9% en la segunda mitad de 2023. En los meses posteriores al primer trimestre de este año, estima Salvia, los números habrían ido a la baja. Y la gran pregunta es si ya pasó lo peor.
“Estoy en duda de si seguirá bajando o si habrá altibajos –sostuvo–. La pobreza baja en la medida de lo que pasa con los salarios y las jubilaciones, que empezaron a recuperarse; la indigencia no baja porque hoy hay menos trabajo en el sector informal. Por el lado de los salarios, debería bajar la pobreza si no aumenta más la inflación, que parece estar comprometida, y si no sube el desempleo, cosa que el Gobierno no controla. Hay que fomentar la exportación, porque si se llega a otra devaluación, que es un escenario posible, habría más inflación y pobreza.”
El sociólogo afirma que en la Argentina hay una reconfiguración de la política y de la economía. Y puntualizó que en la llamada economía social y solidaria “hay buenas y malas prácticas, pero no hay detrás un modelo moral capaz de ofrecer algo más íntegro”, además de que depende de subsidios del Estado porque es de muy baja productividad, lo cual no la hace un esquema sostenible.
Salvia defiende el trabajo del Observatorio, frente a las críticas que recibió la difusión de proyecciones (no de datos surgidos de encuestas), sobre todo de los índices de principios de este año. “En 2014 también hicimos proyecciones, porque ya habíamos dado un resultado que luego se desactualizó por la devaluación de ese año; en 2016 cambió la metodología del Indec y habíamos publicado datos en 2015; entonces hicimos una proyección tras la devaluación de diciembre de 2015. Generamos información en las distintas crisis sociales”, sostiene.
El ODSA hace una medición, con un trabajo de encuesta en hogares, de la pobreza por ingresos, que complementa el trabajo referido a la pobreza multidimensional. Esos datos ganaron especial relevancia durante los años en que, por decisión del gobierno de Cristina Kirchner, el Indec fue intervenido políticamente y perdió toda credibilidad. En el caso de los índices sociales, entre 2007 y 2015 el organismo oficial de estadística difundió en un primer momento datos muy alejados de la realidad y, finalmente, dejó de elaborar indicadores de pobreza e indigencia.
–En el último informe del Observatorio se menciona que en los últimos meses hubo un ajuste brutal, pero inevitable. ¿Puede haber sido el final de 2023 y el inicio de 2024 una etapa de fuertes pérdidas sociales, pero que había que pasar para luego estar mejor? ¿Qué ve hacia adelante?
–Había una situación terminal. El modelo de incentivar el consumo a expensas de la inversión y la exportación estaba agotado. Promover la inversión y la exportación podría haber sido el inicio de un círculo virtuoso en la posconvertibilidad, pero en un momento se apuntó al modelo de incentivar el consumo financiado con gasto público. Era insostenible un proceso de crecimiento económico con ese modelo. Una serie de políticas económicas fallidas nos trajo hasta aquí. No fue posible llevar adelante un modelo de desarrollo sostenible y con capacidad de crear empleo genuino y productivo, multiplicando las pymes. Si se mira la pobreza por ingresos, que es la que mide el Indec, nunca hubo un índice inferior al 25% de la población, ni en el mejor de los escenarios, ni en las burbujas de consumo de 2011, 2012 y 2017, que de hecho terminaron mal.
–En aquellos primeros años de este siglo se habían logrado los superávits gemelos, ¿ahí estuvo la oportunidad perdida?
–Desde lo económico, el tema era mantener un equilibrio con finanzas públicas estables y, a la vez, generar un crecimiento sostenido, con mayor participación del sector privado, con apertura a inversiones internacionales y nacionales, con capacidad de crédito que les permitiera escalar a las pymes en un escenario que atrajera e incorporara jóvenes al mercado de trabajo, con normas laborales guiadas por un criterio de flexiseguridad. En la realidad se fueron haciendo normas cada vez más estrictas. Funcionaban las paritarias, pero para un segmento de no más de un tercio de toda la fuerza de trabajo. El sindicalismo representa a un porcentaje bajo de los trabajadores y no se buscó incorporar más. Esos trabajadores recibieron mejoras y beneficios y esas clases medias se recuperaron en un período, pero casi no hubo derrame para marginales, pobres, informales, desocupados. El sector informal crea una economía propia, la llamada economía popular, donde la gente lucha por la supervivencia, organiza actividades totalmente informales y de muy baja productividad. Pero no se generó más demanda de empleo real y productivo, por falta de inversión y de exportaciones. Hubo una cristalización del sector informal apoyada por los planes sociales. Las mejoras que se podían prometer en cada año electoral devenían de cómo se acompañaba a un sistema de protección social que crecía en extensión y beneficios, sin ser sostenible, con un costo en términos de gasto público muy bajo en términos de PBI. Mucha mayor carga sobre el PBI eran los gastos por subsidios a servicios. Pero, con los planes sociales se cumplió una función clave para la cohesión social. Quedó un piso de protección y eso es algo que, de alguna manera, garantiza la paz social.
–Alguna vez usted dijo que ni con las mejores de las políticas aplicadas en un escenario ideal habría posibilidad de incorporar a todos a una economía formal y productiva, ¿qué hacer entonces?
–En el contexto de una política de crecimiento, de inversión y de multiplicación de pymes, algo que no llegará ni en 5 ni en 10 años, nos encontraremos con que hay mano de obra que no está preparada. Debería pensarse el tema intergeneracionalmente; se necesita incorporar parte de esa población a la creación de riqueza genuina, a la economía formal. Y la condición necesaria es que haya una efectiva recuperación de la inversión. ¿Qué tenían de diferente esos primeros años pos-convertibilidad? Teníamos superávit fiscal y comercial y se mostraba un horizonte de crecimiento. Hoy eso está en las expectativas.
–El Gobierno tiene al equilibrio fiscal como una regla básica.
–Pero también se requiere que vengan las inversiones y que nuestras clases medias saquen sus ahorros y los pongan en inversión, con la tranquilidad de pensar que es un país que tendrá un futuro mejor.
–Las herramientas creadas por la Ley Bases, como el RIGI, el blanqueo y los cambios en lo laboral, ¿qué pueden aportar?
–Son señales positivas hacia un proceso de salida de la crisis. Entendamos que estamos en crisis, desde antes de que asumiera Milei y siete meses después. No fue solo la crisis por la devaluación de diciembre y sus efectos en la pobreza en diciembre, enero, febrero, marzo. La crisis continúa.
–¿Y puede haber pasado el peor momento en cuanto a lo social?
–En el último informe nos planteamos si hay una crisis que va quedando atrás, o si hay un peor futuro por venir. Creo que el Gobierno se empeña en que en este segundo semestre haya superávit fiscal y creo que eso va a ocurrir, pero se va a seguir planchando la economía, con un tipo de cambio fruto de no producir una devaluación que genere inflación, pero que, a la vez, no favorece la exportación. No es sostenible, porque necesitamos una capacidad de exportación mucho mayor, un Estado central fuerte, un dólar que se pueda negociar en el campo financiero. Nada de eso se ha logrado y no se sabe si se va a lograr. Estamos transitando la crisis y es como si se estuvieran destruyendo las viejas formas de organización económica y de gestión política y todavía no apareciera lo nuevo, algo nuevo que atraiga las inversiones para una expansión de la economía formal.
–¿Y por qué eso aún no se ve?
–No se podía seguir como se venía, alguien tenía que desarmar la trampa de empobrecimiento y subdesarrollo. Todavía estamos en el costo a pagar para salir de esa situación. ¿Por qué todavía no se sale? Porque parte de ese costo implica bajar la inflación, estabilizar, tener déficit cero. Y es una economía que estaba acostumbrada a funcionar con déficit, con emisión, con alta velocidad en la circulación del dinero, en la que había demanda de consumo, pero que era una burbuja. Parar eso es como la situación de cortarle alcohol al alcohólico. En ese contexto se produce la situación de crisis, que tiene un componente vinculado al ajuste, y en la que se tomaron medidas que quizás no fueron las más acertadas. Hay un debate entre economistas y creo que efectivamente se necesitaba un tipo de cambio más alto para que no se produjera la brecha cambiaria, que tiene un efecto corrosivo.
–¿Considera que hubo mucho apuro por mostrar inflación a la baja de forma significativa, sin que estuvieran ni estén resueltas varias distorsiones en los precios relativos?
–Todavía el segmento de servicios no está completo [en cuanto a la corrección de precios]. La dinámica actual puede llevar a un escenario en el cual la situación se estabilice y mejore lentamente, en el que los sectores empresarios aguanten y llegue la ayuda del Fondo o se consigan dólares y se pueda salir del cepo; pero otro escenario es que eso no llegue y se necesite una devaluación, que significará un nuevo aumento de los precios y de la pobreza, eventualmente con recesión, que quizá deje un panorama como el de 2003 en el que el tipo de cambio favorezca la reactivación. En lo económico, no se encontró un marco sostenible. La única buena noticia es que viene bajando la inflación. En lo social, hay un proceso de nuevas clases medias que caen en la pobreza, de clases pobres informales que caen en la indigencia; estamos ampliando la brecha de desigualdad social y dejando un piso más alto de pobreza. En las distintas clases sociales se redefinen las estrategias de vida. En general, el gran perdedor en estos ciclos es el capital humano, porque se invierte menos ahí. En términos políticos, las coaliciones están en crisis, está en reconfiguración la política. A nivel social hay un piso de protección que garantiza cierta paz social y el trabajo, porque los sectores pobres tienen una economía social con la cual vivir. No son solo pobres porque no reciben ingresos, son pobres porque trabajan para una economía de la pobreza. Es un subsistema que no estalla, que tiene su lógica de reproducción que mantiene el equilibrio social. Pero los mantiene en la exclusión.
–Hay una visión que idealiza esa economía, con estrategias que no tienen el objetivo de sacar a esas personas de la exclusión.
–Los movimientos sociales fueron una expresión política fallida, pero necesaria, de segmentos que no tenían representación. Empezaron a ser un puente, una mediación necesaria para representar segmentos sociales. Se empoderaron como representantes y construyeron en el imaginario la idea de que la economía social y solidaria, sin intenciones de ganancia capitalista y basada en la ayuda mutua, podía montarse como un subsistema económico sostenible, capaz de ofrecer progreso. Ese es el supuesto. Más allá de que sí se dan las relaciones solidarias y cooperativas de intercambio y apoyo mutuo, también se da un mundo de guerra salvaje, de explotación, de violencia, de que gana el más fuerte. Hay buenas y malas prácticas, pero no hay detrás un modelo moral capaz de ofrecer algo más íntegro. Y desde el punto de vista económico y sostenible, si a esa economía no lo financia el Estado, no la financia la economía formal, porque es de muy baja productividad. Entonces, se necesitan programas sociales. Es una economía que necesita subsidios para sostenerse. La idealización tiene un sesgo ideológico. Es cierto que esas prácticas económicas cumplen una función de alivio a la pobreza. Y es cierto que la cristaliza.
–En muchos casos, esas personas llegan a la edad de jubilación sin aportes, y ahí entra en debate un tema muy controvertido en los últimos años para el sistema previsional, que es el de las moratorias; hoy la mayoría de quienes se jubilan requiere de esos planes, al tiempo que no hay una solución de fondo para la informalidad, ¿cómo ve eso?
–La economía social se sostiene con programas que son de muy bajo costo para el Estado, pero en el sistema jubilatorio sí hubo un impacto fiscal mucho mayor. Es un indicador de crisis que el sistema de seguridad social no se pueda sostener. Ya está agotado el modelo previsional, porque no existen condiciones para mantener un sistema como el de principio del siglo XXI. El 50% de los ocupados está en la informalidad. Hay que hacer un cambio estructural y eso está en los puntos del Pacto de Mayo. Tendrá que haber algo nuevo, con un ingreso ciudadano universal para las personas mayores y con maneras de mejorar los haberes. Pensar algo estratégico, que revolucione el sistema. Lo mismo con los programas de empleo, las cooperativas y los subsidios. La economía social no va a desaparecer porque tengamos un crecimiento de 3%, de 4% anual. Se mantendrá un núcleo muy duro y habrá que atender esa situación con políticas. Hay una pobreza crónica y, ni siquiera cuando se buscó que el pueblo estuviera feliz, con todo el pan y circo para buscar votos, se logró que el índice baje de 25%. Cuando se destruyen capacidades productivas de los sectores informales o cuasi informales, el efecto es que va cayendo más gente a esa misma situación. Sin subsidios se pierden capacidades y con subsidios no se sale. Porque lo que se necesita no son subsidios, sino más y mejores trabajos. Y cuando vengan, van a recuperar eventualmente a una parte de la fuerza de trabajo mejor calificada, pero hay una población de muy baja calificación que no es tan fácil de incorporar a un modelo productivo basado en conocimiento y nuevas tecnologías. El 50% de las personas no participa en el ciclo de productividad y el 30% está en una pobreza crónica. De eso estamos hablando.