Acemoglu, Robinson y Johnson: instituciones, crecimiento y prosperidad
El trabajo de estos tres economistas ayuda a entender que, para que la economía funcione como todos queremos, las instituciones deben estar bien diseñadas y ser robustas
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Nuevamente la entrega del Premio Nobel en Economía enfoca el reflector sobre un tema clave, que podemos sintetizar en la importancia de las instituciones en el desarrollo económico. Sí, aunque la famosa frase del estratega de campaña James Carville, adoptada por Bill Clinton en 1992, “Es la economía, estúpido”, pareciera silenciar múltiples factores que hacen a las preferencias electorales, el trabajo de Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson ayuda a entender que para que la economía funcione como todos queremos, las instituciones deben estar bien diseñadas y ser robustas.
Quiénes son los ganadores
Daron Acemoglu (57 años) es un economista nacido en Estambul, Turquía y residente en los Estados Unidos. Cursó sus estudios secundarios en su ciudad natal, y la Licenciatura en Economía en la Universidad de York, en el Reino Unido. Fue en la London School of Economics (LSE) que completó la maestría y el doctorado en Econometría y Economía Matemática. Su rigor analítico lo volcó en el análisis de las causas del desarrollo económico, el rol de la tecnología, el capital humano y el papel que las instituciones tienen en el logro de la prosperidad económica. Multipremiado, condecorado y uno de los 10 economistas más citados del mundo, es actualmente profesor en el MIT.
James A. Robinson (64 años) es un economista y politólogo británico. Obtuvo su bachelor en Economía en la London School of Economics, su maestría en la Universidad de Warwick y el doctorado en Yale. Los temas que más le han interesado han sido los sistemas económicos comparados y el desarrollo económico, con particular foco en Latinoamérica y África Subsahariana. También el de la construcción de instituciones inclusivas en países con sistemas políticos autoritarios. Sobre este último punto expuso en una conferencia magistral en marzo de 2023 en Taskent, Uzbekistán. Entre 2004 y 2015 enseñó en la Universidad de Harvard y a partir de allí en la de Chicago. Dirigió múltiples trabajos de investigación alrededor del mundo, en países tan diversos como Botswana, Chile, Haití, Sierra Leona, Sudáfrica, República de Congo y Colombia (donde enseña cada verano en la Universidad de los Andes, en Bogotá).
Simon H. Johnson (61 años) es un economista angloamericano, que estudió la carrera de grado en la Universidad de Oxford, hizo su maestría en la de Manchester y obtuvo el Doctorado en el MIT. Su tesis (1989) fue titulada “Inflación, intermediación y actividad económica”. Allí, en la Sloan School of Management es actualmente titular de la cátedra de Entrepreneurship. Entre 2007 y 2008 fue Chief Economist del Fondo Monetario Internacional (bajo las presidencias de Rato y Strauss-Kahn). En 2023, junto a Acemoglu, publicaron un interesantísimo libro llamado Poder y Progreso, la lucha de mil años sobre la tecnología y la prosperidad, en el que, con una mirada crítica hacia la inteligencia artificial y su impacto sobre el trabajo y los salarios, abordan la relación entre la tecnología, el bienestar general y la democracia.
Cuál fue la contribución teórica
El jurado señaló que los economistas fueron premiados por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad de las naciones. Jakob Svensson, presidente del Comité del Premio de Ciencias Económicas, afirmó que “reducir las enormes diferencias de ingresos entre los países es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo” y que “los galardonados han demostrado la importancia de las instituciones sociales para lograrlo”. Los tres premiados, según el comité, probaron que las sociedades con un Estado de derecho frágil e instituciones que tienden a la explotación de la población no generan crecimiento ni cambios que lleven una mejora. Sin embargo, también afirman que el cambio es posible.
Por qué es tan interesante este aporte
Para muchos, la economía es asimilable a las finanzas (públicas o privadas). Para otros, la economía tiene que ver con las Bolsas, las monedas, el dinero. Pero la economía (entendida como la ciencia social que el Nobel premia) es todo eso y mucho más. Es la disciplina que explica cómo los países pueden crecer y ese crecimiento generar mayor prosperidad para que sus habitantes vivan mejor. Y vivir mejor no es una cuestión de sesgos ideológicos. Tener un techo es mejor que no tenerlo, acceder a asistencia médica de calidad es mejor que no acceder, recibir educación es mejor que soportar escuelas cerradas cada dos semanas, viajar en un buen transporte público es mejor que caminar 30 cuadras bajo el sol o la nieve.
Desde comienzos del siglo XX, los economistas analizaron los factores decisivos que explican el crecimiento y el desarrollo económico. Max Weber proponía la relación decisiva entre religión y economía. Harrod y Domar desarrollaron un modelo en el que plasman la relevancia del ahorro doméstico y externo para posibilitar la inversión que acelera el crecimiento. Solow incorpora el progreso tecnológico y el crecimiento del capital por trabajador. Dentro de los elementos constitutivos del progreso tecnológico le asigna un papel decisivo a la educación de la fuerza laboral y a los avances en el conocimiento.
Las teorías más recientes (Barro, Lucas, Romer) han asignado especial énfasis al papel de la formación de capital humano, o sea la acumulación de habilidades específicas y no específicas que constituyen la base de gran parte del incremento de la productividad. Douglas C. North, quien recibió junto a Fogel el Premio Nobel en 1993, fue pionero en el análisis histórico institucional, donde la evolución de las reglas y la legislación es central para el desarrollo económico.
Nueva mirada
Lo interesante en el aporte de Acemoglu, Robinson y Johnson es la ampliación del análisis institucional. No son sólo las instituciones económicas las determinantes para el desarrollo, sino también las políticas. Las instituciones políticas extractivas determinan un funcionamiento de la economía que traba o dificulta el crecimiento. Por el contrario, las instituciones inclusivas fomentan el crecimiento y la prosperidad. El pasaje de un tipo de institucionalidad a otra no está exento de conflictividad. Nadie quiere perder sus privilegios.
Simon Johnson también ha hecho trabajos importantísimos relacionados con la captura del poder institucional por parte de élites, completamente indiferentes a la mejora del bienestar general. En un artículo escrito en 2009, “The Quiet Coup”, argumentó que la cooptación de las instituciones políticas por parte del poder financiero (“golpe silencioso”) determinó la crisis de 2008. Fue la relajación de las normativas lo que permitió la asunción de grandes riesgos de parte de las entidades financieras (con la consecuente obtención de altos retornos), contacto con que el gobierno las rescataría en caso de que todo saliera mal.
Interés particular para Argentina
A lo largo de las décadas, los argentinos recorremos, en materia económica, momentos de agonía y de éxtasis. Pero los indicadores objetivos (tasa de crecimiento de largo plazo, población bajo la línea de pobreza y tasa de inversión con respecto al PBI, entre otros) nos demuestran que, por múltiples razones, hemos estado lejos de hacer las cosas razonablemente bien.
El aporte de Acemoglu, Robinson y Johnson es particularmente valioso en este momento de Argentina, país tan afecto a personalidades fuertes e “ismos” polarizadores. Estos autores ponen un potente foco en la trascendencia de algo que, incluso en planes económicos parcialmente exitosos o temporalmente estabilizadores, fue escasamente atendido, respetado o construido en nuestro país: el adecuado funcionamiento institucional. A mediano plazo, no hay juego posible sin reglas conocidas, una cancha sin declive, premios y castigos, y la justa oportunidad para que todos los que quieran y se esmeren, puedan jugar.
La autora es doctora en Economía y exdecana de la Facultad de Ciencias Económicas (UCA)