La capacidad de poner a alguien en el espacio contrastó con las trabas para conseguir bienes en la URSS; big data y el debate sobre el libre mercado
El 12 de abril se cumplieron 58 años del primer viaje al espacio de un ser humano. Ese día de 1961, el cosmonauta ruso Yuri Gagarin completó una órbita de 108 minutos alrededor de la Tierra a bordo de la nave Vostok-1. En los 60, la hazaña fue motivo de orgullo en la Unión Soviética, pero también inspiración para el humor entre la sociedad detrás de la cortina de hierro. Un chiste popular contaba que alguien llamaba a casa de los Gagarin y atendía el hijo, que estaba solo: "Papá se fue a dar vueltas al espacio y regresa a las 10 de la noche. Mamá fue al mercado a tratar de conseguir leche y huevos y no se sabe cuándo vuelve".
La broma está en el libro Abundancia Roja (Red Plenty), del escritor inglés Francis Spufford, y pone en relieve uno de las grandes contrastes de la estrategia de planificación de la Unión Soviética en esa época: un aparato militar e industrial que por entonces fue capaz de un logro colosal como poner un hombre en el espacio, en paralelo con las penurias de la vida cotidiana y la escasez de bienes de consumo.
Por aquel entonces, cuenta Spufford, un trabajador soviético ganaba, medido en poder de compra, un cuarto que su par estadounidense, pero el gobierno de Nikita Khruschev confiaba en poder cumplir pronto la "promesa de la abundancia": inundar los hogares de la superpotencia militar con televisores y heladeras de última generación, y que no fuera más necesario hacer largas colas para comprar leche y huevos en el mercado.
Mitad novela y mitad no ficción, por Abundancia Roja desfilan varios personajes reales, como el economista, matemático e ingeniero soviético Leonid Vitálevich Kantarovich, quien ganó el Nobel de Economía en 1975 junto a Tjalling Koopsmans por sus estudios sobre la asignación óptima de recursos escasos. Kantarovich es considerado uno de los padres de la "programación lineal", la matemática mediante la cual se resuelve un problema indeterminado, formulado a través de un sistema de inecuaciones lineales, optimizando una función objetivo.
En la década del 60, el Nobel ruso se pasó seis años tratando de determinar el precio óptimo para la producción de acero de su país. Tomó la posta de una idea del economista y diplomático polaco Oskar Lange, quien postuló que todas las operaciones de oferta y demanda en un mercado podían ser formuladas de manera algebraica, en ecuaciones simultáneas. Lange falleció en 1965 y Kantarovich retomó sus investigaciones.
En esa época no había computadoras con el poder de resolver un problema de semejante magnitud. Por ejemplo, analizar la asignación de 70 personas a 70 puestos de trabajo exige considerar un número de posibilidades que excede al de partículas en el universo (factorial de 70). Pero la administración soviética y sus matemáticos y economistas confiaban en que la programación lineal y la planificación centralizada haría funcionar al aparato productivo como una "gran orquesta" afinada, que con el correr de los años derrotaría al capitalismo en su eficiencia para proveer bienes y servicios de manera aceitada, con autos Lada que tuvieran "motores mejores que los de un Porsche".
"La disciplina de la economía política se creó para darle sentido al mundo de la Revolución Industrial, signado por el motor de vapor y luego la energía eléctrica. Su pregunta central fue cómo conviene regular la actividad económica, si con un libre mercado o con una planificación centralizada. Para fines del siglo XX (tras la caída de los mayores regímenes de planificación) la respuesta se dirigía hacia las opciones de mercado", sostuvo en un artículo reciente Tim Rogan, autor de The Moral Economist.
La hipótesis china
Si es cierto, como dice el economista Erik Brynjolfsson, que la IA (y en particular la avenida del machine learning o aprendizaje automático) está por transformar nuestras vidas al igual que lo hizo la electricidad más de un siglo atrás, ¿cómo afecta este factor al debate "planificación versus libre mercado"? Qué pasa, en otras palabras, si cruzamos a Kantarovich y sus infinitos cálculos a mano o en máquinas rudimentarias con la capacidad de procesamiento de una computadora cuántica.
Un estudio de los economistas Binbin Wang y Xiaoyan Li, de la Universidad de Sichuan, en China, argumenta que la combinación de big data con aprendizaje automático le dan a los esquemas de planificación una "nueva vida". Que la información contenida en los precios de oferta y demanda, de la cual emerge la principal ventaja competitiva del libre mercado para asignar recursos en forma más eficiente, se relativiza. El chiste típico de que una fábrica rusa de tornillos para cubrir su cuota de 10 toneladas de producción anual hacía un solo tornillo gigante de ese peso ya no tendría sentido con algoritmos de avanzada.
El paper de Wang y Li recibió críticas, pero es importante tener en cuenta que el advenimiento de lo que The Economist llamó "El siglo de China", hará que la producción académica de economía de ese lado del mapa tenga cada vez más peso en la discusión global. El trabajo no postula un "100%" de planeamiento, sino un híbrido, como ocurre en el gigante asiático actualmente.
En propio Spufford, en una entrevista que cuando salió su libro publicó la nacion, señaló que "el fracaso de la revolución bolchevique nos dice algo importante: se necesitan precios con algún componente de información adentro. Salvando esta restricción, hay infinitas posibilidades combinatorias de planificación y de mercado para que una economía funcione bien. Soy un convencido de que la humanidad exploró hasta ahora una parte muy pequeña de la posibilidades que hay para que una economía productiva tenga éxito".
Una duda planteadas por Tim Rogan con el estudio de los economistas chinos tiene que ver con el "conocimiento tácito": aquel que tenemos pero es difícil de explicar, como andar en bicicleta. ¿Pueden los robots asimilar "conocimiento tácito"? Rogan tiende a pensar que esta habilidad quedará en el reino de los humanos y en eso coincide el economista de la UBA Andrés López: "A la crítica que hace Rogan (la dificultad para manejar el conocimiento tácito, lo que Hayek llamaba circunstancias de tiempo y lugar) le agregaría la imposibilidad de prever y manejar centralizadamente el cambio", explica López a la nacion.
Eduardo Levy Yeyati es igualmente escéptico: "Los economistas no pueden calibrar un modelo de equilibrio general computable que proyecte y quieren armar un programa de planificación centralizada del mundo". Algo más complejo, por lo que se ve, que solo lograr que la familia Gagarin deje de hacer tanta cola en el mercado para conseguir leche y huevos.
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