A la economía argentina le entra agua por todos lados
Mientras tanto, la política mueve fichas cual ajedrez para una agenda paralela, la propia y egoísta, la de ubicar nombres por sobre proyectos
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Como un barco con destino de naufragio la gente siente que entra el agua por todos lados. Cae el poder adquisitivo, se deteriora la calidad de vida, hay registros evidentes de movilidad social descendente. La frase corresponde a Guillermo Oliveto, socio de la consultora W y de Alma trends y tal vez uno de los mejores intérpretes de la economía cotidiana. De la economía real. La que afecta tu metro cuadrado.
Mientras tanto, vemos y escuchamos declaraciones de todos los espectros políticos dirimiendo, colocando candidatos, moviendo fichas cual ajedrez para una agenda paralela. La propia. La egoísta. La de ubicar nombres por sobre proyectos.
Finalmente cerraron las listas. Algunos dicen que con el armado del Frente de Todos el triunfo será de Cristina Fernández y la derrota de Alberto Fernández. Algo similar ocurre en Juntos, donde el triunfo puede ser de Mauricio Macri, por haberse corrido de la contienda, y la derrota de Horacio Rodríguez Larreta, en caso de ganar Manes la otra interna, que se está librando con un fuego cruzado dentro del propio espacio.
Al oficialismo ya no le alcanza con un relato. A la oposición tampoco le bastará con “títulos” de campaña. La sociedad quiere como pocas veces profundidad en las palabras. “Ya no basta con pintar la pared, sino que será imprescindible construir los cimientos”, dice una frase. Los cimientos que hacen al día después.
El marketing de guerrilla, como se suele definir a las batallas tácticas, sigue aflorando. Vivimos días de congelamiento de tarifas, de centímetros en los supermercados, de controles de precios y de creaciones de nuevos villanos. Pero con eso no alcanza. Tampoco alcanza con el capitalismo de amigos que supo funcionar durante buena parte del kirchnerismo. Ni mucho menos con construir falsas antinomias, como economía o salud; o bucear en el pasado para construir el futuro.
Los datos muestran que ya hay 104.352 muertos en el país. También existen vacunados con la primera dosis, un 53% de la población. Con las dos el número es peor: sólo un 13,9%. En Uruguay ese número está en torno al 60% con las dos dosis, y no con maquillaje.
La buena noticia es que bajan los contagios y las muertes, pero persiste el riesgo de la variante delta. Esa oscuridad que amenaza cuando todos aspiramos a encontrar la luz al final del túnel. Europa muestra un nuevo brote, mientras la media semanal de casos cayó en nuestro país un 61% respecto del peor momento de la segunda ola y cae un 48% la cantidad de muertes.
Pero aquí nadie está discutiendo la agenda que viene. Los tiros de campaña van por las mismas frases de hace dos años, de hace cuatro, de hace ocho y así. Vivimos en un constante loop de pasado sumidos en un mundo que debate el futuro. Aquí la batalla va por el abecedario por sobre los proyectos. Al menos por ahora.
Y, en el reino del revés, el acusado juzga al juez. El culpable sonríe y el inocente sufre. Después de recuperar la libertad, tras el juicio por la causa Ciccone, por la que fue condenado a cinco años y diez meses de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos por intentar quedarse con el 75% de las acciones de la imprenta que fabrica papel moneda, el objetivo ahora del exvicepresidente Amado Boudou es declarar la nulidad de esa sentencia para buscar “limpiar” su nombre y, de paso, recuperar sus derechos para volver a ocupar cargos públicos.
Su abogada Graciana Peñafort explicó que la prioridad es anular la condena e indicó que no están detrás de la rehabilitación política, aunque el propio Boudou expresó que le gustaría volver a ocupar un cargo público. “Nos queda por delante una pelea para anular la sentencia contra Boudou”, dijo la abogada, que trabaja en la defensa junto con su colega Alejandro Rúa.
Boudou tiene sentencia firme. Imaginate con todos aquellos casos latentes, con aquellos arrepentidos, con los que declararon haber pagado o cobrado coimas, si alguien con condena firme elige la estrategia de victimización.
Mientras tanto, el país sigue peleando por postergar sus deudas, por culpar al anterior independientemente del signo político que ostente y se ve en la calle otra realidad. Una pobreza galopante, una inseguridad creciente y carteles que borran marcas globales e instauran las persianas cerradas.
En las últimas semanas -tal como reflejaba Alfredo Sainz en LA NACION- el laboratorio estadounidense Eli Lilly y la petrolera china Sinopec se sumaron a la lista cada vez más extensa de multinacionales que anunciaron su decisión de retirarse del mercado local. En la pandemia ya suman dos docenas las compañías internacionales que concretaron o están en el proceso de desinversión en la Argentina. El listado incluye desde marcas conocidas por el gran público, como Falabella, Latam y Walmart, hasta otras de un perfil más bajo, como la fabricante de celulares Brightstar o la autopartista Axalta. Y no se puede hablar de una única razón detrás de estas decisiones.
La combinación es clara. Falta de rentabilidad, mal clima de negocios, presión impositiva sin techo, trabas operativas, cepo y pandemia.
El analista Claudio Zuchovicki la define en dos frases: “Nadie trae dólares si no los puede sacar” y “Si hay pronóstico de lluvia para el lunes, nadie compra un paraguas ese día, sino el viernes anterior”. La tormenta ya llegó.
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