A Dios rogando y con Google y big data dando
Mentón desafiante, pecho enhiesto, rodillas al piso, brazos extendidos, melena al viento. Sí, hablamos de "la de Dios", la jugada icónica de Hugo Orlando Gatti, golero histórico de Boca Juniors. Y 30 años después, tal vez algún algoritmo moderno de machine learning la justifique, en términos de minimizar el rango de acción que deja al delantero que corre al arco, al enfrentarlo al semicírculo imaginario que ofrece la bíblica jugada. El Loco Gatti validado por datos, los algoritmos jugando a Dios.
La ciencia de datos parece arremeter con todo, desde los sistemas de recomendaciones de películas hasta la genética, de modo que no llama la atención que saque pecho (¡y se arrodille y alce los brazos!) ante la cuestión más relevante de la humanidad: la existencia de Dios.
La famosa "apuesta de Pascal", esa que dice que exista Dios o no, más vale apostar a que sí, es una indicación temprana de que hay algo en común entre el problema de dirimir la existencia de Dios y el de decidir si ver tal o cual serie, ya que ambos demandan decisiones bajo información incompleta. "En Dios confiamos; que los demás traigan datos" retruca un ocurrente meme basado en el lema oficial de los Estados Unidos (In God we trust) que, en relación al intento de relativizar a Dios sometiéndolo todo al arbitrio de los datos, remite a la chanza de "me ofende cuando dicen que Clapton es Dios: habrá creado el mundo, pero ni ahí toca como Clapton"; se trata de modificar alguno que otro nombre propio para aggiornar la herética alegoría al optimismo babeliano de los algoritmos en tiempos de big data.
Lo de hurgar en los datos para lidiar con lo divino tiene una larga historia. La "formula de Bayes", propuesta por el matemático ingles Thomas Bayes a mediados del siglo XVIII, ocupa desde entonces un lugar central en el análisis de datos y sigue siendo un elemento fundamental de las versiones más modernas de machine learning e inteligencia artificial. Tal vez su aparición más celebrada esté asociada a la épica sucesión de eventos que llevaron a Alan Turing a descifrar el Código Enigma en la Segunda Guerra Mundial.
Sobre la base de esta poderosa formula, el filósofo Richard Swinburne estimó que la probabilidad de que Dios exista es de un poco más de 50%. En su libro La Probabilidad de Dios, Stephen Unwit eleva este guarismo a 67 por ciento. El físico Larry Ford, usando la misma fórmula pero con distintos datos y supuestos, concluye que las chances de existencia de Dios son virtualmente nulas (¡100 dividido 1 seguido de 15 ceros!). En comparación, las discrepancias en estas estimaciones ponen a los pronósticos de los economistas a la par de los de la física nuclear.
En la década del 90, Doron Witztum, Eliyahu Rips y Yoav Rosenberg causaron una pequeña revolución cuando reportaron en un prestigioso journal que los aparentes "mensajes ocultos" contenidos en el libro del Génesis pasaban los tests convencionales de la estadística, y que los separan de ser meras casualidades.
Varios años más tarde, Brendan McKay y sus coautores, de la Universidad Nacional de Australia, señalaron alarmantes falencias en el estudio original, lo que sugiere que Dios no pasa mensajes en clave en la Biblia o que lo hace demasiado bien. Queda como desafío para la ciencia de datos moderna escrutar cuán cierto es lo que se hablaba por estas tierras de los discos de Xuxa pasados al revés, aunque más de uno diga que ya fue suficiente con escucharlos al derecho.
¿Rezar tiene efecto?
Fiel a su espíritu aventurero, la economía no iba a permanecer de brazos cruzados en esta patriada. James Heckman (premio Nobel de Economía, 2000) publicó un paper titulado El efecto de rezar sobre la actitud de Dios hacia la humanidad en donde, sobre la base de datos y modelos estadísticos sofisticados, "demuestra" que solo rezar mucho tiene algún efecto y que rezar poco puede ser hasta contraproducente. Las comillas refieren a que en realidad se trata de una chanza intelectual, que solo intenta mostrar cuán lejos se puede ir cuando se abusa de la técnica y los datos.
En el otro extremo, no es ninguna broma el estudio de los argentinos Ricardo Pérez Truglia y Nicolas Bottan, que sobre la base de un milimétrico análisis de datos masivos muestra que los escándalos de pedofilia ocurridos en Boston y revelados en el año 2002 bajaron sustancialmente la práctica del catolicismo (asistir a misa, por ejemplo) pero que, llamativamente, no hicieron que la gente dejase de creer en Dios.
Una encuesta llevada a cabo de manera reciente por científicos del Conicet muestra una importante caída en la religiosidad de los argentinos ocurrida en la última década, que puede ser atribuida a numerosos factores. Uno de ellos, la creciente prevalencia de internet y de Google.
"¿Qué es lo más cercano a Dios en la Tierra?", se pregunta oportunamente un reciente artículo publicado en Technology and Society, que, abusando del recurso retórico, se autorresponde diciendo "No hace mucho tiempo habría dicho Google, pero ahora pienso que es big data".
Preguntas y más preguntas
Mucho más científicamente, el economista Seth Stephens-Davidowitz (que recientemente dio una jugosa conferencia en nuestro país, en la Universidad de Buenos Aires), explotó el filón de datos provistos por las búsquedas en Google para ahondar en algunas cuestiones relacionadas con la caída en la religiosidad, en un artículo oportunamente titulado "Googleando a Dios", publicado en el New York Times. Stephens-Davidowitz encuentra que, en línea con el artículo de Technology and Society, muchos creyentes redirigen a Google preguntas básicas que resultarían molestas o vergonzantes en una clase de catecismo o religión, tales como "¿quién creo a Dios?" (primera, lejos, en el ránking), seguida por "¿por qué Dios permite el sufrimiento?" y luego por "¿por qué Dios me odia?".
Si la esencia de Dios es la de conocerlo todo, los resultados de Stephens-Davidowitz parecen dar algún sustento empírico al comentario ligero del párrafo anterior sobre la peligrosa cercanía de big data a Dios. Y como nota de color, agrega que las búsquedas sobre Kim Kardashian (la escandalosa y frívola celebrity norteamericana) ascienden a 49 millones, contra 2,95 sobre el papa Francisco. Por bastante menos margen, John Lennon fue crucificado mediáticamente cuando comparó su popularidad con la de Cristo, 50 años atrás y, seguramente, sin evidencia empírica alguna.
Si Dios juega a los dados, big data mediante, será cuestión de anotar sus tiros y aprender de su existencia con algoritmos. Y en relación a esto de pretender conocerlo todo a partir de datos, el famoso "Dios no juega a los dados" de Einstein plantea a esta estrategia dudas tan severas como el "deje de decirle a Dios qué hacer con los dados" que le respondiese Niels Bohr.
A lo que el escritor don Jorge Luis Borges aportaría su "Dios mueve al jugador y este, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza, de polvo y tiempo y sueño y agonías?", para terminar de complicarlo todo. Hace poco tiempo, las redes sociales estallaron de curiosidad e ingenio ante la posibilidad de la creación de un nuevo pecado. Tal vez tenga que ver con el abuso de los datos y los algoritmos.
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