Acuerdo con el FMI: un largo camino con idas y vueltas que ahora podría tener que replantearse
Las internas en el Gobierno hicieron dar marcha atrás una y otra vez a los países que lograban ser convencidos; el rol del Congreso y de las empresas privadas; el nuevo contexto mundial por la guerra en Ucrania podría obligar a revisar lo pactado
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PARIS – El trabajo fue arduo, interminable y desgastante políticamente. Sin embargo, a pesar de las advertencias sobre los riesgos “excepcionalmente altos” del plan económico y la fragilidad del respaldo político señalados por el FMI tras aprobar el viernes pasado el acuerdo por 44.000 millones de dólares, el equipo de Martín Guzmán consiguió un voto unánime del directorio ejecutivo del organismo.
En un contexto de enfrentamiento entre distintos sectores del Gobierno, la clave para obtener esa unanimidad fue la idea de hacer votar al Congreso. También lo fue para obtener una actitud positiva en el Club de París, analizó una fuente del ministerio de Economía francés, poco después de la reunión entre Guzmán y su homólogo francés, Bruno Le Maire.
Más allá del valor o de la amplitud real del apoyo parlamentario, el gesto político parece haber tenido su efecto sobre todo en aquellos países que más dudaban. Por ejemplo, Suiza, Holanda o Japón.
Pero la votación en el Congreso tal vez no hubiese alcanzado. Simultáneamente, el equipo argentino desarrolló un trabajo de hormiga que incluyó la sensibilización de dirigentes de importantes empresas en cada uno de los países miembros. Según fuentes con conocimiento de todo el proceso, incluso varios CEO de empresas líderes de la Argentina hicieron una enorme tarea de persuasión.
La satisfacción del equipo económico era evidente el viernes pasado cuando el ministro se reunió con LA NACION. Con Guzmán viajaron Ramiro Tosi, subsecretario de Financiamiento, uno de los que reestructuró la deuda con los privados, y Santiago López Osorio, subsecretario de Planeamiento Energético.
Pero el desgaste político fue inmenso. En dos años, el acuerdo estuvo constantemente a punto de fracasar. Los cimbronazos internos del gobierno argentino hicieron dar marcha atrás una y otra vez a aquellos países que lograban ser convencidos. Una y otra vez fue necesario volver a convencerlos y tranquilizarlos. Hasta último momento el equipo económico caminó sobre el filo de la navaja.
El último tropiezo, el final, estuvo a punto de producirse la víspera misma de la reunión del directorio ejecutivo del Fondo, cuando el vicecanciller argentino, Pablo Tettamanti, desobedeciendo las órdenes de su ministro de Relaciones Exteriores, Santiago Cafiero, pidió a la embajadora ante Naciones Unidas, María del Carmen Squeff, votar en contra de la resolución que exigía a Rusia su retiro inmediato de Ucrania.
“Hubiera sido la catástrofe final. La Argentina hubiese quedado entre los otros cinco países parias que votaron en contra, como Corea del Norte o Belarús”, resumió una fuente del ministerio de Economía francés. Ni Guzmán ni su equipo aceptaron opinar sobre la cuestión.
El ministro tampoco quiso reconocer públicamente que el acuerdo pende de un hilo. Un hilo que muchos están dispuesto a cortar en la primera ocasión. Pero no hace falta. Guzmán sabe que el FMI tiene razón cuando insiste en los riesgos “excepcionalmente altos” que corre el cumplimiento del acuerdo y de los problemas que con seguridad se presentarán.
¿Cuál es su actitud? “El ministro tiene un plan para el país y está decidido a llevarlo a término contra viento y marea”, dice un miembro de su equipo. “Si llegó hasta aquí, no es para claudicar ahora”, asegura.
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