Agustín Barletti: “China va a ser víctima de su propio sistema de gobierno y eso es lo que le va a impedir lograr el cometido”
El escritor presentó un nuevo libro que ahonda sobre los planes del gigante asiático; en diálogo con LA NACION sostuvo que la principal estrategia consiste en “prestar dinero a los países y que no se lo devuelvan” para luego obtener otros beneficios; cómo afecta a la Argentina
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Agustín Barletti es periodista, escritor y editor especializado en comercio exterior. Vive en Miami, Estados Unidos, desde hace más de diez años. Hace dos semanas visitó la Argentina para presentar su nueva obra El hambre del dragón. El plan de China para comerse el mundo, publicado por la Editorial de los Cuatro Vientos, en la 47° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. A esta última la antecede una decena de publicaciones, entre ellas, una novela histórica sobre la vida del presidente Arturo Illia, titulada Salteadores Nocturnos, y también un par de obras surgidas de dos aventuras personales: Malvinas entre brazadas y memorias y Hazaña en Gibraltar. Ambas están unidas por el deporte que le cambió la vida, tras haber llegado a pesar casi 100 kilos: la natación, disciplina a la que logra entrelazar con aspectos históricos y geográficos.
Pero esta vez lo convocó a escribir su preocupación por la insistencia de China de desafiar la supremacía occidental en varios puntos del planeta, incluida la Argentina. En diálogo con LA NACION, Barletti adelanta algunas puntas acerca del plan del “gigante asiático” para “comerse al mundo”, al que al mismo tiempo advierte en declive relativo de poder.
—Eligió un título provocador. ¿Refleja la hipótesis desde la que parte o la conclusión a la que llega?
—Tiene que ver con la hipótesis desde la que partí y sobre la cual investigué durante más de tres años. La investigación me dejó más tranquilo porque la conclusión termina siendo diferente. Trato de mostrar que todavía estamos a tiempo y que China no lo va a lograr.
—¿Qué es lo que no va a lograr?
—Es imposible que un país que quiere conquistar el mundo, que en gran parte tiene valores occidentales y democráticos, lo logre por la autocracia propia que lo caracteriza. Su estructura interna choca con eso. Ellos van a ser víctima de su propio sistema de gobierno y eso es lo que les va a impedir que puedan lograr el cometido. Entonces, al final del libro hay un mensaje esperanzador.
—¿En qué consiste el “plan de comerse al mundo”?
—El plan de China es desembarcar con mucho dinero en todos los países del mundo. Hay algunos que son tierra más fértil, no tan desarrollados, o que no tienen acceso al préstamo convencional que puede haber en organismos multilaterales. Esa es carne de cañón. Y si el gobierno de ese país es corrupto, mejor todavía, porque es más fácil hacer negocios. Se diferencia del Fondo Monetario Internacional (FMI), que presta el dinero, pero quiere cobrar. De algún modo, nos orienta con algunas recetas que son criticadas por muchos, y más por gobiernos populistas, que consisten en el ajuste del Estado porque creen que de esa manera el país tiene más posibilidades de repago y no tener que volver a pedir. En cambio, China no, presta la plata y lo que quiere es que no se la devuelvan. Porque cuando no tenés posibilidad de devolver, ahí es donde actúan. Se quedan con activos y presionan para determinados votos en [instancias internacionales como] Naciones Unidas.
—¿A qué se refiere con esta idea de que buscan prestar dinero y que no sea devuelto?
—Te voy a dar casos. Sri Lanka tiene un puerto que funciona muy bien y los chinos le dijeron que tenían que hacer otro. Ellos le respondieron que no hacía falta, pero finalmente le terminaron prestando US$1200 millones para hacerlo. Con los años, habrán pasado cinco barcos por ahí, porque no estaban emplazados en la ruta marítima. Hasta ahí fueron y les pidieron que le devuelvan la plata, pero como no tenían repago por la inversión que hicieron, les condonaron la deuda con una condición: que le dieran la concesión del puerto por 99 años. Ahora China está haciendo una base naval ahí y ya están llegando buques de guerra. Ese es su negocio. En Ecuador hicieron una represa que no funciona ni al 12% de capacidad porque tiene fisuras. Como los ecuatorianos no pudieron arreglarlo, los chinos le condonaron una parte de la deuda y le arreglaron la represa, pero le dieron la concesión por 30 años. “Yo genero la electricidad y te la vendo”, le dicen. Justo están cerrando ese acuerdo en este momento. Otro caso es el de Yibuti, en África, la zona de entrada del Canal de Suez. Un pequeño país al que ahogaron con los préstamos y les terminó dando un puerto que les da la entrada a un lugar estratégico. Ahí también pusieron una base naval.
—¿Hay ejemplos en la Argentina sobre este intento de prestar dinero para que no sea devuelto?
—Uno es la base espacial que tiene China en Neuquén. La Argentina, por ley, le dio por 50 años el uso de instalaciones que, según ellos, son para investigación científica. Pero resulta que esas instalaciones fueron construidas con material que llegó por valija diplomática, con lo cual no hay forma de saber lo que metieron ahí adentro. Además, alrededor de esta base hay una zona de exclusión de 240 metros cuadrados donde no puede haber ni una sola onda radioeléctrica privada, pública ni nada. Ellos dicen que es para investigación, pero lo cierto es que desde ahí están monitoreando todo lo que pasa en el espacio. El otro gran tema, sobre el cual nosotros supuestamente controlamos todo, y en realidad no lo hacemos como debiéramos, es la pesca ilegal. Hay dos lugares en el planeta que se pueden ver desde la estación espacial que está orbitando la Tierra. El primero es Las Vegas y el otro es la milla 201 de la Argentina, donde hay tantos buques pesqueros ilegales, en su mayoría poteros, que son los que pescan el calamar. Eso es una Armada china [sic], con construcción de buques solventados por el Estado, el Partido Comunista Chino y con subvenciones de combustible. Viajan muchos barcos con naves nodrizas, factorías gigantes que se ubican en la milla 201 y esos buques chicos entran y salen, van descargando en el buque factoría. Si bien buscan el calamar, por el tipo de arrastre que hacen se llevan todo, con lo cual hay muchísimas especies que están en vías de extinción.
—¿Qué proyecciones le permitió hacer el libro sobre el tablero geopolítico para las próximas décadas?
—De China tenemos que aprender la paciencia. Tiene 5000 años de historia sobre sus espaldas. Así como en la Argentina estamos apagando incendios, China tiene como punto más cercano el año 2049, que es cuando se cumplen 100 años de la Revolución de Mao, así que imagínate como están proyectando. Por otra parte, veo que Estados Unidos y Europa han reconocido su error. Ambos bloques fueron muy ingenuos y recién, hace muy poco tiempo, empezaron a poner barreras. Por ejemplo, el año pasado China quiso comprar el Puerto de Hamburgo, el más grande de Europa. Querían el 100% y al final les dejaron comprar el 21%, pero con una acción que no les permite decidir en el board. Además, se juega una carrera tremenda, que es la de los semiconductores. El que controle los chips va a controlar todo. Hay una fábrica en Holanda, que es la única en el mundo que produce una parte clave de los chips, muy pequeñita, que tenía un acuerdo firmado con los chinos. Sin embargo, por la presión de Estados Unidos y la propia Unión Europea les rescindió el contrato, y ahora les va a vender a ellos. Eso va a hacer que China se retrase dos años como mínimo en esa carrera en la que los minutos cuentan. A partir de todas estas cosas es que digo que los chinos son víctimas de su propio sistema. En cuanto a Rusia, el tema es muy interesante. Xi Jinping está viendo de cerca lo que pasa, porque, si al final se sale con la suya, con la invasión a Ucrania, va a tener el mapa de lo que le puede pasar si se anima a invadir Taiwán. Y si ve que las tensiones comerciales, económicas y diplomáticas que está teniendo Rusia lo están tumbando, lo va a frenar también. Esta es la visión optimista que tengo al final del libro.
—Varios expertos aseguran que la región Asia-Pacífico produce el 52% del PBI industrial del mundo y que allí vive el 60% de la población mundial. ¿Cree que esto va a derivar en una transición hegemónica hacia el liderazgo de ese bloque?
—Veo surgir potencias en esa zona mucho más fuertes que China, como Vietnam o la India, que es colosal lo que está creciendo. De hecho, ya superó a la población de China, donde no solo se terminó la política del hijo único, sino que el gobierno está impulsando el crecimiento de la población, porque está envejeciendo. Eso es un gran problema por la mano de obra. Esa zona ha tenido y va a seguir teniendo una gran preponderancia, pero a partir de otras estrellas que están apareciendo en el firmamento. No es solo China.
—¿Cuánto está creciendo China este año?
—Las fuentes que pude consultar hablan de un crecimiento más bajo del que se esperaba, en el orden del 3,2% del PBI en el caso de China, por las razones que comentaba. Una población que está envejeciendo, fábricas que se están yendo. Un ejemplo es Apple, que está llevando su planta hacia Vietnam. Cuando hablamos de empresas y empresarios millonarios chinos, son del Estado, dependen del Partido Comunista Chino. [El dueño de] Huawei era capo del Ejército Popular Chino. Además, por ley, las empresas chinas tienen que informarle todo a Pekín. Hay grandes millonarios que se han ido o se están yendo. También hay que tener en cuenta ese cerrojo y temor que hay, que implica que cada vez autoricen menos viajes a científicos para que puedan estar en contacto en los congresos, ver los últimos avances y eso también los está retrasando.
—¿Cómo cree que se va a terminar configurando el orden global en los próximos años y cuál va a ser el rol de China?
—Desde mi punto de vista, veo este despertar de Occidente, de la alianza tradicional entre Estados Unidos y la Unión Europea, más los golpes que sufrió África, y si América Latina también lograra despertarse… Me parece que China va a seguir creciendo, pero a una tasa más baja, y tanto a Estados Unidos como a Europa no los va a alcanzar nunca. De hecho, hay proyecciones de los propios chinos de acá a 100 años, que ya las están pateando para adelante porque no están alcanzando las cifras que pensaban.
—¿Qué otras claves se pueden encontrar en el libro?
—Lo que estamos hablando acá es la punta del iceberg. En el libro hablamos de África y vamos desglosando por países. Hablamos de Europa y también hay un punteo. En América Latina lo mismo. Después hablamos de tecnología y de esta lucha que es la guerra fría tecnológica. China tiene cinco bases en la Antártida, la misma cantidad que Estados Unidos, y dos rompehielos nucleares. Y en el Ártico ni te cuento. Después hablamos de la Argentina y cosas curiosas, por ejemplo, que en el Puerto de Buenos Aires, la Terminal 5 pertenece a Hutchison Ports Bactssa, que reporta directo al Partido Comunista Chino. Contamos que hace dos años que esa terminal tiene vencido el contrato de concesión y por lobby han conseguido que jueces se lo extiendan. Hasta el Ministerio de Transporte les hizo una resolución que se las estira hasta fines de octubre de 2024. Se trata de un puerto al que no va un solo buque porque las líneas decidieron ir a otras terminales y tiene 500 trabajadores a quienes hay que pagarles los sueldos, que no son baratos. De todo esto hablamos en el libro.
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